Primer premio
      Montserrat Garnacho Escayo: Rosae

Accésit asturiano
      Begoña del Río González: La Pinga

Accésit testimonio histórico
      José Quesada Moreno: La verdad de los papeles

Accésit joven
      Marta Garín Montañez: El abismo

Menciones especiales: castellano
      Aitana Castaño Díaz: "El Daglas"
      José Muñoz Albaladejo: Esperanza unida
      Blanca Castillo Martínez: Potosí

Menciones especiales: asturiano
      Félix Fernández Rodríguez: Ana Aidan Amel Fi Mangam (Yo tamién soi mineru)
      Pablo Rodríguez Alonso: El coche azul
      Miguel Redondo García: L'últimu dia

Menciones especiales: joven
      Loreto Vega Figueiras: Mi abuelo
      Patricia Corriols Noval: Un sentimiento de ensueño

Microrrelatos Mineros 2008 Microrrelatos Mineros
V Concurso Manuel Nevado Madrid -2008-

En este libro se recogen los microrrelatos ganadores y seleccionados del V Concurso de Microrrelatos Mineros Manuel Nevado Madrid.
 
Fundación Juan Muñiz Zapico y KRK Ediciones
ISBN: 978-84-8367-197-9
Oviedo, 2009, 92 págs.


 
PRIMER PREMIO
Montserrat Garnacho Escayo: Rosae

Para Angelina

- ... Buenos días, buenos días, señora, sí... ¡Coja, coja usted, mujer, coja todas las que quiera, uh, si mire las que hay, si casi no se puede ni pasar, si estorban el camino! Y nada, mujer. Ya ve usted. Por aquí, aprovechando un poco la mañana y limpiando el gallinero, que va a venir la hija y le gusta ver que vivimos con salud y lo tenemos todo fresco y guapo. Encantado. José. José Do Naçimento Santinho. Sí. Portugueses. De Escardanha, conceyo de Moncorvo, en Bragança. Y esa es la muyer, Rosinha... ¡E vem para acá, Rosinha, muyer, e deixa issa porta...! No. Es que no habla nada. No sabe. Sólo el portugués, pero muy poco... ¡Y con quién quiere que hable, si ya lo ve, no quedan ni vecinas! Rosinha, sí. Ro-si-nha. No, no, Rosina no es. El nombre suyo es Rosinha. A minha velhinha, como le digo yo. Ah, pues aquí en Asturias no le sé yo, cómo se escribirá, pero es que el nombre no es español, es portugués, y allí es Rosinha. Rosinha da Concepçâo Grelo... ¡No, mujer, qué quiere preguntarle a ella, de nombres ni de letras, si no las sabe, ni en portugués ni en español! La hija sí. La hija es maestra... ¡Uh! Ella sí que aprovechó el tiempo... Es muy lista... En esa escuela de ahí... En El Cumal... ¿La ve, ahí arriba? Era la escuela que había, para todas estas casas... Y por el día iban los muchachos y las muchachas y a la tarde subíamos los mineros... Y ya lo ve ahora, en qué quedó todo. Nada. Polvo y escombrera... ¡Uh! No le sé yo... ¿E, Rosinha, e quanto tempo faz já, que fecharon as escolas, lembras tu...? Mucho... Treinta o cuarenta años. Puede que más... ¡Uh Y tiene razón usted, el tiempo pasa. Y tanto que pasa, bien deprisa... ¡Cincuenta y nueve, hizo ya, que vinimos nosotros de Portugal... De recién casados. Los hijos ya nacieron aquí, en La Nueva. Pero luego se fueron. Y alguno se nos murió, también. Y otros, ya sabe, aquí y allá. Por ahí andan, por el mundo. Y la hija estudió y se fue a trabajar para Bragança... Ahora enseguida va a venir, a traernos los nietos... Si sube usted otro día, ya hablarán, ya... Es muy lista... Sí, eso es lo malo, para subir, que es todo escombro, este camino... Pero es muy inteligente, la hija, ya la verá usted... ¡Uh! ¡Y muy guapa! Igual que su madre. Era muy guapa, Rosinha. Ya de menina, era la más guapa, allí, en Escardanha... ¡Uh, si la viera...! ¿E, Velinha? Y blanca como el oro... Pero es que es muy vergonzosa... Mírela, nada mas que a la puerta, ahí... E vem para acá, Rosinha, muyer... Nada. Se recata. Es que no está acostumbrada... E vem... Y bueno, mujer, pues nada... Aquí, ya le digo, limpiando el gallinero y pasando la vida un poco... ¿Y qué quiere? Sí, cuando me jubilaron de la mina, pues sí, ella quería irse para Portugal, con la hija, pero le digo yo, e que queres topar tu no povo á estas alturas, Velhinha, si no quedan ni sombras, para arrimase un rato. Sólo piedras caídas, en las casas. Nadie... Y aquí en La Inverniza pues ya es distinto, porque por lo menos gastas la mañana un rato por el gallinero y la huerta... Y luego a la tarde pues bajas a echar la partida y por lo menos tiene uno en qué pasar el tiempo... Y además, que ya no está el cuerpo para hacer mudanza, ¿verdad?... Pero coja, coja usted más... ¡Coja todas las que quiera, mujer, si nacen solas, si están por todas partes, si a veces hay que segarlas, para que no estorben el camino...! Lo que pasa es que no valen nada, estas flores... Se deshacen enseguida... ¡Ay! ¿Y qué pasó? ¿Tiene sangre? ...Sí, ya se ve que no es tanto, pero es hay que tener mucho cuidado para cogerlas, hieren...

