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23 de enero de 2007 - La Nueva España
Martínez Gallo presentó en Mieres su novela «Caballeros de la muerte»
9 de febrero de 2007 - La Nueva España
Las historias de Alejandro
22 de febrero de 2007 - La Nueva España
Alejandro M. Gallo. Autor de «caballeros de la muerte», novela negra sobre el maquis en asturias: «Escribo una historia negra de Asturias: mina, maquis y revolución»
23 de febrero de 2007 - La Nueva España
Una novela de Alejandro Martínez repasa la historia de los «fugaos» en el Nalón
1 de marzo de 2007 - La Nueva España
Gallo: «En Madrid un relato sobre el maquis se ve como novela de aventuras»
6 de marzo de 2007 - Bibliópolis
Luchar y morir en nuestras montañas
13 de marzo de 2007 - Granada Digital
Caballeros de la muerte
1 de abril de 2007 - La Nueva España
Maquis. La historia recobrada
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Por la izquierda, el concejal Marcos Cienfuegos, Alejandro Martínez Gallo y Benigno Delmiro Coto, escritor y crítico literario. [Foto: Fernando Geijo] |
La trama se centra en un maquis en busca del asesino de su hermano
Mieres del Camino, M. Á. G.
El escritor y jefe de la Policía Local de Gijón, Alejandro Martínez Gallo, presentó en Mieres su tercera novela, «Caballeros de la muerte», un relato que narra la búsqueda de un guerrillero republicano centrado en dar con el paradero de su familia y localizar al asesino de su hermano. La obra sigue la clave de novela negra de los dos trabajos anteriores de Gallo, «Asesinato de un trotskista» y «Una mina llamada infierno».
El acto de la presentación estuvo organizado por el Club LA NUEVA ESPAÑA en las Cuencas en colaboración con la Fundación Juan Muñiz Zapico y el comité local del Partido Comunista de Mieres.
Laudelino Vázquez
Coincidí con Alejandro Martínez Gallo y, claro, no quedó otra que hablar de historias. Por si no lo saben, Alejandro es el jefe de la Policía Local de Gijón (antes lo fue de Langreo) y si no me equivoco se ha licenciado al menos en Filosofía, aunque lo han, o se ha, licenciado por sí mismo en unas cuantas cosas de la vida real, entre otras en el arte de contar historias. Recientemente, ha visto la luz su última obra, una novela titulada «Caballeros de la muerte», en la que un héroe, sólo posible en la literatura, vuelve del pasado para vengarse y vengarnos a todos, a los guerrilleros del maquis con los que luchó, pero también a los que perdimos en aquella tragedia llamada guerra civil, que fuimos todos, aunque algunos creyeron que salvando unos pocos privilegios ganaban.
El próximo día 16, apoyado en la Sociedad de Festejos de «San Pedro» y en «Cauce del Nalón», presenta su libro en La Felguera, revive, una vez más, la historia de hombres y mujeres, capaces de sufrir, esperar, entregarse, vivir a pesar de todo y, si es necesario, morir con dignidad. Como he leído y disfrutado de la novela, charlar con Alejandro de historias que no ocurren más que en la literatura es fácil, más que nada porque creemos que son las únicas verdaderamente interesantes: la inmensa mayoría de nosotros leemos lo que otros escriben, esperando encontrar historias que nos llenen, nos engañen, nos ilusionen, nos permitan vivir otras vidas. Que el relleno de páginas a base de elucubraciones (pajas mentales) acaba aburriéndonos como a chinos. Y que otra cosa muy de temer son los que cada día inventan historias sin avisarnos de que se trata de literatura, que no debemos creernos en ningún caso, porque son perjudiciales para la salud. Pero eso es otra historia.
Saúl fernández
-¿Qué tienen de heroicos los maquis de las montañas asturianas?
-Como dijo Marcelino Fernández, llamado «El Gafas», uno de los jefes del ejército guerrillero leonés, los maquis fueron los primeros en coger las armas contra el fascismo y los últimos en dejarlas.
Alejandro M. Gallo, en la estación de tren de Avilés. [Foto: Ricardo Solís] |
-Pero al final no sirvió de nada.
-Fueron héroes y fueron fracasados, en dos ocasiones: perdieron la guerra y además perdieron la paz y encima fueron considerados bandoleros.
-¿De dónde nace la mitología de la montaña?
-De la derrota, todo derrotado trae consigo una mitología. Aquí, en Asturias, se hablaba de los hombres de la montaña, mientras que en el Sur se acudía a aquello de «los de la Sierra».
