Primer premio
      Miguel A. Hoyos Alarte: Los espantapájaros del mercurio

Accésit asturiano
      Sidoro Villa Costales: La provocación

Accésit testimonio histórico
      María Julia Bello: Adversidad

Accésit joven
      Guayarmina Pedraza García: Una carta para un padre

Menciones especiales (castellano)
      Juan Luis Guzmán Cebrián: Hoy no ha ocurrido nada
      Jesús Manzano Cano: La estela

Menciones especiales (asturiano)
      Elisabeth Felgueroso López: Consciencia
      José Ignacio Fonseca Alonso: La sierpe

Mención especial (testimonio histórico)
      Pedro Arenas Angulo: Constantina, mujer de minero

Mención especial (joven)
      Paula Sanz Cifuentes: La santa

Microrrelatos Mineros 2006 Microrrelatos Mineros
III Concurso Manuel Nevado Madrid -2006-

En este libro se recogen los microrrelatos ganadores y seleccionados del III Concurso de Microrrelatos Mineros Manuel Nevado Madrid.
 
Fundación Juan Muñiz Zapico y Ediciones Madú
Asturias, 2007, 56 págs.


 
PRIMER PREMIO
Miguel A. Hoyos Alarte: Los espantapájaros del mercurio

     La madrugada se me queda corta. Es porque me he criado aquí, en los secarrales de El Entredicho. Desde muy niño era un espantapájaros: flaco y feo y lleno de granos. Eso que agradezco. Alto, espigado, tocado con sombrero de ala ancha aunque raído, me fui haciendo un hombre. Es porque crecí aquí huyendo de los mozuelos enloquecidos, ganándome el pan a la oscurecida. Es porque robaba de noche y trabajaba en la era de día con los ojos cerrados para que no me los hiriera el sol. Es por eso que veo mejor en lo oscuro. En cuanto tuve edad me mandaron al El Entredicho. Bajábamos en jaulas y nos soltaban en las galerías. Allí empezaron a llamarme el espantapájaros. El pequeño de los Függer se parece a mí. Larguirucho y malencarado nunca tuvo suerte con las mujeres. Creció entre vacas y ayas tetudas y eso le dejó una obsesión. Se ha pasado su tercio de vida buscando ubres en las que redimirse. Yo lo he pasado buscando mercurio. Arrancando el bermellón, separándolo de la ganga, metiéndomelo primero entre las ropas para revenderlo después. Malvivimos así en la casa los hermanos y yo. Nunca me arrepentí de dejarlos. Me eché al llano, al interminable llano de Anchuras, pero a la anochecida volvía a la mina. Veo en la oscuridad, ya lo he dicho. El pequeño de los Függer me contrató. Lo conocí gracias a una de las prostitutas que ambos frecuentábamos en Almadén. Él me habló de su enfermedad, de lo que necesitaba y yo ideé cómo conseguírselo. Él me dio para los primeros sobornos. Ahora son jornales fijos. Los guardias, los que izan la jaula, los del aceite para las lámparas. Todos trabajaban para mí por la noche. Son escaramuzas contadas, las precisas. Al principio fueron pocas, ahora la madrugada se me queda corta. Hay muchos amigos del pequeño de los Függer allá en Prusia que necesitan el mercurio. Muchos chancros disimulados con levitas y casacas holgadas. Palmas con llagas, ganglios. Saben que esa fase no importa. Yo mismo llevo con resignación estas secuelas del mal amor. Pero el vértigo, el vértigo del joven banquero propietario de esas minas, y el mío mismo, que las saqueo por las noches es que se nos acabe este bermellón antes de haber evitado que la maldita sífilis nos ataque el cerebro y nos lo pudra. Por eso Függer y yo mismo nos pasamos muchas mañanas subidos a un repecho mirando con ansiedad cómo miles de galeotes arrancan el mercurio para la plata. Miramos desde lejos quietos, sin decir nada. Parecemos dos espantapájaros.