- ¡Uh! ¿E qué esperavam, pois? São silvas...


 
ACCÉSIT ASTURIANO
Begoña del Río González: La Pinga

     Yera casi de nuechi, aquel home venía escondíu na escuridá que entamaba a cayer enriba Caborana. Violu la to muyer, la mio güela, la ma del guaxín que teníes ente les manes...Avisòte, díxotelo ¡Corre, fíu, corre, que vienen por ti! Güeyaste pela ventana como nun creyendo ná, y tranquilu, confiáu, viste aquellos dos homes subiendo pela Pinga.

     "Nun te preocupes, muyer, ye Xuan el del Cabanón, vien con un colláceu"

     Abríste-yos la puerta, acercástelos al llar, saca-yos el fríu del cuerpu, y diste-yos un campanu vinu pa entonar. Dixéronte de dir a ca' Tito a conta-y daqué y dístete cuenta entós... al salir a la antoxana un golpe fríu na espalda metióte n'un coche, n'un carro...n'un lo viste bien...Nun viste más que la nuechi negra subiendo'l puertu, llegastis p'allá la Raya.¿Quién te diba decir que nun volveríes más al to corredor de la Pinga, al negro la to mina...?¿Quién diba decite que aquella nuechi Xuan el del Cabanón, el fíu Tista, el de Ca' Maribel diba llevate a dar un paseo del que nunca volveríes?


 
ACCÉSIT TESTIMONIO HISTÓRICO
José Quesada Moreno: La verdad de los papeles

Villanueva del Río y Minas (Minas de La Reunión), 30 de abril de 1.904

 
     Después del entierro, algunos hombres han ido a refrescarse a la taberna de Frasco Palomares, que siempre tiene algún barril de mosto de los de su pueblo para inaugurar en los momentos de alegría, o para ahogarse con él en los momentos de mucha tristeza.

     Frasco es un tipo menudo y enfermizo, y un poco ingenuo, que llegó a Villanueva a finales del siglo pasado desde un pueblecito del Aljarafe y al que sólo oír el chirrido de la cabria, u oler el tufo a óxido de la jaula, le levanta del pecho un rumor de piedras y un ahogo en los pulmones que le han dejado inútil para bajar a los pozos. Fundó su negocio de vinos cuando los médicos de La Compañía le diagnosticaron un cuadro irreversible de asma, así que no trabajó en la mina lo suficiente para comprobar en su propia persona que el grisú es la simiente invisible del diablo, pero sabe por sus parroquianos que cuando el gas entra en contacto con la chispa de una lámpara, al minero sólo le queda encomendarse a Santa Bárbara para que el fuego no le llegue, o se le acabe el aire, o le aplaste la tierra y los costeros cuando el subsuelo se abra con la explosión. En Villanueva lo tienen por una persona instruida, que baja todas las mañanas a la estación a recoger los diarios del día anterior que le mandan desde Sevilla y que lee a los que concurren a su taberna con acento engolado y algo finolis.

     Hoy quiso respetar el luto y aunque no tuvo cuerpo para acercarse al cementerio, por una aprensión que padece a las multitudes, no ha abierto hasta que ha calculado que ya habían concluido todas las pompas y que las autoridades volvían en tren para Sevilla.

     —¿Cómo estuvo la cosa? —ha preguntado a los primeros parroquianos que se agolpaban junto a las puertas trancadas de su taberna.

     —Mucho dolor, Frasquito, mucho dolor.