-¿Por qué escribe ahora «Caballeros de la muerte», una novela sobre los maquis y sobre Asturias?
-Siempre me sedujo mucho este mundo. En Asturias se derrotó al maquis en 1948 gracias a un topo de la Guardia Civil al que llamaban «El Francesito», algo así como «El Lobo» en ETA. Fue «El Francesito» quien convenció a los maquis para comprar armas en Francia por valor de 300.000 pesetas de entonces, que serían ahora al cambio como un millón de euros. Para conseguir el dinero que pedía este topo se organizaron atracos, asaltos. Las fuerzas de orden público les dejaron hacer, hasta que les pillaron y los mataron. Del maquis me atrajo siempre todo: el nacimiento de la guerrilla, su desarrollo y la creación posterior del mito. ¿Qué hubo detrás de todo esto? Estoy escribiendo una historia negra de Asturias: la mina, el maquis y la revolución, una mitología insurgente de la región.
-El franquismo, como recordaba antes, llamaba a los guerrilleros bandoleros.
-Nunca aceptaron el régimen. Los mataron a casi todos o los obligaron a partir para el exilio. En las montañas hubo un debate teórico respecto a cómo llevar la rebelión. Los socialistas abogaban por aguantar esperando la invasión europea en plena II Guerra Mundial. Los comunistas y los anarquistas eran más partidarios de los ataques. ¿Qué quiero decir con esto? Pues lo evidente, que no eran bandoleros, que se resistían a aceptar un régimen llegado de una derrota de la República.
-¿Qué queda del mito de la Asturias roja?
-Hubo una revolución, un movimiento de guerrilleros, estaba la mina y el mundo desarrollado en su entorno. Ahora, le seré sincero, no sé qué es lo queda de todo aquello.
-¿Se olvidará la guerra civil después de setenta años?
-Cómo se va a olvidar si en los Estados Unidos todavía hay rescoldos de la guerra de Secesión. Hay iglesias donde todavía en sus atrios se homenajea a los muertos por Dios y por España.
-«Caballeros de la muerte», su último libro, no es una novela negra al uso.
-Hay una investigación, un trasfondo social, y hay una reconstrucción del pasado. Casi todos los lectores que he ido conociendo confiesan haber descubierto la novela negra a través de la historia con mayúsculas.
-¿La novela negra es una novela realista?
-Entiendo que es exactamente lo mismo. Una novela realista retrata el mundo tal cual es. La novela negra da un paso más: el retrato puede no gustar. Aunque, seré sincero, la ubicación de mis libros en uno u otro género no me preocupa. Lo que interesa es que lo que escriba sea lo mejor posible, que los libros sean buenos, que se lean bien.
-Su último libro arranca con la llegada en tren de un maquis a Asturias.
-Después de cuarenta años de ausencia. Regresa en busca de todo lo que le rodeó: de su familia, de sus raíces. Llega a Asturias desde Francia para morir en paz.
-Son los primeros años de la democracia.
-En 1977 fue el año de todos los regresos. Se abría la democracia, por eso elegí ese año, que es cuando vuelve mi protagonista.
-Andrés Rivera, el maquis, ¿qué tiene de real?
-La novela al completo es una mezcla de realidad y ficción y el protagonista también es una mezcla de tres personajes reales, Ángel Fuertes, que escoltó a Negrín hasta Valencia; Manolo Caxigal, un guerrillero del valle del Nalón que bajaba a los pueblos siempre vestido de cura y Miguel Campos, uno de los primeros en entrar en París tras su liberación en 1945. Pertenecía a la división Leclerc, la de los soldados españoles, la de los republicanos.
-«Caballeros de la muerte» es una historia muy asturiana, pero que capta muchos lectores fuera de aquí. Explíquemelo.
-Toco fibras muy sensibles de los asturianos: el pasado mítico del que hablamos. Lo que pasa fuera, creo yo, es que la lectura de esta novela sistematiza algo de lo que todos han oído hablar, que les suena, pero que no se conoce del todo bien.
-Por cierto, ¿de dónde viene el título de este último libro?
-Cuando cae el Frente Norte, Franco se da cuenta de que las Cuencas no fueron del todo vencidas, pero tiene que trasladar sus fuerzas hacia el Ebro. Así que crea en Asturias unas fuerzas paramilitares fascistas a las que se bautiza como los Caballeros de la Muerte. Estaban formadas por falangistas, requetés. Todavía hay quien recuerda lo que significaba para estos paramilitares la palabra «multar». Así eliminaban a los elementos subversivos.