 
ACCÉSIT ASTURIANO
Sidoro Villa Costales: La provocación

     Facer xataes y presumir d'ello siempre se-yos dió bien a los mineros, que lo mesmo s'enchipaben de picar cantidaes imposibles de carbón como de tener bebío una caxa sidra ensin enterase. Ello yera una vez, pela cuenca'l riu Nalón, un d'estos paisanos grandonos, de nome Benino, que pasaba la vida ente la mina y el chigre, y en chigre apostó que yera quien a tar venticuatro hores picando carbón ensin parar. Hai que dicir, pa valorar na so xusta midida propósitu talu, que daquella la mina yera un ámbitu cuasi ayenu a la mecanización, y que tovía'l picu y la maza yeren la única ferramienta que remanaba'l picador. Asina que, roblada l'apuesta , baxaron Benino y tres collacios al pozu, y el nuestru home afayóse na rampla y empecipió'l so llabor. L'asuntu ruxóse pela rodiada, y según diben pasando les hores allegábase a la bocamina xente a gusmiar, que s'entreteníen considerando la tochura d'aquel tratu, emponderando la fuercia del paisanu, apostando tamién ellos a favor o en contra del mineru. La espectación foi n'aumentu afalada pol parte periódicu que trayía'l más nuevu ente los que-y facíen compaña al héroe, que rellataba, acasu desaxerando, l'esfuerciu y el sufrimientu, la concentración na xera, los síntomes evidentes de decayimientu, l'enfotu en rematar lo entamao. Cuando, media hora antes de cumplise'l tiempu acordáu, salió por última vez el guah.e cuntando que namás la neciura sostenía en tayu a Benino, el xentíu y el baturiciu ocupaben yá tola esplanada a la boca del pozu. Pero nin ellos supieron entós nin nosotros podemos saber agora si'l bravu paisanu llogró pone-y el ramu a la so xatonada, pues xusto de la que s'acababa'l plazu sintióse l'estrueldu del tremendu derrabe que trancó pa siempre aquella esplotación.


 
ACCÉSIT TESTIMONIO HISTÓRICO
María Julia Bello: Adversidad

     En la desolada plaza, frente al barrio de viviendas que construyeron para los mineros, una pareja abrazada, hecha con hierro extraído de la mina, exhibe sus costillas en actitud desafiante y mira hacia lo que alguna vez estuvo poblado.
     El viento silba a través de las ventanas que la gente, en su apuro por irse, dejó abiertas o que tienen sus vidrios rotos por culpa de alguien que decidió afinar su puntería. En las escaleras, donde antes se paraban a conversar las vecinas, no se ve a nadie; aunque uno se quede esperando toda la tarde, pensando que a la salida de la escuela regresarán los niños o al atardecer volverán los hombres de su trabajo en la mina. Entre los edificios deshabitados giran, describiendo la coreografía de una danza macabra, matas de pasto seco que semejan calaveras a las que les falta el cuerpo, atrapado en el socavón, en algún derrumbe.
     La gente, de a poco, va abandonando el pueblo. Yo aún no me he decidido: una vida feliz al principio, los nacimientos de los hijos más tarde, la separación luego de una lucha denodada por salvar lo poco que quedaba de todo aquello que alguna vez estuvo en pie, todavía me atan a esto. Es muy difícil pelear contra la adversidad cuando ésta se opone desde tantos frentes de manera simultánea. La miseria se coló en nuestras vidas como una sombra que nos acompañó con obstinación y fue destruyendo el trabajo, la felicidad, la familia y hasta la salud. Hoy, cuando fui al hospital a controlar que no hubiese metástasis del cáncer que se me declaró hace un tiempo, me enteré de que no he sido la única, que muchos enfermaron de lo mismo.
     Desde el gobierno central siempre nos engañaron. Los militares, promotores de esta aventura, prometieron un polo de desarrollo con trabajo y prosperidad para todos; pero, tal como sucedió después con la Guerra de Malvinas, nos mintieron. La democracia también se burló de nosotros: "Del socavón de Sierra Grande nacerá la revolución productiva", dijo en su campaña electoral el mismo presidente que, tiempo después de asumir, cerró la mina definitivamente. El tiempo pasa y sólo vemos cómo se va despoblando la que fuera una ciudad de 20.000 habitantes y que hoy apenas tiene 4.000. Todos los días cierran comercios porque es imposible mantenerlos si la gente que compra no paga y si el comerciante debe reponer la mercadería y no tiene con qué. Yo, que me ocupo de llevarle la contabilidad a la mayoría de los negocios del pueblo, soy de las pocas personas que todavía tiene trabajo. Me pagan con huevos, pollos, pan o leche y con eso puedo vivir y dar de comer a mis hijos, pero sin dinero no puedo ir a ninguna parte.
     Hoy las mujeres decidimos cortar la Ruta Nacional Nº 3, que pasa rozando el pueblo y vertebra la Patagonia en su flanco marítimo, uniendo Buenos Aires con Tierra del Fuego. Somos solamente diez. Más adelante quizá seamos más. La noche es la peor hora. Hace frío, pero es mejor estar en la ruta, con las demás, que en esa casa helada donde el aullido del viento no deja dormir y mis hijos creen ver fantasmas con cada sombra que se asoma a la ventana. Seguiremos con los piquetes hasta que obtengamos una respuesta. Ya no tenemos nada que perder.
     Al final, la escultura que colocaron cuando inauguraron el barrio de viviendas fue premonitoria: esos esqueletos de hierro con sus costillas al aire se convirtieron en un patético cuadro de nosotros mismos.