     Ha sacudido la cabeza, como para quitarse una mala idea, y ha girado la llave, y al tiempo que se daba de bruces con la penumbra de la casa y el rancio oloroso de las barricas, ha recordado a los que ya no entrarán para beber su mosto del Aljarafe y oír cómo les lee, con su acento engolado y algo finolis, los diarios que vienen en el tren de Sevilla; aunque cada uno de ellos —los sesenta y tres— sin nombre aún, sin rostro, vengan hoy dentro de los papeles del ABC y de El Correo.

     —¿Habéis visto al rey? —ha preguntado mientras desatrancaba el madero de la ventana.

     —El rey no vino, Frasquito —ha contestado uno, el primero que buscó acomodo sobre la barra aún en penumbra.

     —Que no le habéis visto —ha porfiado Frasco Palomares— porque venir, si que ha venido.

     Luego ha desplegado El Correo de ayer, que recogió esta misma mañana del tren, y ha sentenciado: Lo dicen los papeles: que hoy don Alfonso aprovechará que está por Sevilla para venir al entierro.

     Nadie ha querido contrariarlo, no fuera que un ataque de asma, de los que le entran a Frasco cuando se ofusca, diera al traste con este momento que los mineros aprovechan para ahogarse la tristeza. Y han cambiado de tema, y han hablado de la huelga.


 
ACCÉSIT JOVEN
Marta Garín Montañez: El abismo

No quise llegar hasta allí, pero una huída te lleva siempre donde quiere el miedo o la desesperanza. El coche demasiado andado parecía a punto de deshacerse en cada curva, al pie frío y ennegrecido de cada montaña. Llevaba cinco horas conduciendo y aún no tenía claro el destino, pero no quise ir allí. Sin embargo, sin apenas darme cuenta, arrastrada por un aire imperceptible pero cálido y de olor dulzón, como una fruta madura, fui acercándome al pueblo. Ni siquiera esperaba encontrar algo de lo que recordaba, seguro que la vieja mina estaría cerrada y llena de historias que solo algunos recordarían. Probablemente aquel no fuese el mejor comienzo, el mejor lugar para empezar la vida, y sin embargo allí fui guiada por el pasado en que fui feliz, a aquel pueblo minero donde los niños fabulábamos sobre un tesoro escondido en un inmenso vacío. La radio comenzó a sonar de repente sacándome de mi estado de absoluta abstracción. Paré el coche al borde de un camino donde iban a morir los animales los domingos del invierno. Me bajé del automóvil y el aire helado me cortó los labios y me trepó por la garganta anudándome la pena en torno a los ojos. La tarde se deslizaba en el horizonte ensuciándolo de un color rojizo y caliente. Me alejé del camino y paseé entre aquel yermo de piedras y tierra húmeda, entre aquel lugar que parecía morir cada segundo. Andaba despacio, y pensaba en lo que había dejado atrás, en aquel pasado que hoy fue presente y que ya nunca será más en mi boca. Un pájaro negro graznaba reclamando el fin de día, describiendo círculos grises en el cielo donde el sol se rendía cayendo por fin sobre las piedras. Me acercaba a la mina que se alzaba como siempre altiva y orgullosa, un cráter descubierto agitando las nubes y tiñéndolas de negro. La piedra parecía aún temblar, arañada por las manos de mis abuelos, y sin embargo solo quedaba silencio y oscuridad, un abismo profundo cavado por el hombre, como mi abismo propio, como el que yo había cavado para mí. Me senté cerca de ella, el pájaro continuaba su danza sin orquesta salpicando de agrios sonidos la tierra. Cerré los ojos y los párpados temblaron entre mis dedos. El pasado vino a reunirse sobre mis pestañas en un tropel de voces y olores y la vida se condensaba sobre mi espalda llenándola de destellos verdes y de verbos imperfectos.

Sobre el camino un coche se detuvo casi en silencio. Giré la cabeza y los miedos se agitaron nerviosos entre mis pulmones. Una mujer caminaba hacia mí envuelta en la escarcha que la recién estrenada luna vertía sobre las piedras. El pájaro negro descendió y se posó sobre el borde de la inmensa boca abierta al cielo. "¿Necesita ayuda?" interrogó aquella silueta aún sin nombre, aquella voz desconocida. La verdad es que sí necesitaba ayuda, necesitaba un comienzo, necesitaba retomar la vida que ahora temblaba entre los omóplatos temiendo desaparecer. Aquella mujer se acercó más a mí, y el pájaro negro huyó perdiéndose en la profundidad de aquel silencio. "Disculpe, ¿necesita ayuda?" repitió. Me levanté despacio y me sacudí la tierra y la tristeza con las manos. Miré a aquella voz a los ojos y reconocí en ella algo de mí. Sentí el ayer inundarme de sal la garganta y ascender imparable hasta derramarse helado sobre mis mejillas. "No llore, acompáñeme" dijo la mujer que aquel día interrumpió por fin mi huída.


