Gijón, J. L. Argüelles
Asturias y sus mineros ocupaban en la primavera de 1962 las páginas de algunos de los periódicos más importantes del mundo, de París a Sidney y de Londres a Washington. Pocos estudiosos dejan de subrayar hoy, medio siglo después, que las luchas de aquel año marcaron un antes y un después en la evolución de una dictadura que negaba las más elementales libertades políticas y sindicales. Ahogados por las estrechuras económicas de un sistema ajeno a la prosperidad europea, hastiados de la grisura de un régimen que se mantenía severamente fiel al programa de aplastamiento del adversario con el que dos décadas atrás había ganado la guerra civil, los trabajadores del carbón lideraron unas movilizaciones sin las cuales resulta imposible explicar hoy la larga marcha del antifranquismo. «Allí va a comenzar», afirma Jorge M. Reverte en su muy leído «La furia y el silencio» (Espasa), libro que dedica a recordar aquellos acontecimientos, «una huelga que cambiará la conciencia de un país humillado y moralmente miserable».
La celebración del cincuentenario de las protestas y la reedición de «Las huelgas de 1962 en Asturias» (Trea), libro fundamental en la bibliografía más rigurosa de aquellos hechos, han devuelto el interés sobre un período histórico que forma parte ya de la mitología obrera española. «Una dictadura intransigente cedió por primera vez», afirma el historiador Rubén Vega, coordinador de ese volumen y profesor de la Universidad de Oviedo. El añorado Manuel Vázquez Montalbán cuenta en «Las huelgas ya no son lo que eran», prólogo de ese trabajo publicado por encargo de la Fundación Juan Muñiz Zapico, de Comisiones Obreras (CC OO), que, como otros estudiantes barceloneses, fue condenado a tres años de prisión por cantar «Asturias, Patria Querida». Himno hoy del Principado -y entonces sólo una recurrente canción de francachelas-, la Policía y el Tribunal de Orden Público concluyeron que el escritor y sus compañeros se solidarizaban con los huelguistas asturianos entonando aquella «subversiva» letra.
«En tiempos de durísima represión, los mineros de Asturias eran el referente fundamental de la capacidad de resistencia popular a lo largo de los años sesenta», escribió Vázquez Montalbán. Y más: «Pasara lo que pasara políticamente, en España la pregunta "¿qué hacen los mineros de Asturias?" completaba y modificaba criterios y expectativas, sobre todo a partir de las huelgas de 1962, que no eran las primeras después de la guerra civil pero sí las más contundentes y las que anunciaban la difícil pero real formación de frentes renovados contra la dictadura». Para Rubén Vega, «aquellas huelgas fueron más que un conflicto». «Aunque su origen fue la solidaridad entre trabajadores, tuvo un evidente carácter político», añade el historiador.
Lleva razón Vázquez Montalbán cuando afirma que el franquismo se había enfrentado a otras huelgas antes de las de 1962, aunque ninguna tuvo el alcance nacional e internacional de las movilizaciones de aquella primavera. Y tampoco, claro está, ninguna otra fue tan decisiva para la reorganización y renovación de un movimiento obrero muy castigado por la represión de los años que siguieron a la derrota republicana en 1939. Así, por ejemplo, las minas asturianas registraron paros notables en 1957. Según algunos historiadores, hubo paros también en Vizcaya en 1946. Y es cierto, además, que la negativa de los barceloneses a utilizar, en 1951, los tranvías de la ciudad y las posteriores protestas estudiantiles de 1956 son antecedentes de la contestación al franquismo.
La primera de las huelgas de 1962 duró más de dos meses y tuvo su origen en el pozo Nicolasa, en la localidad mierense de Ablaña. La «chispa», como dice con gráfica expresión el historiador Ramón García Piñeiro en la útil cronología que incluyó en «Hay una luz en Asturias», el magnífico volumen que la Fundación Juan Muñiz Zapico dedicó a recoger el valioso material artístico (de Picasso a Úrculo; de Alberti a Gil de Biedma) que provocó el largo conflicto, surgió el 7 de abril. Un día antes la dirección de la hullera, dependiente entonces de Fábrica de Mieres, había suspendido de empleo y sueldo a siete picadores, paso previo a su despido definitivo. La medida colmó el vaso de un malestar creciente por la decisión unilateral de la empresa de reorganizar los turnos de trabajo.
El 7 de abril, y antes de que se concretara el despido de los siete picadores -uno de ellos ex divisionario-, los mineros de Nicolasa pararon en solidaridad con sus compañeros y en protesta por las condiciones laborales y salariales.
«Los compañeros andaban muy quemados por el salario y las condiciones de trabajo», ha relatado Eladio Gueimonde, uno de aquellos siete picadores represaliados. Tenía 22 años y ganaba, en uno de los trabajos más penosos de la actividad minera, cien pesetas al día, lo que costaba un kilo de carne. Y ha recordado además, según publicó este diario el pasado día 8, que los obreros tenían incluso que escotar en algunas ocasiones para comprar una cajetilla de «Celtas», una marca barata de cigarrillos.
El sindicato vertical, oficial y único en el franquismo, fue incapaz de desbloquear la situación. El lunes 9 de abril pararon los mineros de Polio y la Centella, también de Fábrica de Mieres. La huelga empezó a extenderse por la cuenca del Caudal: Minas de Figaredo, las explotaciones de Turón y Aller... Tres semanas después de desatarse el conflicto de Nicolasa, empezaron a sumarse a la huelga, primero tímidamente y después de manera abierta, los mineros de la cuenca del Nalón. Y además, contra los vaticinios que la Policía plasmaba en los informes que entregaba diariamente al gobernador civil, un desbordado Marcos Peña Royo, considerado un falangista razonable, la protesta ya no se circunscribía sólo a las Cuencas. El 23 de abril, la producción de La Camocha, en Gijón, era ya notablemente baja. Y lo peor tras los paros de los siderúrgicos de Fábrica de Mieres, el conflicto saltó a lo largo de las semanas posteriores a sectores como la construcción naval gijonesa.
La mecha estaba prendida y era larga: veintiocho provincias españolas registraron algún tipo de paro en aquella primavera. Esta primera huelga finalizó oficialmente entre el 4 el 7 de junio. Los mineros había logrado buena parte de sus objetivos y, lo que es casi tan importante, el ministro secretario general del Movimiento, José Solís, al que se conocía como la «sonrisa del Régimen», viajó a Asturias para negociar. Y lo hizo con los representantes elegidos por los mineros. El sindicato vertical quedaba orillado y se hacía patente que era un instrumento inservible, que sólo causaba desconfianza en muchos trabajadores.
No fueron conquistas fáciles, cesiones graciosamente concedidas por el franquismo. Según datos policiales, 356 trabajadores ingresaron en prisión en dos meses de tenso enfrentamiento: 246 por incitación a la huelga, 19 por un plante en Baltasara, 65 por militancia comunista, 5 por pertencer al FLP y 4 por la distribución de propaganda socialista, según recoge García Piñeiro en la citada cronología de «Hay una luz en Asturias». Es cierto que el PCE tuvo un papel muy importante en la animación de la huelga, pero también contribuyeron a su extensión otras organizaciones políticas y sociales, como la JOC. La tenaz participación de las mujeres de las Cuencas, que llegaban a arrojar maíz a los esquiroles, permitió mantener un estado social de ánimo sin el cual es imposible soportar largos períodos de huelga. No faltaron los curas que, para perplejidad de Franco -quien había logrado asociar a las jerarquías católicas a su causa-, se solidarizaron con los huelguistas.
Las huelgas de 1962, con su epílogo de agosto, abrieron un largo proceso de movilizaciones que continuó al año siguiente. El franquismo reaccionó con una cadena de represalias: encarcelamientos, torturas, despidos, destierros... El asalto a la Comisaría de Mieres, el 12 de marzo de 1965, es consecuencia aún del movimiento de protestas y represión encadenado por aquellas movilizaciones.
Una nueva generación de cuadros políticos y sindicales se sumó, tras la «primavera asturiana», a la lucha antifranquista. Intelectuales tan carismáticos como Ramón Menéndez Pidal firmaron a favor de los mineros asturianos. Y Jorge Semprún escribió: «Vanguardia se llama Asturias. Y todos lo entendemos».
David Ascaso
La rebelión comenzó en Asturias. De alguna manera, el 1 de mayo, fiesta nacional de los trabajadores, nació en las Cuencas Mineras asturianas. Hace 50 años, un puñado de mineros encendieron la mecha de la protesta y de la reivindicación para mejorar sus condiciones laborales. Y la protesta, en cuestión de días, se extendió por media España, aunque el franquismo trató de silenciar y de amordazar la rebelión asturiana. La 'huelgona' de 1962 comenzó sin gritos, piquetes ni enfrentameintos con las fuerzas del orden. La protesta silenciosa de un grupo de picadores del pozo Nicolasa, fue el germen de una movilización que paralizó las minas durante dos meses, y que fue secundada por 300.000 obreros en toda España, quienes, por primera vez, plantaron cara al franquismo. El régimen intentó ahogar la huelga a través de la represión (356 detenidos, interrogatorios, registros, deportaciones...), y llegó a declarar el estado de excepción en las regiones rebeldes (Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa). Pero, en esta ocasión, el apoyo popular a los mineros, por sus duras condiciones de trabajo, y el respaldo de numerosos intelectuales, como Ramón Menéndez Pidal, Pérez de Ayala o Camilo José Cela, permitieron cambiar las cosas. Franco no tuvo más remedio que negociar con los huelguistas y aceptar sus reivindicaciones. Fue el principio del fin del Sindicato Vertical, y la primera victoria de los sindicatos y los trabajadores frente, hasta el entonces, inquebrantable régimen franquista.
