Resumen de prensa
Juan Muñiz, la gran promesa truncada
4 de enero de 2007 - La Nueva España

Un accidente acabó con la vida del líder sindical, condenado en el «proceso 1.001» y gran referente de la izquierda, justo cuando un brillante futuro político en Madrid llamaba a su puerta.

Mieres / Langreo, Miguel Á. Gutiérrez

La impresionante multitud que se acercó a La Frecha para despedirle. [Foto: Asturias Semanal]
Una carretera del valle del Huerna truncó hace tres décadas la vida de Juan Muñiz Zapico, «Juanín», la gran promesa de la política asturiana en los inicios de la democracia. Condenado en el «proceso 1.001» y destacado dirigente de CC OO en la clandestinidad, Muñiz se convirtió, con sólo 35 años, en un referente de la izquierda asturiana que se ganó el respeto de rivales y correligionarios por su talante abierto e integrador. Dedicó buena parte de los 35 años de su vida a defender los intereses de la clase obrera en un período de intensa represión política. Pagó un alto precio por ello: siete años de cárcel, cinco despidos y cuatro huelgas de hambre.

La figura del sindicalista asturiano será recordará a lo largo de este año en una serie de actos organizados por la Fundación que lleva su nombre y promovidos con motivo del trigésimo aniversario de su fallecimiento.

Juan Marcos Muñiz Zapico nació en 1941 en el pequeño pueblo de La Frecha, en Lena. Hijo de un minero y de una cocinera, el chigre que regentaba su familia fue uno de los primeros foros en los que comenzó a imbuirse de las aspiraciones de la clase obrera, gracias a las conversaciones que escuchaba de los trabajadores de la mina que frecuentaban el local y debatían sobre la actualidad política y laboral.

Pese a gozar de fama de buen estudiante, tuvo que abandonar los libros a los 15 años para entrar a trabajar como aprendiz en los Talleres Aguínaco, en Mieres. Allí tuvo su primer contacto directo con el mundo sindical, al ser elegido representante de los trabajadores. Fue sólo el inicio. Su creciente implicación sindical y su ingreso en CC OO le convirtieron en objetivo de la represión franquista, lo que le llevó a pasar dos años en prisión a finales de la década de los sesenta, en las cárceles de Oviedo, Segovia y Jaén.

Muñiz aprovechaba los períodos de confinamiento -pasó en la cárcel la quinta parte de su vida- para hacer gimnasia y formarse académicamente. Lector voraz y de formación autodidacta, Juanín intuía que los tiempos que estaban por venir requerirían algo más que la acción directa, por lo que cursó a distancia estudios de Económicas con el fin de conocer mejor el contexto en el que se movería el mundo laboral tras la caída del régimen.

Don de gentes

Recuerdan quienes le conocieron que Muñiz poseía excelente don de gentes, que le dotaba de una gran capacidad para la interlocución con sectores que se alejaban de sus presupuestos ideológicos. Partidario del pragmatismo sobre la rigidez de la ortodoxia, el calado de la emergente figura de «Juanín» fue ganando enteros en el seno de Comisiones Obreras cuando la estructura de la futura organización sindical se iba perfilando en los últimos coletazos de la época de clandestinidad.

En abril 1972 se produjo uno de los episodios que marcaron la trayectoria personal de Muñiz y de la historia reciente de España. En un convento de Pozuelo de Alarcón, el sindicalista fue detenido junto a otros nueve miembros de la cúpula nacional de CC OO, entre los que figuraban Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius. El juicio posterior sería recordado para siempre como el «proceso 1.001». El inicio de la vista se produjo el 20 de diciembre de 1973, el mismo día en que ETA atentaba contra el almirante Carrero Blanco. El clima de agitación política que se vivió como consecuencia del asesinato del presidente del Gobierno no ayudó a la defensa de los diez encausados, que fueron condenados a penas de casi 20 años de cárcel. La revisión posterior de las condenas las rebajó considerablemente. En el caso de «Juanín», pasó de 18 a 4 años de cárcel.