 
ACCÉSIT JOVEN
Guayarmina Pedraza García: Una carta para un padre

     Hoy bajé a la mina por primera vez padre. Quizá por esto no dormí bien. Me asaltaron pesadillas imposibles, pavorosas y oscuras como el carbón. A usted lo vi padre. Vino a aparecerse con su cara tiznada y ese brillo perpetuo que tenía usted siempre en los ojos. Pero eso no me dio miedo: me asusté al oírle a usted. Escuchar su voz rota me conmocionó tanto que hoy bajé a la mina hecho un zombi. Los muchachos se estuvieron burlando toda la mañana de mí porque no di pie con bola. No me habló usted en sueños padre, usted me habló al oído y me despertó. Cuando me incorporé le vi. ¿Qué me querían decir sus ojos? ¿Qué lenguaje hablaba usted? A decir verdad, creo que estaba usted molesto conmigo padre, hace tanto que no nos vemos y para una vez que viene, yo voy y me asusto. Es que todavía no me he hecho un hombre. Usted se marchó y yo era muy pequeño, ni siquiera le dio tiempo a darme un par de buenos azotes. Madre dice que por eso soy todavía un niño, y un malcriado. Ahora tengo ya catorce años y, aunque madre también dice que es suficiente edad para bajar a la mina, yo me veo muy chico, muy enclenque. Imagínese los nervios que tenía anoche, que vino usted a despertarme y me espanté. También le tengo que confesar una cosa. Yo no me quiero morir muy joven. Usted se marchó muy pronto y a mí eso me da mucho recelo. Madre dice que eso es el destino de cada uno, que es así padre, pero yo no me lo termino de creer. A mí me gustaría llegar a viejo para pasarme el día jugando al mus en la venta, y que me paguen padre, sin tener que bajar la mina. Le voy a contar un secreto pero no le vaya usted con el chisme a madre que me arrea seguro. El verano pasado, el primo Manuel y yo nos escapamos un día a la playa, nos colamos con el equipaje en un coche que había parado en la venta. Cuando llegamos por poco nos zurran los ingleses, pero corrimos tanto que nos perdieron de vista. Total, no eran españoles. Manuel dice que eran ingleses y que eran familia de los dueños de la mina. Esos cobran sin trabajar, lo que yo le diga a usted. Padre, en la playa nadie tosía. Había mucha gente con dinero y nadie tosía. Yo creo que la mina a ustedes les lleva la vida. Madre dice que nadie da nada sino es a cambio de algo. Eso es lo que les pasa a ustedes, bueno, a usted ya no. En la playa vi muchos hombres más viejos que usted, padre, y estaban vivos. Esto no se lo puedo contar a madre porque me pega pero hoy en la mina sentí como que me faltaba el aire. ¿Es eso así padre, o es que yo todavía soy muy chico? También pasé mucho frío al principio, luego ya tuve calor cuando empecé a moverme. Bueno, lo del frío pasa, pero yo no quiero que me llegue la tos. Si me viene la tos la voz se me rompe y me muero como usted padre, echando sangre por la boca. Hoy ya me vino un poquito. Martín me dio un pitillo. Y como soy muy chico y muy enclenque me dio la tos. También se rieron de mí por eso. Martín también es muy pobre, su padre murió el año pasado. Madre dice que ustedes se ven. ¿Es eso verdad padre? Otra noche que se me aparezca usted me lo cuenta. Digo otra noche porque no lo voy a hacer bajar a la mina de día, ahora que puede usted ver el sol. ¡Qué bien lo tiene que estar pasando padre! Aproveche ahora y cuídese esa tos.