La 'huelgona' se fraguó a fuego lento, en las entrañas del pozo San Nicolás (la Nicolasa), en el pequeño pueblo de Ablaña, cerca de Mieres. El oficio de minero es aún una profesión peligrosa (en los últimos 17 años han muerto 15 trabajadores en Ablaña), pero hace medio siglo bajar a las galerías suponía jugarse la vida a diario. A finales de marzo de 1962, la dirección de la empresa Fábrica de Mieres decidió reducir costes, en plena crisis del sector minero, provocada por la autarquía, la falta de mano de obra y el descenso del precio del mineral. El turno de noche fue suprimido desde el 1 de abril, y los mineros repartidos entre los turnos de mañana y tarde. Además, la empresa se negó a aumentar las pagas de los picadores que trabajaban a destajo en la novena capa de la mina, la más peligrosa. Como medida de presión, 25 picadores comenzaron a extraer menos carbón del habitual a partir del 5 de abril. Pero el día 6, la dirección llamó uno por uno a siete de los picadores, para suspenderles de empleo y sueldo, mientras resolvía sus despidos definitivos. Esa pequeña chispa, sumada a la solidaridad de los compañeros, prendió la llama de la mayor huelga a la que el franquismo había tenido que enfrentarse.
LA HUELGA 'SILENCIOSA'
La huelga de 1962 fue calificada de silenciosa por dos motivos. El régimen tató de acallarla en los medios de comunicación, y no hubo proclamas ni llamamientos para incitar a la participación. La mayoría de los compañeros de los siete despedidos, simplemente, dejaron de trabajar al día siguiente. Fueron al pozo, se pusieron los monos de trabajo, recogieron las lámparas, bajaron en la jaula a las galerías, pero no extrajeron ni un kilo de carbón. El delegado del Sindicato Vertical, antes de concluir la jornada, se reunió con los mineros para abortar la 'insurrección'. Hubo promesas de mejoras salariales, y también amenazas de nuevos despidos. En la noche del 7 de abril, la Guardia Civil también hizo la primera detención. Amador Menéndez pasó la noche en el cuartelillo por "insolentarse" con el representante del Sindicato. La 'mancha de aceite' -una de las metáforas empleadas por la oposición antifranquista- siguió extendiéndose a lo largo de la siguiente semana. Al Nicolasa se sumaron primero los pozos Polio y Centella, luego el Baltasara (donde hubo enfrentamientos con la policía), Barredo, Corujas... La aparente normalidad en la llegada de los mineros al trabajo contrastaba con la parálisis en la extracción del carbón. No había piquetes, ni corrillos, ni mítines. Las galerías estaban llenas de mineros que reprendían a quienes querían trabajar, y vigilaban de cerca a los 'esquiroles'. La ausencia de los disturbios impedía la intervención de las fuerzas del orden, que por otra parte no podían, o no se atrevían, a bajar a las galerías a obligar a los trabajadores a retomar la actividad. En la primera semana de rebeldía, otros 25 mineros fueron despedidos, y los economatos recibieron 'listas negras' de empleados y familias a quienes no podían suministrar alimentos o suministros. El 12 de abril comenzaron a circular las primeras octavillas subversivas, que animaban a "solidarizarse con los compañeros de la mina". El resto de minas de la región siguieron el ejemplo de los pozos de Mieres, para que su carbón no sustituyera al de la Nicolasa o Centella, obligando a reducir la producción en el sector siderúrgico, ante la falta de combustible. La 'huelga silenciosa' había salido de las minas, y se extendía por toda Asturias. Turón, Aller, Figaredo y las cuencas del Caudal y del Nalón se sumaron a los paros. Ferroviarios, metalúrgicos, entibadores de Gijón y Avilés, y trabajadores de fábricas algodoneras, astilleros y cementeras imitaron a los mineros, y los centros de trabajo amanecían cada mañana cubiertos de maíz, un símbolo para advertir a los esquiroles, o 'gallinas', por su conducta.
El 18 de abril, el régimen estimaba que 125.000 trabajadores asturianos estaban en huelga, perfectamente coordinados e informados de lo que ocurría en otros puntos de Asturias. El franquismo sostenía que detrás de las movilizaciones estaba la oposición política, al considerar que solo comunistas y socialistas tenían tal capacidad de movilicación. Mientras que la policía realizaba detenciones masivas (medio centenar de personas el 19 de abril), las empresas ofrecían incentivos y 'pagas extras' para quienes volvieran al trabajo. Para evitar que los mineros se atrincheraran en los pozos, y sus familias en los alrededores, como ocurrió en 1957 y 1958, las explotaciones fueron cerradas. Cualquier minero con pasado comunista era detenido.
UN MES DE HUELGA 'A LA ASTURIANA'
Al cumplirse un mes de los primeros paros, los diarios franceses ya se hacían eco de las protestas, y cifraban el número de huelguistas en 700.000, y los detenidos en más de un centenar, mientras que la prensa y las radios del régimen minimizaban las movilizaciones. A través del Sindicato Vertical, el gobierno ofreció un sueldo mínimo de 36.000 pesetas anuales a los picadores, y la posibilidad de reducir la jornada a las 40 horas semanales. En ese momento, las mujeres de los mineros habían tomado un papel relevante en la huelga. Encabezaban las protestas, repartían alimentos entre los presos y sus familias, y cortaban el tráfico ferroviario sentándose en las vías, para impedir el paso de trenes carboneros. También arrojaban maíz a los 'gallinas' que se atrevían a seguir trabajando. Pilar Álvarez recuerda los días de la 'huelgona': "Había maíz por todas partes. En el pozo Nicolasa trabajaba más gente de Morcín que de Ablaña, y el primer turno llegaba en tren, a las 8 de la mañana, a la estación de El Vasco. Rellenaban las botas de vino en el bar Bulnes, y subían a la mina. Fueron meses duros, pero igual de duro era trabajar en las galerías".
En el país Vasco, las fábricas de Vitoria y Guipúzcoa siguieron el ejemplo, aunque a menos escala que las asturianas. También en León y en el Levante hubo paros. El 4 de mayo, el Consejo de Ministros declaró el estado de excepción en Asturias y el País Vasco y anuló las libertades individuales, una 'buena noticia' para los huelguistas, porque demostraba que el régimen, tras dos meses, se había tomado en serio sus protestas.
EL PAPEL DE LOS INTELECTUALES
El franquismo tuvo que enfrentarse a un enemigo inesperado, un grupo de intelectuales que apoyó a los huelguistas. Ramón Pérez de Ayala, Ramón Menéndez Pidal, Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela y José Luis López Aranguren remitieron una carta al ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, en la que solicitaban "la práctica de la lealtad informativa" frente a la censura, y cauces de negociación "sin maneras autoritarias". "La prensa y la radio extranjeras nos dan cuenta de que en la región minera de Asturias se produce un movimiento de vastas proporciones. Entre tanto, la prensa y la rado españolas permanecen en silencio, como si tales hechos no debieran interesar a nadie". La "insurrección firmada" de los intelectuales sorprendió al régimen, que no esperaba una reacción así. Por entonces, el diario ABC solo citaba a los huelguistas de forma esporádica, tratándolos como delincuentes a las órdenes de los partidos en el exilio. "La huelga asturiana carece de las más elementales bases dialécticas. Es puro gamberrismo subversivo". "Nadie se explica que explotaciones de Hurreras de Turón, la Fábrica de Mieres y Duro Felguera abandonen el trabajo el mismo día, y a la misma hora, sin que el motivo, el supuesto motivo, fuera el mismo". Al mismo tiempo, José Solís, ministro secretario general del Movimiento, pidió a los huelgusitas el fin de las movilizaciones, a través de Radio Asturias, Radio Oviedo, Radio Gijón y Radio Langreo, y la agencia Reuters emitía un telegrama como este: "tres minas más en la zona asturiana, que emplean a 3.114 personas, fueron cerradas ayer por las autoridades. El número de mineros en paro -unos pocos en huelga y otros a consecuencia del 'cierre patronal'- se elevaba, actualemnte, a 8.000".
EL FIN DE LA HUELGA
Los huelguistas sabían que no podían estar sin trabajar indefinidamente, y que necesitaban los sueldos para alimentar a sus familias. El régimen sabía que tampoco podía mantener el pulso durante demasiado tiempo sin desgastarse aún más, y tras dos meses de paros, entre el 4 y el 7 de julio, todos los centros de trabajo recuperaron la actividad. Los mineros lograron el reparto entre las plantillas de 75 pesetas 'extras' por cada tonelada extraida. Hasta entonces, un picador, el puesto mejor pagado, ganaba 100 pesetas al día, por extraer mineral durante 7 horas, lo mismo que costaba un kilo de carne, un producto casi de lujo. En sus negociaciones, los mineros pidieron 200 pesetas para los picadores, 180 para los posteadores y 145 para los vagoneros. Además, también reclamaron 'seguros', para poder cobrar el 75% del sueldo en caso de enfermedad o accidente.
Los siete despedidos, que originaron las protestas, también fueron readmitidos (tres se enfrentaron a pequeñas sanciones, y cuatro destinados a otras empresas), y poco a poco, todo volvió a la normalidad. 264 mineros pasaron por la cárcel por incitación a la huelga, 19 por los incidentes del pozo Baltasara, 65 por su militancia comunista, 5 por pertenecer al Frente de Liberación Popular, y otros 4 por distribuir propaganda socialista. La Brigada Regional de Información, los 'servicios secretos' del régimen, reflejaron en sus informes que "el obrero ha adquirido conciencia del poder y la fuerza de la acción unida, que antes desconocía en la práctica". Durante dos años se suspendió el derecho a la libertad de residencia, para controlar a los subversivos y permitir las deportaciones. Aunque Falange organizó en Mieres, el corazón de la huelga, manifestaciones de adhesión al régimen, algo había cambiado entre los mineros, que eran conscientes de su fuerza. En agosto hubo nuevos conatos de huelga, con una treintena de centros paralizados y 20.000 obreros implicados, pero no consiguió cuajar entre la sociedad, y fue rápidamente desactivada por el gobierno. Cientos de mineros fueron deportados a destinos como Valladolid, junto a sus familais, para alejarlos de los 'focos revolucionarios'. Las fábricas también forzaron los 'cierres patronales' para alargar las huelgas y axfisiar económicamente a sus patronos. Aunque medio siglo después puede parecer que el conflicto quedó en tablas, los mineros lograron en dos meses los imprescindible: obligaron al franquismo a negociar el fin de las protestas obreras.