-Los guardias civiles en esta historia no son la encarnación del mal.
-¿Por qué lo dice?
-No sé, García Lorca. No siempre salen en la literatura tan bien parados como en «Caballeros de la muerte».
-La Guardia Civil y la Guardia de Asalto permanecieron fieles a la República en su mayor parte. Quise fijarme en los paramilitares que actuaron como la Gestapo en la época de los nazis, unas fuerzas que Franco se encargó de esconder después de 1945, después del final del maquis.
El escritor asturiano presentó con «Cauce Nalón» en La Felguera su última novela, «Caballeros de la muerte»
Langreo, Lorena Canto
Alejandro Martínez Gallo firma un autógrafo a una niña momentos antes de iniciarse el acto. [Foto: Fernando Rodríguez] |
Se trata de una historia en segunda persona narrada por Daniel Rivera, un teniente de la República que a los 65 años de edad vuelve a España con dos objetivos: encontrar a su esposa y a su hijo y vengar la muerte de su hermano Tuco. Lo que viene a continuación, según Benigno Delmiro, catedrático de Literatura y encargado de presentar el libro, es la trama policial que lleva al personaje a tropezar con grupos paramilitares como los «caballeros de la muerte», la agrupación que da título a la obra. Según el autor, la intención de escribir sobre los «fugaos» en los montes «tomando a las Cuencas como espacio narrativo» nació de una anécdota de su segundo libro, «Una mina llamada infierno». Delmiro resaltó el carácter entretenido y dialogante del texto, que «pone a hablar a sus personajes, un rasgo que caracteriza a cada uno de ellos», una tarea que, en opinión del presentador, es «difícil de hacer» en una novela como la de Alejandro Martínez Gallo.
El escritor habló de «Caballeros de la muerte» en la sala Ámbito Cultural
Gijón, J. C. Gea
No fue un jefe de Policía Local, Alejandro Gallo, que «curiosa y casualmente es también novelista en ratos libres», sino un «escritor a carta cabal», Alejandro M. Gallo, el que ayer se personó ante una sala repleta para hablar de su última novela, «Caballeros de la muerte». Y, conforme a esta presentación del profesor y crítico de LA NUEVA ESPAÑA Eduardo San José, el «escritor a carta cabal» se explayó con anécdotas, secretos de cocina y erudición ante el público que llenó el salón de Ámbito Cultural para oírle hablar de mucho de lo que rodeó el furtivo mundo del maquis, del que ha sacado los mimbres de su novela.
En primera fila escuchaban atentamente el teniente de alcalde Pedro Sanjurjo y el ex dirigente ugetista Francisco Prado Alberdi y entre el público -como se reveló en el turno de preguntas- abundaron los buenos conocedores, por ciencia o por experiencia, de lo que fueron las guerrillas de montaña en Asturias, algunos de los cuales elogiaron la «valentía» del escritor por encarar el asunto. Pero el primero en mencionarla, por razones literarias, fue el presentador, que situó «Caballeros de la muerte» en la estela que abrió Hemingway en «Por quién doblan las campanas» y que han seguido Marsé, Mendoza, Llamazares o Dulce Chacón. No obstante, tanto Eduardo San José como Alejandro M. Gallo puntualizaron que no se trata tanto de una novela sobre el maquis como -dicho en palabras del primero- «sobre la memoria histórica en la transición» y sobre un asunto que «tiene la propiedad de situarse justamente encima de un debate actual».
Guerrillero asturiano
En su intervención el escritor desveló cómo su personaje central, un teniente republicano que escoltó a Negrín hasta Francia y que regresa a la España del 77 con deudas que saldar, se ha compuesto «como un entreverado de varios personajes reales», sobre todo Ángel Fertes que, tras defender Santander, escoltó, en efecto, a Negrín hasta Francia. También hay componentes del guerrillero asturiano Manolo Caxigal o Miguel Campos. Gallo fue recorriendo muchos de los acontecimientos que llevaron a la formación de los distintos maquis y sus respectivas estructuras o concepciones de la lucha armada y también ilustró históricamente el origen de los grupos paramilitares que, como los «Caballeros de la muerte» de su novela, «quedaron en la retaguardia» encarnando «una parte de la represión muy escondida por el régimen».