 
MENCIÓN ESPECIAL (CASTELLANO)
Juan Luis Guzmán Cebrián: Hoy no ha ocurrido nada

     Hoy no ha ocurrido nada. Bajamos, temíamos, sudamos…, vimos luz y suspiramos. No ha ocurrido nada. En silencio, para no despertarla, nos bajamos en hilera a asomar por las ventanas del infierno, como cada día. Deslumbrados por la oscuridad y en silencio, aún en silencio, se empezaron a mover puntos fugaces de luz entre el miedo. Los que mellan esperan inmóviles y tensos a que susurre el estruendo. Y a la señal, el fondo más profundo del valle empieza a robarnos los minutos de mala vida que tenemos contados.
     Fuera ya habrá amanecido y el más viejo malquiere a Dios cuando casi le arranca un brazo. Es el más viejo, que por dos veces ha visto como la muerte se maneja entre la oscuridad, que en este agujero el reuma entorpece sus movimientos, que odia a muerte la mina porque es toda su vida… Es el más viejo, que llora como un niño, que grita a María, que tiembla y se crece ante el susto. Maldice un millón de veces mientras su hijo le sienta en un hastial cerca del vino que le calme. Nosotros hacemos silencio, callamos los martillos, las picas y los hachos para ver llorar el más viejo, el que más sabe, para escuchar a que santos maldice. Después nos refugiamos en el ruido: ya ha despertado. Por cinco minutos martillos, picas y hachos golpean tierra, madera y carbón con toda la fuerza que la rabia da. Imagino que a cada golpe la muerte pierde la vida.
     Allá, bien dentro, en la que ya es su capa el minero Julio ni se habrá enterado. Pica y pica y pica más. Postea, mata la sed y pica y pica. Allá en la sexta, donde el minero Julio, hace siete años callo la muerte a dos mineros... Pero él mundo, que nadie lo calle, andamiado a un cuadro consolida su teórica de no morir, de que ningún minero muera: "Quien en vida está enterrado, qué va a descubrir de muerto" ... Entre el sobrefreno y la doble empieza a cuadrar la corona y escucha, como todas las mañanas cuando cuadra la corona, a su padre explicando lo que es la mina a una gente d la meseta. "En ese sitio cuesta respirar a veces, y otras, las corrientes te atraviesan como ánimas. T sacuden mil escalofríos y sueltas vaho del corazón. Hay que apretar los dientes y las sienes. Hay que olvidar que afuera espera alguien." Un recuerdo de más de cuarenta años repetido, con una disciplina casi contraria a la lógica, en cada testero que ha cuadrado este hombre. Esta mañana he dado los tajos de mi corte, pero la cabeza la ha tenido en la sexta, al amparo del minero, al abrigo de sus silencios de sabio.
     Hoy no ha ocurrido nada porque lo del viejo se quedó en un susto y acabada la tarea, nuestra Santa Compaña iba engordando entre la algarada. Una vez fuera de la sobreguía la vida coge otro ripmo, todo se acelera. Las secuencias se quieren pisar sin atender el reloj: el artillero espera que pasemos dando patadas de hastió sobre un rail, juega con la manivela en una mano, el ronroneo del disparador sobrecoge más que el zambombazo que le sigue, la onda que nos ayuda a salir a la calle, jabón negro, tabaco…, y la puerta de casa. Hoy no has ocurrido nada, pero aún no me he quitado las ganas de llorar.