"¡Qué tabiquen los pozos!"
Las movilizaciones mineras de 1957 y 1958, en demanda de mejores salarios, fueron el preludio de la 'huelgona' del 62. Entonces, los mineros optaron por encerrarse en los pozos, ante la incredulidad de los gobernates de la región. Había trabajadores 'atrincherados' en los pozos María Luisa, Fondón y San Luis. Cuando Francisco Labadie, gobernador civil en Asturias, comunicó esta situación al minsitro de la Gobernación, Camilo Alonso, éste exclamó, en un arrebato, "pues, ¡qué tabiquen los pozos!", una orden que nunca llegó a aplicarse. Los mineros de 1962, 'militarizados' por el régimen (el carbón y su extracción eran de improtancia vital), se enfrentaron a tribunales militares. Entre los obreros se hizo famosa una cita de un coronel, al frente de uno de estos procesos. "Parece mentira, con la limpieza de comunistas que hemos hecho, y todavía queda raíz". La 'huelgona', que comenzó por motivos laborales, sin el apoyo de sindicatos o partidos en el exilio, fue rápidamente politizada. Eladio Gueimonde, uno de los picadores del pozo Nicolasa, recuerda medio siglo después que "la huelga comenzó porque queríamos más dinero y mejores condiciones, la mina era inhumana". Otro de sus compañeros, Francisco Fernández, sobre el que no cabía ninguna sospecha de militancia comunista (pertenecía a Falange y era veterano de la División Azul) lamentó que la izquierda intentase aprovechar la huelga, "pero no estábamos dispuestos a seguir soportando las injusticias de la empresa". Junto a Aníbal Álvarez, Eugenio Muñiz, Jovino Ardura, Abelardo Panadero y José del Caz, los 'siete' del Nicolasa, consiguieron poner al franquismo contra las cuerdas. Nunca lo hubieran conseguido sin el respaldo de sus compañeros, y de sus mujeres, madres e hijas. Pilar Álvarez recuerda que algunas fueron encarceladas. "Les cortaban el pelo, para que todo el mundo supiera que habían estado presas, aunque también se les veían claramente los golpes recibidos". Algunas mujeres repartían octavillas, y otras reunían comida para los presos y sus familias, privadas de sustento. Su particualr 'guerra' fue más psicológica que activa, pepartiendo maíz por los pueblos, apoyando a sus padres y esposos, y presionando a las fuerzas del orden.
Francisco Prado solo tenía 16 años cuando comenzó la 'huelgona' de 1962. Aún así, repartió octavillas, colaboró con los huelguistas y tomó 'conciencia de clase'. Tras aquellas movilizaciones, pasó de ser un joven militante crsitiano, a un firme opositor del franquismo, antes de participar en la creación de Comisiones Obreras.
La 'huelgona' del 62 le pilló siendo un adolescente, y además 'militante' cristiano
Cumplí los 17 años el 16 de abril, cuando la huelga ya se había extendido. Era responsable provincial de las Juventudes Obreras Cristianas, una asociación internacional con sede en Bélgica, y en la que teníamos más libertad ya que no dependíamos tanto de la jerarquía eclesiástica del régimen. También estudiaba Maestría Industrial en Avilés.
Militaba en una organización de la Iglesia Católica, afín al régimen
Pero también éramos jóvenes y obreros, y debatíamos y discutíamos sobre la huelga y las demandas de los mineros. Algunos de los miembreos de las JOC trabajaban en los pozos, y desde allí contribuyeron a extender los paros. Junto a Hermandad Obrera de Acción Católica, publicamos un escrito defendiendo la huelga, desde los valores cristianos. En ese manifiesto, pedíamos libertad sindical, derecho a reunión... No era lo que esperaban.
¿Cuál fue su primera contribución a la huelga?
Nos reunimos en Madrid con otros compañeros, imprimimos octavillas de apoyo a los mineros, regresamos a Asturias en tren, cargados de paquetes. Aunque no llegamos a repartirlas.
¿Qué ocurrió?
Estábamos discutiendo en nuestra sede de Oviedo, sobre como distribuirlas. Entonces entró la Policía y nos detuvo. Nosotros alegamos que no tenían derecho, el local pertenecía a la Iglesia, y por tanto, según el Concordato, necesitaban permiso del obispado para poder actuar. Nos respondieron que ya lo sabían, y que además les mandaba el obispo.
¿Había miedo a la represión?
Siempre lo hubo. En los 70, yo pasé por la cárcel, sufrí despidos y fui represaliado. En el 62 ocurrió lo mismo, pero aquellos hombres no podían seguir callados. En la mina se trabajaba mucho y mal, había silicosis, derrumbes, grisú... Pero, contra la represión, se despertaba la solidaridad. Los tenderos fiaban a las familias, los médicos colaboraban en las parroquias, los curas organizaban comedores para los hijos de los huelguistas...
Los llamados 'curas rojos' también participaron en la "huelgona"
Casi todos los párrocos de las cuencas eran jóvenes, y realistas. También apoyaron la huelga, y luego fueron castigados. Muchos acabaron dando misa en pueblos perdidos de los Picos de Europa, alejados por el obispo de los centros obreros.
Cientos de mineros fueron deportados ¿En qué consistía su exilio?
Llenaban trenes, autobuses o camiones con los obreros más reivindicativos, los líderes. Los llevaban a León, Lugo o Valladolid, y los dejaban tirados en mitad de un pueblo, con la obligación de presentarse ante la Guardia Civil dos veces al día. Ahora parece inaudito, pero en los 60, irte a 200 o 300 kilómetros, era un destierro.
El régimen controlaba los medios de comunicación ¿cómo pudo extenderse la huelga por Asturias, y otras regiones, de forma tan rápida?
Por entonces, todos conocíamos a alguien que trabajaba en un taller o en un pozo. Y los chigres se convirtieron en puntos de información. Allí te enterabas de que la cárcel de Oviedo estaba llena de huelguistas, o de que una fábrica había dejado de producir. La "huelgona" traspasó fronteras, en Barcelona, los estudiantes se manifestaban cantando el 'Asturias patria querida'.
Los paros se coordinaron sin asambleas ni reuniones...
Organizar una asamblea era darles motivo para detenerte. Bastaba conque un picador, respetado en un pozo, no recogiese su lámpara, o no descolgase la ropa de su gancho de vestuarios. Era una señal. Los demás mineros hacían lo mismo, y la voz se corría por toda Asturias.
Por entonces, no había piquetes, pero sí coacciones a otros trabajadores
Nunca hubo que lamentar nada grave, y hablamos de 65.000 mineros y obreros en huelga, solo en Asturias. En la Fábrica Moreda, en Gijón, los empleados no sabían qué hacer, si seguir en sus puestos o ir a la huelga. Había miedo, y ese día no hubo paros. A la mañana siguiente, la entrada de la planta estaba sembrada de maíz. Al verlo, todos dieron la vuelta y se fueron a casa.
El maíz era símbolo de la cobardía...
Hay que entender que hablamos de la década de los 60. Entonces, que te metieran maíz en el buzón, o que un grupo de mujeres te llamaran gallina, y te gritaran que no tenías lo que hay que tener, era un insulto muy serio.
¿Qué papel jugaron las mujeres?
Fueron esenciales. Su labor fue tan importante, o más, que la de los hombres. Primero, sacaron adelante sus hogares sin apenas ingresos, y después, encabezaron la lucha. A muchas les costó la cárcel y torturas, pero fueron más firmes y duras que algunos mineros y obreros del metal.
Al final de la huelga, el régimen sí permitió asambleas para nombrar a una comisión que representara a los huelguistas
Fue una gran victoria. Los miembros de la comisión negociaron directamente con José Solís, el Ministro del Sindicato Vertical.
Solís, al menos, era la 'cara amable' del régimen.
Cuando Franco se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, estoy seguro de que se echó a temblar, porque en 1962, era él quien quería mostrar una cara amable en Europa, afirmando que España era un país que había superado la posguerra y en el que se respetaban las libertades. Pero la huelga demostró que no había libertad de sindicación, ni de expresión, ni de reunión...
¿Qué papel jugó la prensa extranjera?
Los medios de comunicación españoles no se hacían eco de la "huelgona". Cuando finalizó, los diarios de Madrid publicaron en portaa 'la situación en Asturias se ha normalizado', hasta entonces, ni habían hablado de los paros. Afortunadamente, la región estaba llena de corresponsales ingleses y franceses, que remitían crónicas a 'Le Monde' o 'The Times'. Gracias a ellos, Europa se enteró de lo que estaba pasando en Asturias.
Medio siglo después, ¿cree que ganaron el pulso al franquismo
Sí. Se lograron mejoras económicas, pero también se abrieron grietas en el régimen. A partir de ahí, el franquismo comenzó a desmoronarse. La "huelgona" fue algo único. 300.000 obreros plantaron cara a Franco, dejando de trabajar.
Participaron: Francisco Prado Alberdi, presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico; Rubén Vega, historiador; Miguel Ángel Fernández, economista; Laudelino Sierra, protagonista del acontecimiento; y Constantino Alonso González, protagonista del acontecimiento
Gijón, J. L. Argüelles
«Hay una luz en Asturias / que alumbra España entera, / y es que se ha levantado / toda la cuenca minera», cantaba Chicho Ferlosio donde podía, lejos siempre de la autoridad competente, mientras Picasso dibujaba una lámpara minera ya ecuménica y los estudiantes barceloneses eran detenidos por entonar «Asturias, Patria Querida», una canción hasta entonces sólo de borrachos. La reedición de «Las huelgas de 1962 en Asturias», publicado por Trea hace una década, y la celebración del medio siglo de aquella primera gran movilización social (hubo más de 300.000 huelguistas en toda España, con paros en 28 provincias) ha vuelto a poner el foco sobre una protesta que fue, entre otras cosas, un serio aviso para el franquismo.