Marcos Muñiz Torre, hijo del sindicalista asturiano, recuerda cómo siendo un niño paseaba junto a su padre por el patio de la prisión de Carabanchel -«tiritando de frío»- cuando a los presos les dejaban recibir visitas. La familia también aprovechaba la ocasión para llevar a Juanín las casadiellas hechas por su madre, que tenían una gran acogida entre los compañeros de celda. A finales de noviembre de 1975, tras el fallecimiento de Franco, fue indultado junto a los demás condenados por el proceso 1.001.

El regreso en tren a Asturias se transformó en una manifestación de apoyo a Juanín que tuvo que ser controlada por la Policía con fuertes medidas de seguridad en las estaciones de Mieres y Gijón. En 1976, año clave para la estructuración de CC OO (legalizada un año después), Muñiz ya contaba con una gran peso organizativo en el sindicato, gracias a su trayectoria y a la proyección pública adquirida tras el 1.001. La previsión era que Juanín pasara a ocupar la secretaría general de Formación. Sin embargo, un accidente de tráfico acabó con la vida del sindicalista, El Seat 850 de Muñiz, a quien nunca le gustó conducir, colisionó contra un árbol después de precipitarse por un terraplén en el valle del Huerna. Los dos amigos que le acompañaban salieron ilesos, aunque fallecieron años después, también en sendos accidentes de tráfico.

Al entierro de Juanín acudieron más de 20.000 personas, que despidieron en un multitudinario cortejo como no se recuerda en Asturias y menos en el municipio de Lena. Entonces nació el mito, un mito que sigue estando vivo, pese al paso de los años, y que volverá a La Frecha.

 

Otra vida sin Juanín
4 de enero de 2007 - La Nueva España

Melchor Fernández Díaz

Fue José Manuel Vaquero quien me dio la noticia, anticipándome que era muy mala: «Juanín Muñiz Zapico se acaba de matar en un accidente de coche». Lo sentí como algo personal. Periodistas y políticos manteníamos en aquellos tiempos una cierta complicidad, que procedía de objetivos comunes -la libertad, sobre todo-, pero, fundamentalmente, de compartir la incertidumbre. Porque la transición fue, ante todo, eso. Era como avanzar de noche y por un túnel. Nadie sabía cuánto faltaba para la salida ni lo que habría afuera. En esa aventura azarosa y excitante Juanín era una compañía agradable. Sonreía mucho y tenía un carácter tranquilo y afable. Se hacía querer.

Las circunstancias le habían elegido para ser el protagonista de un hecho que, sin dejar de ser anecdótico, en cierto modo se había convertido en histórico. Al poco de morir Franco, un indulto real abrió la puerta de la cárcel a los nueve dirigentes de la ilegal Comisiones Obreras condenados en el famoso «proceso 1.001», entre ellos Juan Muñiz Zapico. Su llegada en tren a Gijón fue estrictamente controlada por la Policía, que llegó a disparar al aire para dispersar a los que se habían congregado en la estación del Norte para darle la bienvenida. La Prensa diaria no lo reflejó. Pero al día siguiente dos periodistas de LA NUEVA ESPAÑA, José Manuel Vaquero y José Vélez, se presentaron en la casa de La Frecha (Lena) para hacer una entrevista al recién liberado. Y el periódico la publicó al día siguiente, 3 de diciembre. Algo que hoy parece rutinariamente normal era entonces un golpe de audacia. Lo de menos es que las opiniones de Juan Muñiz Zapico fueran exquisitamente prudentes. En su opinión, estaba empezando una nueva época y al Rey, cuyo discurso le había hecho concebir esperanzas, le pedía amnistía para los presos políticos y el reconocimiento de los derechos de expresión, de reunión y de asociación. Pero hacer públicas en un periódico opiniones semejantes y, sobre todo, de un personaje semejante suponía romper un tabú.