 
MENCIÓN ESPECIAL (CASTELLANO)
Aitana Castaño Díaz: "El Daglas"

Sufría por verle desnudo, cubierto de una pátina de carbón, mientras el resto de compañeros hacía bromas en las duchas. Quería besarle y limpiarle, con delicadeza, la línea negra que le quedaba en los ojos porque nunca tenía tiempo para pararse a quitarla. Ernesto, que iba para cura, dejó el seminario y entró en la mina para estar al lado de Joaquín, que era también "El Paletu" por parte de madre y "El Daglas" por su parecido con el actor. Y así estuvo, cinco, diez, quince años…Fue el padrino de su boda, aguantó estoicamente la temporada que al otro le dio por ir de burdeles. "Ernestín, cagondiós, ven conmigo, que no se entera nadie"; y lo abrazó fuerte la tarde que, en el embarque, les sorprendió una ración de grisú que casi no cuentan. "¿Qué se te perdió a ti en Alemania, Ernestín, no me jodas?", le replicó pocas horas después en la barra de Casa Miguelo. "En Alemania nada, pero como siga aquí mirándote a los ojos acabaré perdiendo la cabeza", pensó mientras bebía la última caciplá a su lado. No hubo más palabras. Un billete de autobús le dejó en la Zentraler Omnibusbahnhof. Lo primero que vió fue el cartel del último estreno cinematográfico: " There was a Crooked Man…", protagonizado por Henry Fonda y Kirk Douglas.-


 
MENCIÓN ESPECIAL (CASTELLANO)
José Muñoz Albaladejo: Esperanza unida

     Febrero de 1947. Hace frío, tanto frío que ni los habitantes más viejos del lugar son capaces de recordar nada igual. El viento hiela las calles de aquel pequeño pueblo de montaña cada vez más desierto. El Sol, apenas visible en lo alto del cielo, deja caer pequeños rayos de luz que hacen despertar un atisbo de esperanza en los pocos pueblerinos que han decidido no emigrar a la gran ciudad.

     En una pequeña casa situada al final del pueblo vive María, una viuda de algo más de cuarenta años, que en estos momentos prepara la comida para su hijo. Alguien llama a su puerta y ella va a abrir de inmediato. Es un oficial del ejército.

     -Buenos días, oficial. ¿Qué le trae por aquí?

     -Tan solo pasaba por el pueblo, a ver qué tal iban las cosas.

     -¿Y qué tal van?

     -No puedo quejarme.

     -¿Desea algo?

     -No, nada. Bueno… hace mucho frío ahí afuera, ya sabe.

     -¿Le apetece un café?

     -Sí, gracias. Eso estaría bien.

     El oficial entra al interior de la casa y cierra la puerta a sus espaldas, mientras María prepara el café en la cocina. Durante esos momentos, el oficial aprovecha para curiosear las fotos que adornan las viejas estanterías de la sala de estar.

     -¿Este es su hijo? –dice señalando una foto casi reciente.

     -Sí, es mi hijo –contesta María, al tiempo que sirve el café del oficial.- Ahora está trabajando. Ya sabe, en la mina.

     -Sí, toda la gente de este pueblo trabaja allí –dijo el oficial, que a continuación dio un sorbo de su taza de café- Hace un café espléndido.

     -Gracias.

     -Dígame, y su marido, ¿también trabaja en la mina?

     -No, no. Mi marido murió.

     -Oh, vaya, lo lamento mucho –dijo el oficial visiblemente apenado.- El trabajo en la mina es muy duro. Un día parece que todo está bien, y al día siguiente, sin previo aviso, hay un derrumbe, un escape de gas, o cualquier otra cosa, y se lleva la vida de cuantos obreros haya por delante. Bueno, usted ha de saberlo mejor que yo.

     -Es un trabajo muy peligroso.

     -Aun así, estará orgullosa de su marido. Ser minero es un trabajo de hombres de verdad. Su marido murió como un verdadero hombre. Casi como un héroe, diría yo.

     -Murió como un héroe, sí. Pero mucho me temo que se está confundiendo usted, oficial, pues mi marido, aunque dedicó su vida entera al trabajo en la mina, no fue allí donde murió.

     -¿Y cómo murió?

     -Me lo mataron ustedes –dijo María mirando a los ojos del oficial, que ante la ausencia de pensamientos sobre cómo actuar, optó por abandonar la casa en silencio.