«Aquellas huelgas fueron más que un conflicto e hicieron vacilar al régimen, además de suponer una bisagra entre dos épocas», afirmó ayer Rubén Vega, coordinador de «Las huelgas de 1962 en Asturias». «Aquella dictadura intransigente cedió por primera vez; el ministro (José) Solís tuvo que venir a Asturias a negociar con los mineros en huelga, no con el Sindicato Vertical, algo que no había pasado nunca», añadió el historiador y profesor de la Universidad de Oviedo. Esta reedición de un libro que estaba ya agotado se presentó ayer en el Ateneo Obrero de Gijón, donde también intervinieron el director de Trea, Álvaro Díaz Huici, además de los presidentes de la Fundación Juan Muñiz Zapico, Francisco Prado Alberdi, y de la centenaria institución ateneísta, Luis Pascual.
Las huelgas de 1962, cuyos ecos se prolongaron en años posteriores como consecuencia de la represión desatada por el franquismo, se iniciaron en el pozo Nicolasa, en Mieres, un 7 de abril de hace medio siglo. La sanción a siete picadores provocó una ola de solidaridad, primero entre los mineros de la instalación de Ablaña, entonces propiedad de Fábrica de Mieres, y posteriormente de toda la minería asturiana. Una protesta a la que se fueron sumando, en distintos momentos, otros trabajadores y estudiantes de distintas provincias españolas. Una mera reivindicación laboral se convirtió de pronto, para pasmo de los jerarcas del franquismo, en una reivindicación a favor de las libertades políticas y sindicales que el sistema negaba con ferocidad desde el final de la Guerra Civil.
Vega destacó ayer el amplio eco internacional que tuvo la protesta en un momento en el que Franco trataba de llegar a acuerdos con el Mercado Común. También la solidaridad que desató entre intelectuales (Ramón Menéndez Pidal encabezó el famoso manifiesto de solidaridad con los mineros asturianos) y una parte de la propia Iglesia católica. «Fue una movilización política por muchas razones», hizo resaltar Vega. Éste defendió, además, un concepto de la Historia -plasmado en este libro que firma un amplio número de investigadores- en el que el protagonismo corresponde más a la sociedad que a los personajes relevantes. Puso el ejemplo de la historiografía sobre la transición política española: «Lo que ha habido es un relato que daba ese protagonismo a las élites».
Para Díaz Huici, este libro ha adquirido también «un valor simbólico por la regresión política, social y económica del país». «Hay en sus páginas el ejemplo de una lucha por conquistar posiciones que ahora corren serio peligro de perderse», hizo resaltar el editor. El libro fue resultado de un encargo de la Fundación Juan Muñiz Zapico, de CC OO. A juicio de su presidente, Prado Alberdi, no es muy habitual que se publiquen ahora libros sobre obreros y huelgas. Criticó que Hunosa «haya negado su permiso para colocar una placa conmemorativa en el pozo Nicolasa».
Gijón, J. C. G.
Quiso el destino que la reedición de Las Huelgas de 1962 en Asturias tuviera marcada como fecha de lanzamiento el pasado 29 de marzo. Salió el 30. La huelga general frenó la publicación de la investigación del historiador Rubén Vega sobre la gran huelga que surgió de Asturias y que zahirió a la dictadura franquista. Paradojas de la vida.
Trea reedita ahora el magnífico trabajo de Vega que había salido a la luz hace diez años, coincidiendo con el cuarenta aniversario de la huelgona . Ahora, medio siglo después, vuelve a las librerías. No fue premeditado, pero la reedición de Las huelgas de 1962 en Asturias coincide con una época de regresión social, económica e, incluso, de libertades tras la reforma del Código Penal anunciado ayer por el PP. Francisco Prado Alberdi, sindicalista de raza y presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico, auténtica artífice de la obra, lo recordó ayer en la presentación del trabajo en el Ateneo Obrero de Gijón. También el editor Álvaro Díaz-Huici. "La obra de Rubén Vega adquiere ahora un valor simbólico por la represión absoluta que vivimos. El libro encarna un espíritu de lucha que ahora hay que sostener para recuperar posiciones en serio peligro", señaló el director de la editorial Trea.
Franco tiembla La huelga del 62 se inició por la protesta de los mineros del Pozo Nicolasa por la sanción a siete compañeros. Aquel movimiento terminó por contagiarse primero al resto de minas e industria metalúrgica de España. Luego, al resto del mundo. Unos 300.000 trabajadores secundaron el germen plantado en Nicolasa. El paro llegó a 28 provincias españolas.
Sin embargo, la huelga no fue un mero movimiento laboral. Fue más allá hasta el punto de comenzar a resquebrajar el régimen franquista. "La huelga, que luego tuvo secuelas en 1963 y 64, fue una especie de bisagra en la dictadura. Franco comenzó a darse cuenta de que, hasta el fin de su régimen, debería convivir con un movimiento obrero que había prendido en el pueblo", señaló ayer Rubén Vega.
Tal fue el éxito de la huelga del 62 que, en una medida inaudita para una dictadura, un ministro de Franco, José Solís, llegó a desplazarse a Asturias para negociar directamente con los mineros, "unos delincuentes para la dictadura, porque hay que recordar que la huelga estaba contemplada como un delito de rebelión militar", según recordó el autor. "Franco cedió, por primera vez en la historia, mientras la huelga aún estaba en vigor", añadió Vega.
No fue ese el único efecto de la huelgona . Su alcance internacional (llegó a haber manifestaciones incluso en Australia) abrió los ojos al Mercado Común Europeo (precedente de la UE) que vetó el ingreso de España, lo que hubiera significado un espaldarazo al régimen franquista. El movimiento obrero, además, según señaló Vega, hizo reaccionar a los intelectuales españoles, a los estudiantes, que se echaron a la calle, a la prensa e incluso a la curia, que dio apoyos puntuales. España empezó a cambiar en Nicolasa.
Gijón, Sergio García
Hacia los años cincuenta y sesenta el régimen franquista comienza a sufrir cambios importantes en su estructura. La lucha de poder entre la Falange y los tecnócratas ligados al Opus Dei da como resultado un fortalecimiento de estos últimos que toman las riendas económicas. La necesidad de superación de la autarquía del capitalismo español para adaptarse al contexto internacional de la época le obligó, por una parte, a iniciar un proceso de apertura de relaciones con la Comunidad Económica Europea. A su vez, internamente se aplicó el Plan de Estabilización y medidas de racionalización (como el congelamiento de los salarios). El Régimen necesitaba salir de su aislamiento y minimizar de alguna forma la oposición internacional. Pero a su vez creaba las condiciones para su caída.
Las luchas obreras se habían recuperado produciéndose protestas aisladas sobre todo entre los mineros. Destacaban las huelgas de los años 1957-58 donde los trabajadores comenzaban a formular demandas salariales debido al fuerte impacto de la carestía de la vida sobre unos salarios que no alcanzaban. Hay que añadir la existencia del Sindicato Vertical que firmaba los convenios a espaldas de los trabajadores, y las mejoras conseguidas en los convenios del sector siderúrgico que rompieron el equilibrio entre diferentes sectores.
A principio de los sesenta existía entre la clase obrera española un sentimiento de furia hacia el régimen y sus instituciones que se venía acumulando durante décadas. La represión de los conflictos de la etapa anterior estaba grabada a fuego en la conciencia de los obreros y sus familias. En las cuencas mineras de Asturias esta situación se multiplicaba por mil. Franco había encabezado la represión salvaje contra los obreros revolucionarios en Octubre del 34 ("...recuerdo que cuando yo era comandante en Oviedo, fui a casi todas las cuencas para mantener el orden...").
Se había acumulado tanto material inflamable en los cimientos de la sociedad que bastó una chispa para encender el fuego y que éste se extendiera por toda la geografía del estado.
En la primavera de 1962 estalla en el Pozo Nicolasa un pequeño conflicto sobre los cambios de horario que da como resultado sanciones a siete picadores. "A partir de ese momento, la solidaridad se convierte en el principal motor de la respuesta obrera, conduciendo a la huelga primero a los compañeros del propio pozo y de otros próximos para alcanzar seguidamente al conjunto de la empresa (incluida su factoría siderúrgica)...hasta afectar a toda la Cuenca del Caudal y saltar seguidamente a la del Nalón, La Camocha...así como el grueso de la industria gijonesa. Más de 40.000 mineros, varios miles de siderúrgicos y unos 15.000 trabajadores gijoneses de diversos sectores acaban tomando parte en los paros...que adquieren el carácter de una huelga general. La onda expansiva no se detiene, sin embargo, en Asturias, afectando a la práctica totalidad de las cuencas mineras del resto de España, a la industria vizcaína y guipuzcoana y a numerosas empresas más dispersas en otras 25 provincias" (Acerca de la trascendencia de un conflicto obrero. Rubén Vega García. "Las huelgas de 1962 en Asturias").
Vuelven a resurgir con más fuerza las comisiones obreras que habían nacido como un germen en las luchas anteriores. Estas comisiones fueron creadas por un grupo reducido de mineros con diferentes ideologías en La Camocha en 1957. Poco a poco se convirtieron en organismos de clase flexibles y adaptables para la lucha clandestina que obligaba la situación. Correctamente desde el PCE se planteó participar activamente dentro de las comisiones, fortalecerlas y combinarlas con la lucha clandestina dentro del Sindicato Vertical. Así cuando llegamos a la huelga de abril en el 62, los obreros ligados al PCE se transforman en la dirección de la lucha, formulando las consignas para fortalecer el movimiento y extenderlo de una forma organizada. "¡ASTURIAS, SÍ!" se convirtió en grito de combate de la clase obrera española. Y los mineros asturianos en vanguardia del movimiento.