El autor reveló cómo, curiosamente, lo que en Asturias forma parte «de la mítica insurgente de esta tierra» y su «fibra sensible», en otras zonas de España, por ejemplo en Madrid, «se haya visto como una novela de aventuras».
David G. Panadero
La España en la que él vivió se ha convertido en una sombra, un mundo casi desaparecido que los demás no quieren recordar. Acaso ese violinista ciego con el que se topará guarde buen recuerdo de todo.
Con este punto de partida arranca una cuenta atrás en la que el maquis se decide a librar su última batalla. Ya no es el de antes; ahora tiene más de sesenta años y está aquejado de un cáncer terminal, pero eso no va a ser obstáculo. No le va a temblar el pulso si tiene que volver a apretar el gatillo.
Alejandro M. Gallo debutó hace no mucho más de dos años con dos novelas que dejaban a las claras su sentido del compromiso: Asesinato de un Trotskista y Una mina llamada infierno. Lo suyo es mucho más que un entretenimiento inocente. Ahora, con Caballeros de la Muerte mantiene las expectativas levantadas por las novelas precedentes y las amplía al adentrarse en formas narrativas más sofisticadas.
Un narrador en segunda persona, desde el tiempo presente, acaso una corriente de conciencia, empuja a Andrés Rivera a completar su plan en una aventura quijotesca, en la que descubrirá que, de aquello que él pretendía resolver, sólo verá la punta del iceberg. Porque, como en las mejores muestras del género, una vez acabamos de leer el libro, vemos que no se nos han ofrecido soluciones falsamente esperanzadoras. Lo peor está por venir. Los "Caballeros de la Muerte" era una organización paramilitar de corte fascista que se lanzó al monte a acabar con los opositores al régimen, pero nuestro protagonista descubre que ahora son mucho más que eso, y tienen mucho poder y conexiones internacionales.
Quizás por el inquebrantable código de honor del protagonista, por los intentos de recuperar un mundo en crisis que sólo persiste en la memoria de unos pocos, por el aire bucólico del entorno rural que Gallo nos ofrece, me atrevería a decir que estamos ante la perfecta base para un spaghetti-western a la antigua usanza. Quizás parecido a Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone, hasta en su estética feísta y en el barro que pisan los personajes.
Que la novela negra es un juego entre escritor y lector es algo que todos sabemos, pero conviene que de vez en cuando nos recuerden que el juego no tiene porqué ser inocente. Puede que a esta intencionalidad contribuya la actividad profesional de Gallo, que es jefe de la Policía Local de Gijón, o su doble licenciatura, como filósofo y politólogo. Sea como fuere, con Caballeros de la Muerte nos ha regalado una epopeya, documentada de forma prolija, verosímil hasta extremos sorprendentes, que a muchos va a resultar cercana, más aún si conocen el norte de España y si están interesados por las historias de otros tiempos.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros
La nueva novela de Alejandro M. Gallo, subtitulada "La última batalla del Maquis", es tan enérgica, dialéctica y didáctica como su muy alabada "Una mina llamada infierno", inscribiéndose en una particular tendencia literaria que tiene a las montaraces tierras del norte de España, Asturias y alrededores, como escenario sine qua non para unas tramas que están a caballo entre lo policíaco, lo histórico y lo etnográfico.
Si me lo permiten, al calor de una creciente amistad con Alejandro, aprovecharé para reseñar (parte de) un e mail que recibí del autor, meses ha: "No es por cultivarte el ego, pero el comentario que hiciste de "Una mina llamada infierno" sobre que te daban ganas de pedir una vacaciones para recorrer las zonas descritas en la novela, me hizo reflexionar. Y, si no hay inconvenientes editoriales de última hora, en la novela del Maquis aparecerá un plano de las zonas de las que se habla en la novela. También te adelanto que la novela cita a Granada y sus guerrilleros, ya que su Sierra fue uno de los focos más importantes de resistencia antifranquista. "
Efectivamente, cuando compren ustedes esta fascinante "Caballeros de la muerte", antes de meterse de lleno en la fascinante historia de el Mayor y compañía, verán que no hubo problemas de última hora y que, tras la cita de Benedetti con que se abre el libro, hay un mapa con la ubicación de los últimos guerrilleros antifranquistas, lo que, por supuesto, me cultiva el ego e, igualmente por supuesto, reseño con satisfacción, orgullo y agradecimiento para con un autor que, si como escritor es grande, como persona agiganta su tamaño hasta alcanzar proporciones homéricas, tal y como hemos comprobado en los trasnoches de BCNegra 2007.