 
MENCIÓN ESPECIAL (CASTELLANO)
Blanca Castillo Martínez: Potosí

Ayer tuve mi primer día de escuela. Hoy, no tengo nada.

Bajé por la montaña. Recién amanecía. Por suerte pude llevar el uniforme y un mendrugo de pan en la cartera para el tiempo de recreo. Me veía raro con corbata. Mi madre me cortó el pelo a tazón para que los piojos me dejaran concentrarme en los estudios y así no contagiar a más niños. Fue un día bien extraño. Nadie me habló. Miraban mis manos llenitas callos de arrancar la piedra de la mina. También miraban cómo cogía el lápiz. Mi madre me enseñó a escribir en las tardes de lluvia. Cuando acabó la escuela subí los 12 kilómetros que me separaban de mi familia. Esperaban ansiosos, sobre todo Jorge, mi hermano. Pero se hizo de noche. Cuando llegué, dormía.

Hoy Jorge ya no está entre nosotros. Yo tengo la culpa.

Recién se levantaba el sol masqué mi hoja de coca para no sentir el hambre y me fui pa la mina. Tenía tanto sueño que olvidé ponerle la ofrenda al tío, unas pocas hojas de coca para que no se enfade. El tío vive en las paredes de la mina. Tiene grandes cuernos y mirada de loco. Mi madre dice que es el diablo y que más vale tenerle contento para que no nos sacuda la explosión cuando trabajamos. La tierra escupe gases y eso es peligroso. Pero me olvidé. Entré pa dentro rezándole a Dios como cada día y el tío se sintió celoso. Jorge estaba dentro. Llegó antes que yo pa vigilar que no nos robaran la veta. Era mi deber ceremoniar al cornudo. Pero no lo hice.

Corrí hacia dentro pa contarle a Jorge que no se había perdido nada faltando a la escuela. Niñas cursis con largas trenzas recogidas en lazo rojo y muchachos orgullosos que no daban palique ni dejaban la pelota. Al salir de clase se quedó a mis pies y cuando estaba levantando el pie para lanzar la patada vino uno y me la arrebató mirando muy fijo, como si me perdonara la vida.

El tío no perdona.

Apenas entré en la gruta llegó la explosión. Una gran llamarada me tiró para fuera cubriéndome de fuego y piedra.

La veta se perdió. Mi hermano se perdió. La esperanza se perdió.

Compraríamos un televisor para viajar lejos a través de los cables, un mantel de flores para poner sobre el suelo y una vajilla de loza. Le compraríamos a Martita un vestido nuevo y a mi madre un abrigo.

El viento en invierno pega fuerte en Potosí, esta tierra de nadie donde todos hurgamos para arrancarle algo de platita que nos dé de comer caliente.

Mi hermano ya no tiene callos en las manos, ya no tiene frío, ya no pasa hambre. Al fin dejó de toser el polvo. Ya no es el mayor.

Mi madre llora al verme la venda en la cabeza. Me la rompió un cascote. Ahora yo soy el hombre de la casa. Se acabó la escuela. No hay más remiendos para el uniforme.

Mastico hojas de coca para que no duela. Mañana es mi cumpleaños y quiero estar bien. Mañana volveré a la mina. Abriré nuevas vías para buscar el regalo en la entraña misma

Y Jorge, enterrado en ella, me dará valor.


 
MENCIÓN ESPECIAL (ASTURIANO)
Félix Fernández Rodríguez: Ana Aidan Amel Fi Mangam (Yo tamién soi mineru)

El soníu agudu de la sirena del cambiu de turnu oyíase de fondu en tol valle. Bassir caminaba peles cais del centru, apurando los últimos minutos de la hora del vermú, cuando per unos segundos aquella sirena treslladó-y al so pueblu, a aquellos años pasaos estallazáu naquella mina de fierru que tanto porvenir diera-y a Axara, un llugar na montaña del norte de Marruecos.

Ensín dexase afalagar pola señaldá, s’empobinaba al siguiente chigre cargáu al llombu con una maleta qu’al abrila ufría a los veceros toda clas d’aniellos, reloxes o pulseres, mientres na mano izquierda aguantaba como podía unes camisetes y d’esi mesmo hombru colgaben unes cañes de pescar. ¡Mohamed! decíen-y nos más de los chigres, a lo que respondía con una falsa sorrisa cansáu yá de qu’asina lo llamaren, y ye que’l so nome cambiara xusto al salir de la so tierra y llegar a Europa, cuando’l so destín tuvo-y en suerte llevalo a un llugar de la cuenca minera d’Asturies, ellí onde tolos del so país son Mohameds, o con suerte Alís.