 
MENCIÓN ESPECIAL (CASTELLANO)
Jesús Manzano Cano: La estela

     Estaba sentado frente al monumento, en un banco de piedra. Yo me acerqué despacio.
     -¿Le importa? -pregunté.
     -¡Por favor! -respondió, girando la cabeza, y con un gesto me invitó a sentarme.
     Durante un rato nos mantuvimos en silencio, envueltos por el frío y por la luz del atardecer, contemplando la larga lista de mineros en la estela de hierro.
     -¿Conoce a alguien?
     -A todos, prácticamente a todos -dijo el anciano, y miró hacia el poblado en ruinas, y luego hacia los restos de mineral que cubrían las laderas de los cerros.
     -¿Alguien en especial? -insistí.
     Puso cara de sorpresa, quizá molesto por mi curiosidad. No obstante, me contestó.
     -Si, hija, alguien muy especial. Uno que estuvo a punto de matarme…
     Iba a preguntarle el nombre, pero él siguió hablando de un tirón.
     -…Éramos inseparables: Juan "el trovero", ese de ahí y yo. Juntos jugábamos hasta que dejamos la escuela, trabajábamos juntos en la mina, y juntos nos divertíamos por las fiestas de todos los pueblos de alrededor. El mejor de los tres era Juan; por eso lo fusilaron, y también por eso falta su nombre de esa lista… Desde pequeño tenía esa gracia, esa facilidad para improvisar coplas sobre la marcha. Una vez fuimos los tres a las fiestas de la Unión, donde habían contratado a Juan para enfrentarse a otro trovero de la comarca. ¡Pasamos dos noches sin dormir…! Luego la guerra nos separó. Juan se afilió al partido, y dejó las coplas picantes para dedicarse a hacer coplas de propaganda antifascista, que recitaba siempre que tenía ocasión en el casinillo. Yo no me afilié, aunque en cierto modo simpatizaba. El otro, mientras tanto, se arrimó al grupo de la oficina y no tardó en conseguir el puesto de ayudante del jefe de almacén, fuera de la mina. Y empezó a frecuentar el casino de arriba, el de los jefes y los chupatintas. Cuando nos llamaron a filas él, no sé cómo, se libró. Más de un año en el frente y al acabar la guerra regresamos, convencidos de que no nos iba a pasar nada. Eso era al menos lo que se decía, que todos los soldados de la República volvieran a sus casas, que no teníamos nada que temer. Pero la cosa no fue así: No había dormido ni dos noches en mi cama cuando vinieron a buscarme. Me encerraron en el cuartelillo, compartiendo celda con otros siete, y allí me enteré de que Juan había llegado antes que yo al poblado y se había escondido. Tardaron en encontrarlo más de una semana. Estuvo en el monte, y luego en las galerías. Pero al fin lo pillaron y lo trajeron con nosotros… Esa misma noche se presentó el otro en el cuartel. Venía con la camisa azul y con pistola, acompañado de unos cuantos del valle, que yo no conocía. Al verlo pensé que su presencia nos beneficiaría, pero estaba muy equivocado. Estuvo con nosotros mucho rato en la celda; jugando a las cartas, aunque parezca mentira. Y Juan estaba alegre. Incluso accedió a improvisar coplas picantes cuando se lo pedimos...
     El anciano se detuvo, y sorprendentemente se arrancó a cantar bajito, por peteneras:
     - "Voy a llevarte a la mina / pa que veas cómo te quiero, / que al fin y al cabo quererte… / que al fin y al cabo quererte / es oficio de minero… / Vente conmigo a la mina / y verás como te quiero" - y se quedó callado unos segundos, mirándome. Luego añadió: - Esa fue la mejor copla que nos hizo aquella noche, poco antes de que se lo llevaran…
     Yo entonces, con un nudo en el pecho, le pregunté por fin quién era el otro, el asesino…
     Él se levantó, se acercó a la estela y señaló con el dedo el nombre de mi padre.