Los paros se fueron encadenando a lo largo de las semanas. Bastaba con que algún minero con autoridad parara a la entrada de la mina, un par de miradas a su alrededor y rápidamente el resto iniciaba la huelga. Muchas veces se colocaba maíz en la entrada de los pozos para avisar de la huelga e impedir la entrada de esquiroles (se les llamaba "gallinas"). Cuando se iniciaron las detenciones masivas de mineros, sus mujeres salieron a la calle desafiando a la Guardia Civil pidiendo solidaridad con los compañeros encarcelados que sumaban cientos esparcidos por varias provincias. Pronto este movimiento afectó a otras capas de la población. La "insurrección firmada" fue la respuesta de los pensadores, intelectuales, artistas y escritores por la falta de libertades del régimen.
Desde la prensa se atacaba a los huelguistas como delincuentes. "La última huelga asturiana carecía de las más elementales bases dialécticas. Era puro gamberrismo subversivo." (La crisis del carbón en Asturias. ABC. 14-9-1962)
Para el régimen fue una dura prueba de fuego para la que no estaba preparado. Primero aplicó instintivamente la represión rutinaria y luego la represión más salvaje, incluidas las torturas. Pero dado el cambio de ambiente entre los trabajadores esto sólo conseguía ganar más adeptos a la causa obrera y extender el conflicto. Cualquier demanda de los obreros se convertía rápidamente en una demanda política ya que las huelgas estaban prohibidas. No es casualidad que incluso las mismas bases de la Iglesia (gran gendarme ideológico del franquismo y que llamaba al diálogo) se rompieran en líneas de clase con una participación alta de los miembros de las JOC en los conflictos.
Los sectores más inteligentes del Estado percibieron claramente este cambio profundo en las relaciones entre las clases y la necesidad de un cambio de estrategia. "La huelga es, mal que nos pese, una institución internacional y una conquista de los trabajadores. Desconocer esta realidad de su existencia es tan inútil como prohibir por decreto la aparición del sarampión. La única manera de controlar la huelga es la creación de condiciones sociales que la priven de argumentos, su legalización, en última instancia, encuadrándola en un marco de garantías y condiciones jurídicas...". Así analizaba la situación Francisco Labadíe Otermín: un ex-gobernador civil, consejero del Movimiento y parte de la vieja guardia de la Falange.
Cuando se producen fuertes y profundos movimientos por debajo, hasta el régimen más fuerte se resquebraja. Las fisuras en el franquismo dividían a la clase dominante en un dilema: seguir con la represión o negociar con los huelguistas. En este contexto cualquier salida fortalecía inevitablemente al movimiento obrero que ya no tenía miedo de enfrentarse al monstruo y cada día que pasaba aumentaba la confianza en sus propias fuerzas. El hecho de que Franco enviara por primera vez a un representante del gobierno para negociar con los huelguistas representados en las comisiones obreras marca un punto de inflexión histórico. Por una parte dejaba al desnudo la debilidad del régimen y por otro el total desconocimiento del Sindicato Vertical como interlocutor de los trabajadores aumentando la autoridad de las comisiones obreras, y por consiguiente la influencia del PCE en amplias masas de la población.
Finalmente el régimen da concesiones importantes para frenar la huelga (que se extendió hasta el mes de mayo) como la prima salarial y modifica las leyes para incluir la negociación en los conflictos laborales. Que la prima salarial afecte a los trabajadores y empleados por igual es el detonante para nuevas huelgas en los meses de agosto y septiembre. Los empleados en su mayoría se habían posicionado con la patronal. Existía un profundo odio de clase desde los trabajadores a estos técnicos e ingenieros que los trataban despectivamente, los denunciaban y ahora se beneficiaban de su lucha. Estas huelgas se encontraron aisladas en parte porque el movimiento ya había llegado a su punto álgido y además porque gran parte de los mineros dirigentes estaban presos o deportados a otras zonas (no volvieron hasta pasado un año). En ese momento desde la dirección del PCE se lanzan las premisas necesarias para la nueva situación: "La creación de comisiones obreras unitarias de la Oposición sindical y el reforzamiento de las ya existentes, es una de las tareas más decisivas y urgentes. Estas comisiones deberán elaborar reivindicaciones en cada mina y empresa, organizando y dirigiendo la lucha por su consecución, y estableciendo entre ellas una coordinación de tipo local y provincial" ("A los trabajadores asturianos". Comité Provincial del PCE).
La historia demostró una vez más que la clase obrera era capaz de dirigir la lucha anti-franquista con sus propios métodos. De un solo golpe contundente se abrieron las puertas de par en par preparando en los próximos años lo que sería el auge de la lucha de clases más importante que se viviría desde la Guerra Civil. La "Huelgona del 62" desencadenó las condiciones que llevaron a la caída de la dictadura fascista. Tuvo una repercusión a nivel estatal y también internacionalmente produciendo manifestaciones de masas en solidaridad con los trabajadores asturianos.
Para la nueva generación todos estos acontecimientos suenan a distancia. Los tiempos han cambiado. Gracias a la lucha infatigable de los trabajadores, mujeres y jóvenes contra el fascismo se consiguieron los derechos democráticos. Pero no se rompió con el sistema que sustentó al franquismo: el capitalismo. Es imprescindible estudiar y comprender lo que pasó en esa época no sólo desde el punto de vista histórico sino también sacar las conclusiones necesarias para la lucha actual contra un sistema opresor que, ahora bajo una cobertura "democrática", nos impone bajos salarios, precariedad, viviendas inaccesibles, recorte de derechos, represión, futuro incierto, etc.
Bajo el capitalismo siempre existe la amenaza de perder nuevamente los derechos ganados por la lucha. Debemos participar activamente en la defensa de los derechos que se conquistaron en el pasado. Esto pasa por luchar día a día para mejorar nuestras condiciones de vida, organizándonos y preparando una lucha futura aún mayor: la revolución socialista.
Gijón, J. L. A.
La editorial Trea acaba de reeditar «Las huelgas mineras de 1962 en Asturias», libro de referencia sobre uno de los períodos más interesantes de las luchas obreras contra el franquismo. El volumen, coordinado por el historiador y profesor de la Universidad de Oviedo Rubén Vega, incluye trabajos de los investigadores Benigno Delmiro Coto, Francisco Erice, Carmen García, José Luis García, Ramón García Piñeiro, Juan Carlos de la Madrid, Carme Molinero, José María Moro Barreñada, María Moro Piñeiro, Julio Antonio Vaquero y Pere Ysás.
Esta reedición coincide con el cincuenta aniversario de unas movilizaciones que se iniciaron en las cuencas mineras asturianas, en concreto en el pozo Nicolasa, en Mieres, pero a las que se sumaron, muy pronto, otros colectivos laborales en distintos puntos de España para denunciar las condiciones de vida bajo el franquismo. La protesta, en la que tuvo un papel fundamental el PCE y las incipientes Comisiones Obreras (CC OO), aunque sumó un amplio apoyo social en el que también jugaron un papel determinante las mujeres de las Cuencas, abrió un proceso de encarcelamientos, despidos, torturas y destierros. Como consecuencia, las protestas derivadas de las huelgas de 1962 aún se mantenían tres años después, cuando se produjo el asalto a la Comisaría de Mieres.
Esta reedición de Trea se presenta hoy en la sede del Ateneo Obrero, en la calle Covadonga. Intervendrán en el acto, además del director de Ediciones Trea, Álvaro Díaz Huici, el coordinador de la obra, Rubén Vega, y los presidentes de la Fundación Juan Muñiz Zapico y del propio Ateneo, Francisco Prado Alberdi y Rubén Vega, respectivamente.
Benjamín Gutiérrez
Hay una lumbre en Asturias que calienta España entera, y es que allí se ha levantado, toda la cuenca minera, toda la cuenca minera.
Ale asturianos que esta nuestros destinos, en vuestras manos.
Empezaron los mineros y los obreros fabriles, si siguen los campesinos, seremos cientos de miles, seremos cientos de miles.
Bravos mineros, siguen vuestro camino los compañeros...
Letra de "Hay una lumbre en Asturias",
canción de Chicho Sánchez Ferlosio
Aquel 7 de abril en el Pozo Nicolasa de Mieres prendía una mecha que se desarrollaría a lo largo de la primavera y del verano de aquel año. El descontento llevó a las reivindicaciones laborales y la falta de libertad las convertiría en políticas. Las Huelgas de 1962 marcaron un antes y un después en la lucha contra la dictadura franquista y en el desarrollo de las comisiones obreras. No fueron las primeras ni las últimas pero sí que fueron las que marcaron el camino. Ya en los años cincuenta las movilizaciones habían conseguido avances en conflictos puntuales pese a la feroz represión. Pero en 1962 el conflicto laboral en los pozos asturianos sería la chispa de un movimiento estatal e internacional que se extendería por toda Asturias y por las principales zonas industriales españolas de la época y que movilizaría a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. La represión demostraría una vez más la cara del régimen pese a los intentos de dar una imagen aperturista. Detenciones, torturas, cárcel y deportaciones no pudieron frenar un movimiento que obligaría a la dictadura a negociar con los huelguistas y a ceder en buena parte de sus peticiones. Sin duda el éxito de las movilizaciones se basó en la suma de sectores laborales, sociales y políticos, del conjunto de la sociedad de las cuencas y en la repercusión nacional e internacional. El papel del PCE fue fundamental junto al ala progresista de la iglesia, la suma de la militancia de las organizaciones antifranquistas y el apoyo de los intelectuales. Durante aquellos meses Asturias volvió a ser referente mundial con movilizaciones de apoyo y muestras de solidaridad por todo el mundo. En el 2002, diversas publicaciones y actos, de la Fundación Juan Muñiz Zapico de CCOO de Asturias, rindieron homenaje a los protagonistas directos, a los hombres y mujeres que organizaron las huelgas y sufrieron la represión del régimen.