Los mineros salíen del tayu y diben al chigre pa tomar daqué enantes de comer, l’ambiente s’animaba y Bassir nun colaba en vista del aumentu de los sos potenciales clientes. «A ti había que vete abaxu na mina» espetó-y un bravucón mineru, mientres dalgún compañeru reprochaba-y el so comentariu. Bassir, que comprendía l’idioma entemedies, nun pescanciaba eses pallabres y seguía col so enfotu vendedor. Nun faltaba’l paisanu de turnu que lo entretenía abondo mirando tolo que tenía pa la fin nun-y comprar un res, nin tampoco aquel que de buenes maneres dicía-y de primeres que nun quería nada. Yera’l so cantar de tolos díes y procuraba llevalo de la meyor manera, tratando con una imposible amabilidá a aquellos que rechazaben lo que-yos ufría o incluso a aquellos que despreciaben la so simple presencia. L’actitú positiva yera la so meyor arma p’afrontar los tiempos d’anguaño, nun pueblu mineru, qu’en cierta manera asemeyabase-y al suyu, rodeáu d’unes xentes que se ganaben la vida trabayando baxo la tierra, como él tamién tuvo y supo facer, anque nadie na so vera lo diba a llegar a saber nin diba reconocelo como dalgo más qu’un vendedor ambulante, anque nadie piense que tres d’esos güeyos negros hai casi un semeyante, un compañeru, dalguien que compartió’l sufrimientu y el sudu como ellos fain a diariu nes prietes galeríes de la mina.

Depués de nun vender nada salió pela puerta, empobináu al prósimu chigre, entainando por que tovía quedaba xente. La resignación enllenaba-y per dientro, recuerdu d’un confortable pasáu, de los buenos tiempos d’antaño, d’unos años de suerte qu’una multinacional cambió al zarrar aquella mina. Bassir mueve la tiesta d’izquierda a derecha, amosando, anque solo pa si mesmo, la negación de la so vida. Entró ensín dubialo nel siguiente chigre, miró al so alredor, preparó la so sorrisa, alendó… y marmulló: «Ana Aidan Amel Fi Mangam».


 
MENCIÓN ESPECIAL (ASTURIANO)
Pablo Rodríguez Alonso: El coche azul

     "Pidi carbón, mio neñu"- dicia'l mio güelu. Y yo pensaba "vaya güelu mas testerón que tengo, lleva un mes aneciando con que pida carbón".

     Yo lo que quiero ye un coche perguapu de latón, pintáu d'azul y con unos focos enormes, que vi nuna tienduca de Sama, la única que siguía abierta pa vender xuguetes y caxigalines.

     Y ye que yá lu quería la primer vez que lo vi'l añu pasáu, en navidá, pero mio ma dixo que tabemos en guerra, que cuando ganaremos y mio pá tornare a casa igual me lu traíen los reis. Que lu pidiere pal añu que vien.

     Sicasí llego'l mio cumpleaños, en setiembre, y volví a pidilu a mio madre. Queríalu, merecialu, cuantayá que nun pidiere otra cosa. Saqué buenes notes nel cursu, y pensaba que como nun me lu comprare pronto diba acabar nes manes d'otru guah.e. Pero mio ma dixo que cuando "acabara la puñetera guerra, yá veríemos".

     Al mes siguiente acabó la guerra en pueblu y nun se volvió a falar mas de mio pá nin de ganar la guerra. Daquella yá taben cerca les navidaes, y yo nun sabía si diba sacar tan buenes notes, porque a fines d'ochobre cambiáronnos de maestru y les dos primeres coses que fexo fue traer llibros nuevos y dicir qu'olvidaremos tolo que nos enseñaren hasta esi día.

     Por eso estos reis quizás yeren la mio última oportunidá pa tener el coche azul de xuguete. Sicasí, nun m'atreví a pregunta-y a mio ma si podía pidilu, porque dende hai unes selmanes veola triste y nun tien ganes de falar con naide. Namás algunes veces mira pa mi y diz "mio probe neñu" mientres m'afalaga. Asina que tuvi que dici-ylo a mio güelu. Pero él ta emperráu en que pida carbón. Que poco me quier, que nagua por que me traigan lo más malo que me podíen regalar, como si fuere un mal nietu.

     Pasó'l día de reis y nun tuvi'l coche azul colos focones aquellos, nin traxeron carbón tampoco. En realidá nun tuvimos carbón esi día en casa nin nengún d'aquel inviernu.