 
MENCIÓN ESPECIAL (ASTURIANO)
Elisabeth Felgueroso López: Consciencia

     Morrer ye como espertar después d´una breve siesta nuna tarde de branu. Primero déxate ciegu´l violentu llambetazu del sol; lluéu ois un rumor como de fueyes mecíes pol viento, o de voces, que nun atines a ubicar. Después, la consciencia.
     Ye curioso. Por primera vez, alcuérdome lo que yera acurrucase nel vientre hincháu de mio madre. Respirar nel aire que-y enllenaba los pulmones el golor de los platos que preparaba con destreza. Senti-y el llatíu del corazón acompasáu col remover de la pota. Yá entós conocí l´acentu roncu de la mina na voz de mio padre que-y rodiaba la cintura con aquelles manones d´uñes ennegrecíes entovía pol llabor y marmullába-y al oyíu: "Mocina, dame un besín". Años después, cuando la güelga de fame na cárcel, dióme por cantar esa canción y un compañeru fartucu d´escuchame preguntóme que si nun me sabía dalguna diferente, que si nun había más cancios n´Asturies. Nun-y fici casu; yera la única na qu´atopaba consuelu. Entós nun sabía porqué. Agora, cola consciencia, sé que ye porque me devolvía l´abrazu cálidu d´unes manes obreres y l´aliendu de mio madre.
     En casa nun querían que me metiera en política y, del sindicatu, nin falalo, pero foi entrar na mina y asúntame colos que pensaben como yo. Ellí descubrí que´l carbón nun yera un mineral como los otros; yera sangre negro que nos teñía´l pelleyu hermanándose. Pa min ser mineru implicó ser solidariu y por más hosties que me dieron nel cuartel nun fueron a arrancame del alma esi sentimiento de lealtá a los compañeros nin les ganes de pidir xusticia. Ye l´únicu argayu que tengo, la única patria.
     La consciencia asemeya un océano perllimpiu onde se t´enseña´l fondu con detalle: los pexes de collores, los corales, les roques y los musgos… too tien el so sentíu como ente individual y forma parte d´un gran engranaxe qu´esplica los misterios d´si legáu estrañu que llamamos vida. Dase ún cuenta de que la caleya andaba nun se formaba abriéndola pasu a pasu como pensabes; taba trazada d´antemano pa llevate xusto al puntu nel que tas. El cuchillu clavóse tres veces porque yeren les necesaries pa traéme equí, foi´l día del llibramientu pa que nun se sospechara de los motivos del ataque, el mio llabor nel sindicatu fizome peligrosu a los güeyos del poder, entré na mina pa seguir la negra estirpe del carbón, nací na cuenca minera asturiana p´acabar siendo un sindicalista muertu a manes d´un rateru nos titulares de la prensa.
     Dende la consciencia ves cómo planearon la to muerte nun sótanu húmedu y escuru. Cómo se dieron palmaes en llombu cuando t´enterraron el cuerpo y la voz nel cementerio de Casielles; nun hubo revueltes obreres, sólo llárines por una desgracia fortuita. Ves la impunidá, pero na clarividencia apaez ñidia tamién la to patri, el to llabor, l´alma que nun vendiste y l´anchu futuru, como un océano transparente enllenu de les pallabres que dexaste semaes.


 
MENCIÓN ESPECIAL (ASTURIANO)
José Ignacio Fonseca Alonso: La sierpe

     La muerte averóse a la casa na seronda. Llegó nun prietu seis d'ochobre a por mio padre. Yera yo un neñu de diez años y nun fui a olvidame d'aquel día. Fuere mio tíu Nolo a buscame a escuela.
     -Xuanín, tu yá yes un paisanu. Vamos dexamos de vueltes, fíu. To padre, el probe, morrió… Sí, Xuanín fíu, tu yá yes un home,… la vida ye asina, hai qu´entendelo.
     Alcuérdome d´una tarde qu´al salir d´escuela vimos de lloñe una sierpe con llargu rau de colorinos esnalando enriba xusto del prau de La Llosona. La sierpe, que xugaba tan alta y tan poderosa, ximielgándose como si mos saludare a mi y a tola reciella d´escolinos que salíemos d´escuela, yera la mio sierpe. Yo aquel día fui mui feliz y agradecí-y al cielu qu´aquel home, del que tan orgullosu me sintía fuere mio padre.
     Yá daquella taba bien malu. Yá otra sierpe, la de la muerte qu´añera no más fondo les mines, -y dexare fatídicamente marcaos pa siempre los pulmones col so venenu.
     Enxámes escaeceré´l silenciu y les miraes de llástima de la xente na sala de la casa. Mio padre taba muertu dientro d´aquella caxa qu´arrodiaba una bandera encarnada y yo, el so únicu fíu, asistía, como nun mal suañu, a aquella escena de llárimes y silenciu, garráu a la mano protectora de mio madre.
     De los díes de muncho quédenme alcordances abondes, los domingos felices de La Chalana, el so falar tranquilu y meditáu qu´a mi que yera un neñu me paecía la pallabra d´un sabiu cuando s´aconceyaben en casa los del sindicatu, el día que - y aparó los pies a Cele, un picador de Samuño que lo que tenía de grande teníalo de babayu y faltosu.
     -Enantes de morrer, col filín de voz que -y quedaba, dixo´l to nome, fíu. Fue lo último que faló. Morrió alcordándose de ti, Xuanín.
     Mio madre enxamás fue yá la mesma. Metióse nun silenciu de que nunca salió. Ye como si´l so espíritu colare con mio padre y, asina, adulces, fue apagándose. Pasaba´l tiempu sentada mirando pal camín pela ventana, viendo colar les hores y los díes. Ausente. Como si esperare a daquién que tendría qu´aportar a la casa a devolve-y la vida.
     Morrió también un seis d´ochobre, paeciere qu´hasta pa morrer quisiere caltener col home una fatídica complicidá.
     Güei, venticinco años más tarde, averéme a la casa. La casa ta tamién muerta. Daquién frayó la mayoría de los cristales y la yedra esguila desvergonzada faciéndose la dueña de mediu corredor. Sí, la casa morrío también va venticinco años, cuando al morrer mio madre fui a vivir con mio tíu Nolo y supi, yá daquella, qu´enxamas volvería a vivir en El Nozalín.
     Nun requexu del cuartu, vistía con veinticinco años de polvu, silenciu y soledá, vi la sierpe, inmóvil, ensin vida, descolgada del cielu de La Llosona yá pa siempre.