Este año se conmemora el 50 Aniversario de las Huelgas de 1962. Los actos tendrán su epicentro en Mieres y contando con la participación de diversas asociaciones en un marco de coordinación auspiciado por la Concejalía de Memoria Histórica local y la Fundación Juan Muñiz Zapico. El 12 de abril el Ayuntamiento de Mieres celebrará en el Pozo Nicolasa un acto institucional de reconocimiento a los huelguistas. La tarea de la difusión de la historia de las huelgas tendrá, como dinámica principal, actividades didácticas en los IES sobre las huelgas y en especial sobre la importancia del papel de las mujeres en las movilizaciones con la proyección del corto A Golpe de Tacón y la exposición de los hechos de su protagonista, Anita Sirgo. La jornada principal de reconocimiento a los y las huelguistas se realizará a través de sus testimonios con la proyección el 26 de abril, en la Casa de Cultura de Mieres, del documental Hay una Luz en Asturias... Testigos de las Huelgas de 1962, como homenaje a los y las protagonistas. Esta proyección contará con la presencia de Nicolás Sartorius y con la colaboración entre otras entidades de la Fundación de Investigaciones Marxistas y el Archivo Histórico del PCE. También se reeditará y presentará el libro Las Huelgas de 1962 en Asturias, coordinado por el historiador Rubén Vega en 2002 entre otras acciones divulgativas. EL objetivo del aniversario es reconocer la importancia de aquellas movilizaciones así como de sus protagonistas, de todos aquellos y aquellas que las hicieron posibles. La recuperación de la memoria histórica para hacer llegar a las generaciones más jóvenes la realidad y el ejemplo de aquellas luchas y su importancia para la conquista de derechos laborales y políticos, ejemplo y motor del cambio social, mas reivindicables aun en momentos de crisis como los actuales.
(Benjamín Gutiérrez Huerta es director de la Fundación Juan Muñiz Zapico)
Benjamín Gutiérrez
Hay una lumbre en Asturias que calienta España entera, y es que allí se ha levantado, toda la cuenca minera, toda la cuenca minera.
Ale asturianos que esta nuestros destinos, en vuestras manos.
Empezaron los mineros y los obreros fabriles, si siguen los campesinos, seremos cientos de miles, seremos cientos de miles.
Bravos mineros, siguen vuestro camino los compañeros...
Letra de "Hay una lumbre en Asturias",
canción de Chicho Sánchez Ferlosio
Aquel 7 de abril en el Pozo Nicolasa de Mieres prendía una mecha que se desarrollaría a lo largo de la primavera y del verano de aquel año. El descontento llevó a las reivindicaciones laborales y la falta de libertad las convertiría en políticas. Las Huelgas de 1962 marcaron un antes y un después en la lucha contra la dictadura franquista y en el desarrollo de las comisiones obreras. No fueron las primeras ni las últimas pero sí que fueron las que marcaron el camino. Ya en los años cincuenta las movilizaciones habían conseguido avances en conflictos puntuales pese a la feroz represión. Pero en 1962 el conflicto laboral en los pozos asturianos sería la chispa de un movimiento estatal e internacional que se extendería por toda Asturias y por las principales zonas industriales españolas de la época y que movilizaría a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. La represión demostraría una vez más la cara del régimen pese a los intentos de dar una imagen aperturista. Detenciones, torturas, cárcel y deportaciones no pudieron frenar un movimiento que obligaría a la dictadura a negociar con los huelguistas y a ceder en buena parte de sus peticiones. Sin duda el éxito de las movilizaciones se basó en la suma de sectores laborales, sociales y políticos, del conjunto de la sociedad de las cuencas y en la repercusión nacional e internacional. El papel del PCE fue fundamental junto al ala progresista de la iglesia, la suma de la militancia de las organizaciones antifranquistas y el apoyo de los intelectuales. Durante aquellos meses Asturias volvió a ser referente mundial con movilizaciones de apoyo y muestras de solidaridad por todo el mundo. En el 2002, diversas publicaciones y actos, de la Fundación Juan Muñiz Zapico de CCOO de Asturias, rindieron homenaje a los protagonistas directos, a los hombres y mujeres que organizaron las huelgas y sufrieron la represión del régimen.
Este año se conmemora el 50 Aniversario de las Huelgas de 1962. Los actos tendrán su epicentro en Mieres y contando con la participación de diversas asociaciones en un marco de coordinación auspiciado por la Concejalía de Memoria Histórica local y la Fundación Juan Muñiz Zapico. El 12 de abril el Ayuntamiento de Mieres celebrará en el Pozo Nicolasa un acto institucional de reconocimiento a los huelguistas. La tarea de la difusión de la historia de las huelgas tendrá, como dinámica principal, actividades didácticas en los IES sobre las huelgas y en especial sobre la importancia del papel de las mujeres en las movilizaciones con la proyección del corto A Golpe de Tacón y la exposición de los hechos de su protagonista, Anita Sirgo. La jornada principal de reconocimiento a los y las huelguistas se realizará a través de sus testimonios con la proyección el 26 de abril, en la Casa de Cultura de Mieres, del documental Hay una Luz en Asturias... Testigos de las Huelgas de 1962, como homenaje a los y las protagonistas. Esta proyección contará con la presencia de Nicolás Sartorius y con la colaboración entre otras entidades de la Fundación de Investigaciones Marxistas y el Archivo Histórico del PCE. También se reeditará y presentará el libro Las Huelgas de 1962 en Asturias, coordinado por el historiador Rubén Vega en 2002 entre otras acciones divulgativas. EL objetivo del aniversario es reconocer la importancia de aquellas movilizaciones así como de sus protagonistas, de todos aquellos y aquellas que las hicieron posibles. La recuperación de la memoria histórica para hacer llegar a las generaciones más jóvenes la realidad y el ejemplo de aquellas luchas y su importancia para la conquista de derechos laborales y políticos, ejemplo y motor del cambio social, mas reivindicables aun en momentos de crisis como los actuales.
(Benjamín Gutiérrez Huerta es director de la Fundación Juan Muñiz Zapico)
Mañana, a las 19.00 horas en el local social del Ateneo Obrero de Gijón, tendrá lugar la presentación del libro ‘Las Huelgas de 1962 en Asturias’, un acto organizado por la Fundación Juan Muñiz Zapico.
El libro, editado en la colección ‘Varia’ de Ediciones TREA, está coordinado por Rubén Vega y cuenta con textos de Benigno Delmiro Coto, Francisco Erice Sebares, Carmen García García, José Luis García García, Ramón García Piñeiro, Juan Carlos de la Madrid, Carme Molinero, José María Moro Barreñada, María Moro Piñeiro, Julio Antonio Vaquero Iglesias y Pere Ysàs.
El 7 de abril se cumplieron 50 años de las Huelgas de 1962, movilizaciones que marcaron un antes y un después en la historia del movimiento obrero de nuestro país y que tuvieron su epicentro en Asturias y una gran repercusión internacional. La presentación del acto correrá a cargo de Luis Pascual (presidente del Ateneo Obrero) e intervendrán Francisco Prado Alberdi (presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico), Álvaro Díaz (director de Ediciones TREA) y Rubén Vega (profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo y coordinador de la obra).
Francisco Palacios
Todo empezó en el pozo Nicolasa de Mieres al ser despedidos siete picadores que reclamaban mejoras económicas y laborales. Era el siete de abril de 1962 y se iniciaba así un movimiento huelguístico que duró dos meses: hasta entonces, el más largo y tenaz al que se enfrentaba la dictadura. Aunque afectó especialmente a las cuencas mineras del Caudal y del Nalón, tuvo amplias repercusiones a escala nacional e internacional. Fue también una huelga silenciosa y pacífica. Algo que no comprendía bien la Policía, en cuyos informes resaltaba que los huelguistas estaban adoptando una postura extrañamente tranquila. Que no les parecía muy lógica, «dada la psicología un tanto violenta del clásico minero asturiano».
El conflicto estalló en pleno desarrollismo franquista. Las minas asturianas empleaban entonces a unos 43.000 trabajadores, sumados los del interior y los del exterior. Y corrían tiempos en los que el carbón empezaba a sufrir la imparable competencia de otras fuentes de energía. Pues bien, después de un trienio de salarios congelados por el plan de estabilización, la reactivación económica provocó una oleada de reivindicaciones salariales en las principales zonas mineras e industriales. Los obispos ya habían denunciado públicamente que las remuneraciones de la mayoría de los obreros españoles «eran a todas luces insuficientes». Debido a la falta de cauces sindicales y políticos adecuados, aquella huelga asturiana se alargó mas de lo debido y adquirió unas dimensiones políticas que se volvieron contra el propio régimen. Por aquellas fechas estallaron también conflictos mineros en Francia y Bélgica, que no tuvieron otras repercusiones que las propiamente laborales. Sobre esta cuestión trataba un escrito de un grupo de renombrados intelectuales españoles, encabezado por Ramón Menéndez Pidal y dirigido a Manuel Fraga Iribarne. En ese manifiesto se subrayaba que las huelgas eran normales y legales en los países occidentales democráticos, donde la negociación de las reivindicaciones económicas se realizaba «con renuncia a los métodos represivos y autoritarios».
Por otra parte, conocimos de cerca algunos efectos inmediatos y cotidianos de la huelga del 62. Además de la dura represión empresarial y gubernamental, las familias de los mineros tuvieron que soportar mil carencias y sacrificios. Pero también fueron incontables las acciones solidarias dentro y fuera de las valles mineros: de otras familias, de comerciantes, de hosteleros, de distintas organizaciones sociales?De parroquias que improvisaron comedores infantiles gratuitos para los hijos de los trabajadores. Y en la intrahistoria de aquellas luchas hay que destacar asimismo la activa participación, en distintos frentes, de buen número de mujeres.