     Al poco güelito garró una pulmonía y morrió. Quedamos madre y yo solos na casa xelada. Y agora, toles navidaes, alcuérdome de güelito, y namás que pido carbón.


 
MENCIÓN ESPECIAL (ASTURIANO)
Miguel Redondo García: L'últimu dia

     Güey too nel pozu paez-y especial. Nun s'atopa, ta raru. Nengún dia fuera tan especial ni tan esperáu. Ye l'últimu dia naquel furacu onde trabaya dende bien neñu. Como lo ficiera so pá y so güelu y tamién so bisagüelu. Prexibilase ensin tener fíos; estropia asina una llarga xeneración de mineros: los de Tablao. Nun-y da más, hasta-y presta. Agora solo quier esfrutar del amor tardíu de Xuana, una rapaza performal y melguera. Tien pensao gociar d'ella y de la llibertá de mirar el sol o la lluna cuando-y apeteza. Colás siéntase solu nun rincón de la galería pa comer el bocadillu con cuatro tallaes, ensin el compañeru que ta entovia na lluna de miel. Masca los bocaos ensin saborialos, despacín, ensin da-y más el polvu nin la escuridá nin la soledá. Nel so embelesu da un repasu rápidu a la so vida elli y como tou paisanu curtíu nel carbón pierde la cuenta de los collacios desapaecíos. Ta un pocoñín atristayáu. Nótase cansáu, pero echa un tragu y dexa esnalar en llibertá la so maxinación…

     La ilusión d'entamar el camín en bona compaña. L'escubrir paisaxes inesperaos y sorprendentes: rinconinos d'ensueñu. Les calamidaes p'altravesar un arrullu, l'alcuerdu de garrar el camín confundíu. La lluz arralao pola nublina que se filtria al traviés de les cañes desnudes de carbayos y castañales. Pontes ancestrales, fontiques clares a esgaya, regueros ruidosos y tresparentes. El calor que t'aparra; el fríu que t'encueye, que t'engarrota; la ñebla que t'envuelve y t'amedrana; el sol que t'aleya; l'agua que t'amilana; l'aire que te lleva; la ñeve que gocies. L'alfombra de foyarasca qu'amortigaña los reblagos y fai más fácil l'andar. L'algamar un remansu de paz onde ser quien a sentir los propios camientos. El descansu rápidu pa garrar aliendu y echar un tragu d'agua. L'espertar de los sentíos y l'arder del sangre al so llau. L'allegria d'algamar el picu, la sensación máxica al acolumbrar el paisaxe. L'enfoque esautu pa la meyor semeya. La gratitú al palu que t'apoya. Los milenta y ún ruxíos de la natura o'l so sele equilibriu. Golifar el golor frescu del prau moyáu, de la pación seco, del ganáu. L'antroxar del mangaráu de collores, seronda sobrecoyedora de vida y muerte…

     Dixeron-y que morrió sentáu ensin sufrimientu, cola mitá'l bocata xunto a él, que'l gas durmiéralu como un paxarín. Colos güeyos perdíos Xuana vixila les cenices, acabante esparder, que s'estravíen ente l'esplumeru del agua frío del regueru, qu'alloquecíu cuerre buscando otru ríu. Los sos güeyos ciéguense y chisquen el regueru retorcíu que s'escuende pente sitios solombriegos, sosegaos y máxicos del monte, mientres que'l feble xiblar del aire mermura: yera'l so arrullu.


 
MENCIÓN ESPECIAL (JOVEN)
Loreto Vega Figueiras: Mi abuelo

     Paseo por la calle, con el cuello encogido por el frío. Miro el cielo. Gris. Gris como mi infancia. Gris como la carpa de mi ciudad. Me mudé a Madrid fascinada por la posibilidad de un día azul en pleno invierno. Y desde entonces los días grises atacan más mi corazón, porque se suma una nostalgia hacia el pasado al que no quiero volver. Un dolor reflejo hace que recuerde los días felices de la infancia.

     El día que llegué del colegio diciendo que mis profesores nos habían dicho que podíamos llevar a nuestros padres para que hablaran de su profesión noté un silencio escurridizo, que rompió mi abuelo:

     -Iré yo, nena.

     -¿Harías eso por mí, tatu?

     -Claro, les hablaré de la mina.

     El día de la presentación vi a través de la puerta cómo mi abuelo se arreglaba para ir conmigo a la escuela. Una punzada de dolor atacaba mi pecho por miedo a que algo saliera mal.

     Todos los niños miraron a mi abuelo con curiosidad. ¡Era tan mayor!¿Es que acaso no tenían abuelo? Esa idea relajó la presión que me acompañaba.