 
MENCIÓN ESPECIAL (TESTIMONIO HISTÓRICO)
Pedro Arenas Angulo: Constantina, mujer de minero

     En 1983, con motivo de la exposición retrospectiva que el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid le dedicó al pintor Eduardo Arroyo, pude contemplar un óleo sobre lienzo pintado en 1970, titulado "Sama de Langreo (Asturias). La mujer del minero Pérez Martínez, Constantina (llamada Tina) es rapada por la policía". Era el retrato de una mujer rapada sobre un fondo negro. De sus ojos brotaban unos grandes lagrimones que resbalaban por sus mejillas y estaba tocada por unos pendientes de forma triangular con los colores de la bandera de España. Sus labios estaban pintados de un rojo intenso y una franja cruzaba, por encima de la cabeza, también con los colores de la bandera. Tenía en su cara dos lunares negros uno en la barbilla y otro en la mejilla. Destacaban la tristeza de sus ojos marrones y la sombra negra que los envolvía, del mismo negro que sus perfiladas cejas. Predominaba la palidez del rostro y el cuello de Tina.
     Con el tiempo esa imagen fue apareciendo y desapareciendo en mi vida. Un día decidí saber más sobre Constantina y por qué había interesado, como tema pictórico, a Arroyo.
     Tina era hija de un fusilado en la Guerra Civil y tenía una arraigada conciencia política y social. Víctor Bayón era un minero nacido en Mieres en 1927. Con 18 años conoció a Tina y al poco tiempo se casaron. Ella tenía el pelo cortado al cero, un castigo que se imponía a las mujeres que manifestaban alguna clase de rebeldía. Tuvieron una hija.
     En abril de 1962, en los valles mineros de Asturias brotó la chispa de un cierto movimiento huelguístico, el primero desde la Guerra Civil. Las primeras Comisiones Obreras estaban naciendo. Las mujeres, encabezadas por Constantina y otras, desempeñaron un papel relevante en apoyo a las reivindicaciones. Víctor estaba cumpliendo condena en la cárcel de Cáceres desde 1961. En Sama de Langreo la represión fue contundente y las detenciones se encadenaron sin parar. Entre ellas la de Tina. El trato inhumano y brutal recibido en los interrogatorios llevaría su nombre fuera de nuestras fronteras. Tina, al no claudicar, acabó con el pelo rapado al cero, siendo coaccionada y amenazada para que no descubriera a los autores de la ignominia. Las manifestaciones y escritos de protesta, dentro y fuera de España se sucedieron. La huelga de los mineros asturianos y sus familias fue considerada como un claro ejemplo de abnegación y firmeza. De personas como Constantina Pérez Martínez, ama de casa, mujer de minero, que sufrió en su persona la ira de quiénes intentaron evitar las huelgas y las reivindicaciones de los mineros y a la que el pintor Eduardo Arroyo quiso rendir tributo, homenaje y reconocimiento. Este cuadro es un testimonio de la barbarie, la sinrazón y la intolerancia de esos negros años.
     Víctor Bayón salió de prisión en 1964, gracias a un indulto general por la muerte de Juan XXIII. En 1965 Tina y su hija, que entonces tenía 16 años, fueron detenidas de nuevo por la policía. Tina, según su marido, que ya estaba exiliado, murió como consecuencia de las torturas. La hija fue autorizada a asistir al entierro. Constantina, esposa de minero, tenía 37 años.