La huelga concluyó consiguiendo los mineros todas sus reivindicaciones. El entonces ministro secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, negoció directamente con representantes de los huelguistas, lo que marcaría el principio de la quiebra de los sindicatos oficiales y el nacimiento de un nuevo tipo de sindicalismo: las comisiones de obreros. A propósito, Stalin había aconsejado a Santiago Carrillo que los comunistas españoles tenían que infiltrarse en los sindicatos verticales, considerados por líder soviético como una organización de masas legal, y utilizarlos para combatir las estructuras del franquismo desde dentro. Es cierto que aquella huelga, junto a otras presiones políticas como el llamado contubernio de Munich, supusieron una indudable sacudida para el régimen. Pero éste se mantuvo aún trece años más: hasta la muerte del dictador.
Un dirigente de IU declaraba días pasados que «España se había llenado de luz hace 50 años con la huelga del 62». Una forma poética de convertir en legendario un episodio histórico. En cualquier caso, cinco años después de aquella huelga se constituyó Hunosa, que mantuvo buena parte de la población activa minera. Una población que ahora apenas llega a los 2000 obreros. Medio siglo después de aquella famosa huelga se lucha por los problemáticos fondos mineros, que ni mucho menos cumplieron su principal objetivo: reactivar las comarcas mineras.
Benjamín Gutiérrez Huerta
Hay una lumbre en Asturias que calienta España entera, y es que allí se ha levantado, toda la cuenca minera, toda la cuenca minera.
Ale asturianos que esta nuestros destinos, en vuestras manos.
Empezaron los mineros y los obreros fabriles, si siguen los campesinos, seremos cientos de miles, seremos cientos de miles.
Bravos mineros, siguen vuestro camino los compañeros...
Letra de "Hay una lumbre en Asturias",
canción de Chicho Sánchez Ferlosio
Aquel 7 de abril en el Pozo Nicolasa de Mieres prendía una mecha que se desarrollaría a lo largo de la primavera y del verano de aquel año. El descontento llevó a las reivindicaciones laborales y la falta de libertad las convertiría en políticas. Las Huelgas de 1962 marcaron un antes y un después en la lucha contra la dictadura franquista y en el desarrollo de las comisiones obreras. No fueron las primeras ni las últimas pero sí que fueron las que marcaron el camino. Ya en los años cincuenta las movilizaciones habían conseguido avances en conflictos puntuales pese a la feroz represión. Pero en 1962 el conflicto laboral en los pozos asturianos sería la chispa de un movimiento estatal e internacional que se extendería por toda Asturias y por las principales zonas industriales españolas de la época y que movilizaría a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. La represión demostraría una vez más la cara del régimen pese a los intentos de dar una imagen aperturista. Detenciones, torturas, cárcel y deportaciones no pudieron frenar un movimiento que obligaría a la dictadura a negociar con los huelguistas y a ceder en buena parte de sus peticiones. Sin duda el éxito de las movilizaciones se basó en la suma de sectores laborales, sociales y políticos, del conjunto de la sociedad de las cuencas y en la repercusión nacional e internacional. El papel del PCE fue fundamental junto al ala progresista de la iglesia, la suma de la militancia de las organizaciones antifranquistas y el apoyo de los intelectuales. Durante aquellos meses Asturias volvió a ser referente mundial con movilizaciones de apoyo y muestras de solidaridad por todo el mundo. En el 2002, diversas publicaciones y actos, de la Fundación Juan Muñiz Zapico de CCOO de Asturias, rindieron homenaje a los protagonistas directos, a los hombres y mujeres que organizaron las huelgas y sufrieron la represión del régimen.
Este año se conmemora el 50 Aniversario de las Huelgas de 1962. Los actos tendrán su epicentro en Mieres y contando con la participación de diversas asociaciones en un marco de coordinación auspiciado por la Concejalía de Memoria Histórica local y la Fundación Juan Muñiz Zapico. El 12 de abril el Ayuntamiento de Mieres celebrará en el Pozo Nicolasa un acto institucional de reconocimiento a los huelguistas. La tarea de la difusión de la historia de las huelgas tendrá, como dinámica principal, actividades didácticas en los IES sobre las huelgas y en especial sobre la importancia del papel de las mujeres en las movilizaciones con la proyección del corto A Golpe de Tacón y la exposición de los hechos de su protagonista, Anita Sirgo. La jornada principal de reconocimiento a los y las huelguistas se realizará a través de sus testimonios con la proyección el 26 de abril, en la Casa de Cultura de Mieres, del documental Hay una Luz en Asturias... Testigos de las Huelgas de 1962, como homenaje a los y las protagonistas. Esta proyección contará con la presencia de Nicolás Sartorius y con la colaboración entre otras entidades de la Fundación de Investigaciones Marxistas y el Archivo Histórico del PCE. También se reeditará y presentará el libro Las Huelgas de 1962 en Asturias, coordinado por el historiador Rubén Vega en 2002 entre otras acciones divulgativas.
EL objetivo del aniversario es reconocer la importancia de aquellas movilizaciones así como de sus protagonistas, de todos aquellos y aquellas que las hicieron posibles. La recuperación de la memoria histórica para hacer llegar a las generaciones más jóvenes la realidad y el ejemplo de aquellas luchas y su importancia para la conquista de derechos laborales y políticos, ejemplo y motor del cambio social, mas reivindicables aun en momentos de crisis como los actuales.
(Benjamín Gutiérrez Huerta es director de la Fundación Juan Muñiz Zapico)
Mieres / Langreo, Miguel Á. Gutiérrez
Hace medio siglo, una mañana de abril, siete mineros de la capa novena del pozo Nicolasa de Mieres decidieron dejar de picar carbón en protesta por la reorganización unilateral de los turnos y las precarias condiciones salariales. Fue un gesto aparentemente inocuo. Sin embargo, desencadenó una protesta laboral y política sin precedentes que hizo tambalear las estructuras del régimen franquista. Los siete trabajadores fueron suspendidos de empleo y sueldo. El 7 de abril de 1962, ni el relevo de la mañana ni el de la tarde entraron a trabajar en solidaridad con sus compañeros sancionados. Aquello supuso el inicio de una cadena de paros que se extendió a minas, plantas siderúrgicas, talleres y factorías industriales de todo el país, y que llevó a la huelga en los dos meses siguientes a 300.000 trabajadores, 65.000 de ellos en Asturias.
Franco reaccionó por medio de la fuerza, en un primer momento, y a través de la negociación después, pero todos los esfuerzos resultaron baldíos.Ya nada volvería a ser igual en España. La «huelgona» de la primavera de 1962 y la onda expansiva posterior acentuó la lucha entre tecnócratas y falangistas dentro del propio régimen; quebró la sólida unidad entre Iglesia y Estado debido al apoyo a los obreros de algunos sectores del clero; alumbró un nuevo sindicalismo basado en las comisiones obreras; y concitó la solidaridad internacional y el respaldo de algunos de los más destacados intelectuales del país (Menéndez Pidal, Pérez deAyala, Cela...) a través de sucesivos manifiestos contra la ausencia de libertades en lo que se denominó la «insurrección firmada». Pero, por encima de todo, el movimiento huelguístico surgido en Asturias demostró que el régimen era vulnerable.
El contexto sociolaboral de principios de los años sesenta ofrecía el caldo de cultivo idóneo para que se produjera el estallido. Las traumáticas medidas económicas impulsadas por los tecnócratas ligados al Opus Dei que habían ganado peso en los gabinetes franquistas –ajustes de plantillas, congelación de salarios, apertura exterior, planes de estabilización– rompieron el paradigma autárquico y tuvieron especial repercusión en las minas, que se vieron afectadas por la competencia de fuentes energéticas en ascenso como el petróleo. Esta delicada coyuntura se tradujo, a pie de pozo, en salarios desajustados con el coste de la vida a los que se sumaban unas precarias condiciones de seguridad.
La chispa pudo estallar en cualquier mina, pero prendió en el pozo Nicolasa, propiedad entonces de Fábrica de Mieres. La supresión de uno de los turnos y la negativa a subir el precio del destajo motivó que 25 mineros redujeran deliberadamente el ritmo de trabajo y que siete pararan por completo. La suspensión de empleo y sueldo de estos últimos fue el detonante de una protesta que se extendió como una mancha de aceite por todo el país.
La huelgona sumó para la causa a comunistas, socialistas, trabajadores sin militancia alguna y cristianos de base vinculados al apostolado obrero. Incluso, entre los «siete de Nicolasa», había –según recoge el historiador Ramón García Piñeiro en el libro «La huelga de 1962 en Asturias»– un falangista, Francisco Fernández, que había estado en la División Azul y que en los informes policiales aseguró no estar dispuesto a «seguir soportando las injusticias de la empresa», aunque su postura pudiera beneficiar a los «enemigos» del régimen.
Las mujeres de los mineros tuvieron un papel preponderante en la huelgona, liderando en muchas ocasiones los piquetes. También fue capital la solidaridad de comerciantes y vecinos para ayudar a cientos de familias a obtener alimentos al no disponer de ingresos. La represión del movimiento huelguístico (que llegó a motivar la declaración del estado de excepción en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa a principios de mayo), derivó en numerosos interrogatorios, registros domiciliarios y un abultado número de detenciones, 356 en dos meses.
Franco cambió entonces de estrategia y optó por la negociación. Envió a Asturias a José Solís –conocido como la «sonrisa del régimen»– a negociar directamente con los representantes de los huelguistas, lo que certificó la defunción del SindicatoVertical. Todas las demandas laborales fueron atendidas. Los mineros regresaron a los pozos, pero ya nada volvería a ser igual.
Langreo, M. A. G.