Juan Muñiz Zapico era, oficialmente, un sindicalista. Pero hablaba como un político. Lo era, y muy comprometido. Desde 1964 pertenecía al Partido Comunista de España (PCE). A sus 34 años había pasado siete en la cárcel, tras dos condenas. La del «proceso 1.001» había sido brutal; nada menos que a 18 años de cárcel. El Tribunal de Orden Público había abierto aquel juicio contra la cúpula dirigente de Comisiones el mismo día en que ETA asesinaba al presidente del Gobierno, Carrero Blanco, y, bajo ese peso emocional, había cargado la mano, ya de por sí arbitraria y pesada. Más tarde el Supremo había rebajado la condena. Juan Muñiz Zapico aprovechó la estancia en la cárcel para comenzar a estudiar Económicas.

Por fortuna para él, no le dio tiempo a acabar la carrera dentro. Y cuando salió le atrapó en seguida el activismo sindical y político. «Ya estoy buscando trabajo», había dicho en su primera entrevista. De hecho volvió a Aguínaco, la empresa mierense en la que había sido enlace sindical a los 19 años y de la que fue despedido. Pero lo dejó al poco tiempo. Se supo luego que era uno de los siete asturianos que formaban parte del Comité Central del PCE. Fue uno de los representantes comunistas en la ilegal, más que clandestina, Junta Democrática. Por su flema y su afabilidad era un negociador nato. Y por su disciplina política, un negociador duro. Uno de esos «culos de hierro» de la escuela de Enrico Berllinguer, capaces de aguantar horas y horas a la mesa para conseguir un acuerdo. Empezó a perfilarse para él un destino en Madrid, al parecer en el doble frente sindical y político en que se movían muchos dirigentes comunistas.

No llegó a hacer ese viaje. Había sacado el carné de conducir y había comprado un Seat 850. Sus amigos decían que no conducía bien, pero el 4 de enero de 1976 se atrevió a subir por la ladera Sur del Valle del Huerna acompañado de dos amigos. De regreso hacia La Frecha el coche se le fue en una curva en La Reguera del Cabanín, entre Los Pontones y Espinedo. Llevó un mal golpe y se desnucó. Murió en el acto.

El entierro, al día siguiente, fue todo un acontecimiento. Miles de personas colapsaron los alrededores de La Frecha y las autoridades hubieron de permitir el acceso a la caja de la nueva carretera que se construía entre Campomanes y Puente Los Fierros. 174 coronas y 98 ramos de flores precedieron o escoltaron el féretro en su recorrido desde la casa familiar hasta la capilla de La Frecha, porque, por deseo expreso de la familia, el entierro fue religioso. Desde el atrio del pequeño templo tres sacerdotes oficiaron el funeral, en el que no hubo homilía. Antes, sí había habido discursos: los de Gerardo Iglesias, Marcelino Camacho, López Salinas y Horacio Fernández Inguanzo. Vicente Álvarez Areces leyó el telegrama enviado por Santiago Carrillo. El ataúd fue enterrado en el cementerio de Herías, en una tumba recién cavada en la tierra. Llevaba un crucifijo y lo cubría una bandera roja, la de Comisiones Obreras.

Porque si los sindicatos eran tolerados, el PCE era no sólo un partido ilegal, sino incluso ilegalizable para sectores muy influyentes de la vida española. Nadie podría decir, sin embargo, que a la vista de aquella capacidad de convocatoria -«Así se ve la fuerza del Pecé»- pudiera ser un partido clandestino.

Contribuir a hacerlo evidente de tan abrumadora manera fue para Juan Marcos Muñiz Zapico, casado con Higinia Torre, padre de dos hijos, el último de los grandes servicios que le prestó, el único involuntario. En su despedida hubo una coincidencia general en afirmar que con él desaparecía una gran promesa política y, en particular, de su partido. Siempre será una incógnita cómo se hubiera articulado su relación en el futuro.