 
MENCIÓN ESPECIAL (JOVEN)
Paula Sanz Cifuentes: La santa

     Se apareció el día de Santa Teresa. Lo recuerdo perfectamente porque mi mujer se llama así y le compré un regalo y todo y dijo que le había gustado mucho. Porque como me repetía mi madre: cuando mi hijo se esfuerza, lo hace de verdad. Y esta vez no fue un florero o una plancha, como en sus otros santos, sino un traje para que se ponga más guapa los domingos y salga con las vecinas y todos la repitan que qué guapa, que qué tela más preciosa, que de dónde lo ha sacado. Y ella, la tripa hinchada de orgullo: es que cuando mi marido se esfuerza lo hace de verdad.
     La aparición también era guapa. Y digo ella porque el cura dice que las santas sí que tienen sexo, que no son como los ángeles y que no es blasfemia ni pecado ni nada.
     Juan me preguntó que cómo podía estar seguro de que no era un ángel. Y claro, es que el pobre ni siquiera sabe leer y no comprende que los ángeles tienen alas y las santas no y que mi aparición era una santa en toda regla. Habrase visto.
     Lo habré repetido cientos de veces. Pero es que las apariciones así es lo que tienen, que causan expectación. Dicen que incluso van a venir científicos de no sé qué países lejanos a estudiar el fenómeno. Don Rogelio, que sabe mucho de estas cosas, dice que escribirán mi nombre en los libros de texto y que los niños tendrán que estudiar mi milagro. Porque lo ha llamado así, milagro, puritísimo milagro. Juan dice que me lo invento pero porque es un envidioso y no soporta que haya sido yo quien la viera y no él. En el fondo piensa que es más creyente que yo y que sólo él podrá entrar en el cielo.
     Pues puede, mira, pero por lo menos yo vi a la santa y él no.
     Menudo revuelo se ha levantado. Don Jesús, que a pesar de ser médico, también es muy sabio dice que la culpa la tienen no sé qué efluvios que se respiran allá abajo. Repite que es una alucinación. La verdad es que no entiendo porqué ha escogido un sitio así para aparecerse. Allí, tan oscuro todo, tan sucio, tan negro negrísimo. Pero el cura piensa que no debería intentar comprenderlo que esas labores son sólo para Dios y para la Iglesia.
     ¡Y qué guapa! Olía como mi madre. Y en eso no me puedo equivocar porque llevo siglos sabiendo distinguir los diferentes olores de la mina. Y puede que mi vista ya no sea lo que fuera, ni que el pulso sostenga las herramientas como antes, ni que mi instinto sea capaz de encontrar las mejores vetas a la primera, pero mi olfato no me engaña. Y cualquiera que haya bajado alguna vez sabe que al final es de lo único que te puedes fiar. Lo dice hasta Juan, que el olfato lo ha salvado de más de una muerte (aunque cuando se muera se vaya a ir al cielo).
     De momento han cerrado la mina. Y claro, mis compañeros cuando se enteraron vinieron a quejarse, que no tendrían de que vivir, que en qué podrían faenar. Pero enseguida llegó al pueblo un hombre muy sabio con cara, según dice mi mujer, que se parece un poco a los sapos que reventaba cuando niños, que empezó a hablar de no sé qué mercados. La gente se lo ha creído y mi mujer incluso ha empezado a hornear galletas para los turistas que se asoman al brocal como si esperaran verla aparecer, toda rodeada de poderes. Y la mina, según dice ahora el panfleto del pueblo, se ha convertido en lugar de peregrinación.