Eladio Gueimonde es uno de los siete picadores del pozo Nicolasa que en abril de 1962 decidió dejar de arrancar carbón, una postura contestada por la empresa con la suspensión de empleo y sueldo que desencadenó una cadena de paros en toda España. Gueimonde, que actualmente tiene 72 años y reside en Palencia, reconoce que la protesta no surgió conmotivaciones políticas, sólo laborales. Este minero retirado y sus compañeros reclamaban unas mejores condiciones de trabajo en el pozo –«la mina de entonces era inhumana»– y una subida salarial, ya que la paga por aquel entonces era de 100 pesetas al día «lo mismo que un kilo de carne» y, en ocasiones, «incluso había que escotar para comprar una cajetilla de Celtas».
Gueimonde argumenta que «muchos de los derechos laborales obtenidos desde entonces se han perdido». No obstante, considera «misión imposible» que en el contexto actual se produjera una huelga del calado de la que se vivió en 1962. «Hoy en día, con cinco millones de parados, hay muchos más motivos para una huelgona de los que había entonces. Sin embargo, no sería posible porque nosotros teníamos más posibilidades de resistir; ahora la gente joven está cogida por sus partes con críos, hipotecas, la letra del coche», explica este picador retirado, para añadir a continuación: «Muchas veces, si no fuera por la ayuda de los padres y los abuelos, llegarían a pasar hambre. Además, los políticos parece que vienen a servirse en lugar de servir al pueblo. Sus coches oficiales, los móviles y las tarjetas de crédito las pagan obreros que no llegan a fin de mes».
Este ex trabajador del pozo Nicolasa relata que, en 1962, «los compañeros andaban muy quemados por el salario y las condiciones de trabajo», aunque reconoce que ni él ni los demás mineros que decidieron dejar de picar eran conscientes «de que se iba a liar la que se montó». Gueimonde ve paralelismos entre la situación económica del país hace medio siglo y la que se vive ahora. «Cuando mejoraron las condiciones salariales de los obreros, la gente pudo comprarse una casa o un seiscientos y eso tiró de la economía. Si ahora siguen bajando los sueldos la situación va a ser peor».
Langreo, M. A. G.
Anita Sirgo, Celestina Marrón, Amor Gutiérrez y Constantina Pérez, «Tina» ponen nombre a los cientos de mujeres, casi todas ellas hijas, madres o esposas de mineros, que jugaron un papel determinante en la huelgona de 1962. Ellas se ocuparon de recorrer las Cuencas para informar sobre la evolución de la huelga, recabar alimentos para presos y deportados, y encabezar los piquetes a la entrada de los pozos. Una de las técnicas era arrojar maíz en el suelo, una sutil forma de llamar «gallinas» a los que no secundaban la protesta. La planificación del siguiente movimiento se hacía en reuniones clandestinas rotatorias, acompañadas de café o chocolate con churros, para tener la coartada de celebrar una merienda si aparecía la Guardia Civil.
La reivindicación no salió gratis. Las mujeres también sufrieron la represión del régimen. Un buen ejemplo es Anita Sirgo, a la que rasuraron la cabeza en la cárcel como método de coacción y que perdió parcialmente la audición en un oído como consecuencia de los golpes recibidos. «Las mujeres hicieronmucho para que la huelga saliera adelante; sin nosotras, había sido imposible que triunfara», rememora. A pesar de las secuelas sufridas, esta vecina de Lada no se arrepiente: «Se hicieron bastantes sacrificios pero estoy convencida de que mereció la pena porque se consiguió mucho, no sólo por la subida de salarios. Antes los mineros acababan silicosos perdidos y se lograron mejoras laborales importantes».
Sirgo lamenta que en la actualidad «se haya retrocedido». «Tengo la sensación de que hay derechos que se están perdiendo y la forma de recuperarlos es volver a salir a la calle para pelear por ellos de forma pacífica», concluye.
Langreo, M. A. G.
«Aquello fue una bola de nieve que nos cogió a todos en pañales. Supuso un antes y un después para acabar con la dictadura franquista». Avelino Pérez, histórico dirigente socialista, fue uno de los detenidos en la huelgona de 1962. Formaba parte de un comité que se encargaba de repartir propaganda cuando la Guardia Civil le arrestó. Ante la certeza de que en el cuartel de Sama «me iban a moler a palos», aprovechó un descuido de sus captores para huir. «No pensé que fueran a dispararme, pero lo hicieron. Lo bueno era que yo tenía 28 años y corría más que las balas», rememora Pérez, que pudo esconderse junto a un colector del Nalón, antes de lanzarse al río para dejarse llevar por la corriente y escapar.
Pérez –secretario general de UGTAsturias entre 1976 y 1979, y desde 1979 a 1982 y diputado del PSOE en el Congreso, entre otros cargos– logró exiliarse a Francia, desde donde siguió los acontecimientos que se desarrollaron en España en los años posteriores. «Mucho de lo que tenemos hoy en este país se lo debemos a aquella huelga. Generó una oposición generalizada de protesta y reproche al régimen que sirvió después para conquistar derechos y libertades», expresa Pérez que también destaca la «gran labor que desempeñaron las mujeres» en el conflicto.
El histórico dirigente socialista, que en 1962 trabajaba en el pozo Venturo, pudo escapar, aunque tuvo que exiliarse. Una suerte desigual corrieron otros 126 mineros asturianos que, entre agosto de 1962 y noviembre de 1963, fueron deportados a distintas zonas de España como medida represiva por su participación en los repunte huelguísticos que siguieron al paro desencadenado en abril. La idea del régimen era que, una vez alejados los líderes obreros, el movimiento perdería fuerza. Sin embargo, una nueva oleada de paros forzó el retorno a Asturias de los trabajadores que habían sido obligados a marcharse de la región.
Un conflicto laboral por la reorganización de turnos encendió la mecha en el pozo Nicolasa y después «ocurrió lo que parecía imposible al iniciarse una movilización que creció como una bola de nieve». El seis de abril de 1962, hace ahora cincuenta años, comenzó en la cuenca minera asturiana una huelga histórica que marcó un antes y un después de la dictadura franquista. El escritor y periodista Jorge M. Reverte, que escribió el libro titulado 'La furia y el silencio', sobre aquellos acontecimientos, no duda al asegurar que «la transición política española comenzó en aquel momento».
El despido de ocho picadores en el pozo Nicolasa, que protestaban por las duras condiciones de trabajo, evidenció el descontento social existente por la incipiente crisis y la carestía de la vida, pero también que una generación de jóvenes que no habían participado en la guerra civil estaban dispuestos a hacer frente a las condiciones del régimen. Las protestas tuvieron un gran eco en la opinión pública europea, justo cuando el régimen daba los primeros pasos para acabar con su aislamiento. Convertir un conflicto laboral en una batalla política fue uno de los errores del régimen. Las protestas tuvieron poco eco en la prensa nacional, pero ocuparon grandes espacios en diarios como 'Le Monde', 'The New York Times', 'Il Corriere della Sera' o 'Allgemeine Zeitung'.
Conocida popularmente como la 'huelgona' el conflicto de dimensiones históricas finalizó dos meses después con la consecución de algunas reivindicaciones y con un numeroso grupo de mineros deportados. Varios protagonistas de aquellos acontecimientos cuentan en primera persona cómo se vivió la primavera de 1962.
La chispa
En la mañana del seis de abril de 1962 un ingeniero del pozo Nicolasa, propiedad de la empresa Fábrica de Mieres, que también tenía otros pozos e instalaciones siderúrgicas en las cuencas, llamó uno por uno a los picadores que habían iniciado el conflicto para comunicarles su despido. Los mineros pedían más dinero por el trabajo a destajo que realizaban y, como la empresa no accedió, empezaron a laborar a jornal. Tras el despido de sus compañeros, los mineros del Nicolasa se negaron a trabajar. Unos días después fueron despedidos otros 25. Sin consignas y en silencio recogían los equipos de las perchas, se vestían con la ropa de trabajo y bajaban al pozo, pero nadie arrancaba el carbón.
Avelino Pérez, que en abril de 1962 era picador en el pozo Venturo, en San Martín del Rey Aurelio, cree que «lo que empezó siendo una huelga exclusivamente laboral y reivindicativa por unas condiciones de trabajo difíciles, se convirtió posteriormente en un movimiento político contra el franquismo». Pese a que ya se percibía un cierto clima de protesta contra la dictadura entre los jóvenes, Pérez cree que «el éxito de la huelga fue toda una sorpresa que no nos esperábamos».
Marcelo García, ex concejal del PSOE y en la actualidad presidente de los socialistas gijoneses, trabajaba en aquella fecha en la mina La Camocha, donde también se extendió la 'huelgona'. Opina que la protesta tenía un carácter exclusivamente laboral por «las difíciles condiciones de trabajo en las minas y por lo poco que nos pagaban».
Que una huelga triunfara en aquellas condiciones extremas de control policial y represión política era «muy complicado» y nadie podía creérselo. Los protagonistas insisten mucho en que todos sabían muy bien lo que había que hacer y «con mirarnos bastaba» para entender las cosas. Por eso tuvo tanta importancia el silencio y con ese nombre también se conoció a la 'huelgona'.
Además de otras industrias del del Principado, a las protestas se sumaron también trabajadores de otras comunidades y estudiantes. Un grupo de intelectuales encabezado por Ramón Menéndez Pidal, Ramón Pérez de Ayala, Ignacio Aldecoa, Camilo José Cela y José Luis López Aranguren le remitieron un escrito a Manuel Fraga en el que, entre otras cosas, le decían que «estamos seguros de que no ha podido ocultarse a su sensibilidad la gravedad de ciertos hechos que estamos presenciando». Le señalaban también que «la prensa y la radio extranjeras nos dan cuenta de que en la región minera de Asturias se produce un movimiento de vastas proporciones. Algunos días después estos medios nos precisaron que las huelgas afectan a unos cien mil trabajadores y que en algunas provincias del País Vasco, Levante y Andalucía, se registran otros brotes determinados por simpatía. Entre tanto la prensa y la radio española permanecen en silencio, como si tales hechos no debieran interesar a nadie».