Al PCE, lo sabemos ahora, le faltaba más de un año para acceder a la legalidad. Algunos de sus dirigentes de entonces acabarían abandonando su órbita, comenzando por el propio Santiago Carrillo. De los asturianos que se sentaron con Juanín en el Comité Central del PCE, Tini Areces fue expulsado y rehízo su vida en el seno del PSOE. Hoy es presidente del Principado de Asturias. José Ramón Herrero Merediz, condenado a 14 años de cárcel por su militancia comunista, ha sido senador socialista. Gerardo Iglesias se mantiene, sin duda, comunista, pero sin sitio en la actual organización. ¿Qué habría hecho, qué estaría haciendo ahora Juan Muñiz Zapico si el coche no se le hubiera ido en la Reguera del Cabanín aquella noche de enero de 1976, hace treinta años, para él otra vida más, sin duda más agradable o menos dura que la que su generosidad de joven luchador le llevó a elegir en tiempos difíciles? La respuesta quedó congelada a la vez que su sonrisa.

 

La primera entrevista
4 de enero de 2007 - La Nueva España

Mieres / Langreo

Juan Muñiz Zapico abandonó la cárcel un 30 de noviembre de 1975 gracias al indulto concedido por el Rey a todos los condenados en el «proceso 1.001». Pese a ser un destacado líder sindical, no era un personaje excesivamente conocido entre la opinión pública debido a obligada clandestinidad de su labor dentro de CC OO. Todo eso cambió cuando regresó a Asturias. Sólo unos pocos días después de que «Juanín» fuera puesto en libertad, LA NUEVA ESPAÑA publicaba una entrevista con Muñiz -la primera concedida por el sindicalista- en la que éste repasaba la actualidad del país y su paso por la cárcel.

El reportaje causó un fuerte impacto. «LA NUEVA ESPAÑA pretendía favorecer el cambio político, dar cabida a todo el mundo y tomar partido por la estabilidad democrática», recuerda José Manuel Ponte, redactor jefe del diario en el momento en que la entrevista -realizada por José Manuel Vaquero- fue publicada. Ponte también recuerda que aquella información «permitió que la izquierda asturiana se expresase públicamente», dentro del objetivo de recoger el sentir de todo el abanico ideológico de la Asturias de la transición.

José Vélez, el redactor gráfico que tomó las fotos de «Juanín», también rememora la repercusión de la publicación. «A Muñiz lo dio a conocer ante mucha gente LA NUEVA ESPAÑA gracias a aquella entrevista, que iba destacada en primera página. El periódico fue el órgano que permitió que se presentase ante la opinión pública», apostilla Vélez.

En la entrevista, Muñiz explica que dedicó el tiempo pasado en prisión a leer y estudiar. También apunta que los años de represión le ayudaron «a escuchar y huir de los extremismos», y muestra su esperanza en el papel del Rey en el proceso democrático.

 

Areces: «La historia de Asturias se nutre de legados como el suyo»
4 de enero de 2007 - La Nueva España

Langreo, M. Á. G.

El presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces, resaltó la trayectoria de Muñiz. «La propia historia de Asturias se nutre de admirables legados como el suyo, que constituye un ejemplo tanto por su calidad política como por su talla humana. Era un hombre joven y a la vez maduro y experimentado con un vitalidad contagiosa, como su propio semblante, siempre sonriente, sin dejarse amilanar por los golpes».

Patrocina: Consejería de Cultura, Comunicación Social y Turismo. Obra Social y Cultural CajAstur. Fundación Rosa Luxemburgo.
 
Colabora: Ayuntamiento de lena. Ayuntamiento de Mieres. Ayuntamiento de Langreo. Ayuntamiento de Oviedo. Ayuntamiento de Avilés. Ayuntamiento de Cangas de Narcea. Ayuntamiento de Gijón. Red de Archivos de CC.OO. Fundación 1º de Mayo.
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