     Mi abuelo comenzó a hablar de cómo era la mina y de cómo vivía esa aventura un guaje de trece años, la misma edad que teníamos nosotros. Mis compañeros empezaron a abrir la boca, fascinados con aquellos recuerdos. Yo también la abría, asombrada con que ellos no hubieran crecido oyendo esas historias. Mi abuelo estaba consiguiendo lo que años después se intentaría en vano: convertir al minero en héroe, porque no tenía miedo ante lo que para él era un trabajo como otro cualquiera.

     De repente, el viejecito se giró y cogió una tiza. Tenía un as en la manga. Comenzó a dibujar por toda la pizarra una galería de las que hay en la mina. Mi abuelo dibujaba muy bien y se estaba esmerando, mientras seguía hablando, describiendo cada detalle de su dibujo. En un último intento de ganarse al público, dibujó unos monigotes intencionadamente exagerados, y dijo:

     -Y estos éramos nosotros.

     Mientras mis compañeros reían entusiasmados, el dolor de mi pecho se disolvió hasta convertirse en un orgullo por mi abuelo que no conocía hasta ese momento.

     Ahora, años después, sonrío por detrás de mi bufanda, y decido dejar de mirar el cielo, algo circunstancial, para mirar al frente, a mi futuro, a mis propios miedos.


 
MENCIÓN ESPECIAL (JOVEN)
Patricia Corriols Noval: Un sentimiento de ensueño

Dormía apaciblemente en su butaca de cuero viejo, desgastada por la infinidad de veces que se había sentado en ella. Su respiración era torpe e irregular, con unos ligeros silbidos que dejaban atisbar la obstrucción de aquellos pulmones ennegrecidos por el polvo del carbón y de la sílice.

De repente, algo tiró con fuerza e insistencia de la manga de su jersey. Abrió a regañadientes los párpados, que le pesaban quintales en aquellos tiempos, pero su actitud se suavizó cuando vio aquella cara angelical que le miraba con picardía.

-Antón!-dijo sonriendo el hombre y sentando al chiquillo en su regazo.

-Abuelito ¡cuéntame otra vez la historia!-le rogó mientras le cogía la mano y jugaba con ella, apretando y manoseando aquel muñón que le había dejado la falta de dos dedos.

-Está bien-decidió finalmente, tras meditar un instante- era una mañana nublada…

-De niebla abuelito, de mucha niebla- le corrigió Antón divertido.

-De mucha niebla-rió el hombre- la mina estaba comenzando a despertar, con el ruido de las vagonetas sobre el frío hierro de los raíles oxidados. Nosotros, los mineros, íbamos a bajar a la mina para empezar a sacar y cargar el carbón. Nos subimos a la jaula y bajamos hasta la séptima planta del pozo. Estaba oscuro, muy oscuro, y solamente veíamos un par de pasos por delante de nosotros, únicamente lo que alumbraba nuestra gastada lámpara. Yo me dirigí hacia la “boca-rampla”. El carbón ya comenzaba a bajar por ella, como de costumbre, pero, entonces, el transporte se paró. Me acerqué a ver qué pasaba y vi un costero…

-Una piedra ¿verdad abuelito?

-Sí una gran piedra, que estaba atascada y que impedía que el carbón siguiera bajando para ser cargado.

-Y entonces tú la apartaste ¿no?

-Sí hijo, y mi gran error fue empujarla con la mano porque…

- Al moverla el aparato te cortó los dedos - No era una pregunta, era una afirmación.

-Sí así fue, pero ¡si casi podrías contarme tú la historia a mí!-dijo haciéndole cosquillas en la barriga al pequeño.

-Pero no te dolió ¿a que no?, ¿verdad abuelito?-dijo recuperándose de la risa.

-no, Antón- se lo había dicho tantas veces a su nieto para evitar que se atormentara con aquella historia…- no me dolió – repitió, más para sí mismo que para su nieto mientras su mirada se apagaba un poco más al recordar aquel espantoso día.

-Gracias abuelito,- le dijo dándole un beso en la mejilla.

-Ale, vete a jugar, Antón, diviértete que eres muy joven -le ordenó mientras le bajaba de nuevo al suelo y le daba un cariñoso empujón hacia la puerta.

El pequeño salió correteando hacia el patio, mientras su abuelo sonreía de pura satisfacción, a la vez que le se empañaban los ojos de la emoción contenida. Y, sin más, retornó a su sueño, mientras se embaucaba en un torrente de recuerdos de toda la que había sido su vida como minero.