Ahora, claro, todo lo que a continuación vais a leer sobre "Caballeros de la muerte" os podría parecer un ejercicio de peloteo amistoso, quedándoos la duda de si la novela es efectivamente buena o si, por el contrario, esto no es sino un ejercicio de compadreo para con un colega.
Y es una duda legítima, por supuesto.
Pero hay poderosas razones que demostrarán que no, que esto no va de chalaneo interesado. La primera es que todo el que ha leído "Una mina llamada infierno" la ha puesto de maravilla y sólo tiene excelentes palabras para con ella. Muchos coincidimos en que a Alejandro se le fue la mano al querer meter demasiadas cosas en la misma y que, poner a su héroe en mitad del 11-M, fue un tanto excesivo, pero que hacía mucho tiempo que una novela no nos atrapaba de aquella manera en un paisaje, en unos personajes y en una trama como aquélla. Tan bien está contado el ambiente minero que a Ramalho, el protagonista de "Una mina llamada infierno" le van a erigir un monumento en la cuenca minera y, además, está a punto de convertirse en héroe de tebeo, literalmente hablando.
Y, si la historia minera era ágil, emocionante y estaba bien trabada, en esta "Caballeros de la muerte" se nota más y mejor el oficio de Alejandro, está mejor acabada y es más perfecta, sin que su escritura haya perdido un ápice de su fuerza y su frescura. Los personajes están igual de bien trazados y la precisa y preciosa ambientación sigue siendo el gran punto fuerte de la literatura de Gallo: pasas frío con los protagonistas, te pierdes entre la niebla con ellos y sientes cada porrazo que les dan.
Y está, claro, el maniqueísmo. Porque los personajes de Gallo que son buenos, son buenísimos. Y los malos, son terribles.
"¿Y?" – Me contestaba Alejandro cuando le pregunté sobre ello.
Alejandro vino a decir que le gustaban los héroes. Y que los maquis lo fueron. Y que estaba hasta los c... de tanto relativismo y revisionismo. Y de tanto cogérnosla con papel de fumar. Que a ver si nos enterábamos de que en este país, unos ganaron la guerra, masacrando a quienes la perdieron y haciéndolo de una forma brutal, sistemática y plenamente consciente.
Efectivamente, en su novela habla de aquella represión. Y de venganza. Del dulce sabor de una venganza que viene a enlazar, en plena transición, con una trama golpista que hunde sus raíces y sus razones en la España paleofranquista que algunos, ahora, vienen a reivindicar.
"Caballeros de la muerte" es una novela comprometida, repleta de información, de lectura adictiva y muy, muy esclarecedora. Y si piensan ustedes que estoy exagerando, vamos a ceder la palabra a otros dos escritores que han hablado y escrito sobre ella, el historiador Pedro Gálvez y el novelista argentino Guillermo Orsi.
La novela, además, tiene una especial significación para los lectores granadinos ya que Pichi, el sanchista e improvisado ayudante del quijotesco Mayor, tiene una especial predilección por las canciones de un joven Miguel Ríos que aún no había dado las buenas noches a los hijos del Rock & Roll, pero que ya apuntaba maneras.
En resumen, que si les apetece leer una buena e ilustrativa novela que nos habla sobre lo que pasó en este país tras la caída de la República, contado todo ello con una prosa que engancha, a través de unos personajes de los que se quedan grabados en la memoria del lector, ni lo duden: "Caballeros de la muerte" es su libro.
La caída del Frente Norte, en octubre de 1937, y la desorganizada evacuación de los combatientes republicanos llenó los montes de Asturias de guerrilleros, a los que, tras el triunfo de abril de 1939, el nuevo régimen tildó de bandoleros. Franco retiró sus fuerzas regulares. Sin embargo, dejó en Asturias a las contrapartidas de paramilitares fascistas que debían mantener el orden. Siete décadas han pasado ya y Manuel Alonso, «Manolín de Llorío», todavía recuerda cada uno de los días que pasó camuflado en los montes de las cuencas mineras. El escritor Alejandro M. Gallo ha novelado ese tiempo guerrillero en «Caballeros de la muerte. La última batalla del maquis» (Laria, 2006), la segunda parte de su trilogía sobre la insurgencia en el principado.
Saúl Fernández
Fotos: Constantino Suárez (Archivo Fundación Juan Muñiz Zapico) / Zeki
Alejandro M. Gallo, con Manolín de Llorío. |
Manuel Alonso González -«Manolín de Llorío» (Soto de Llorío, 1918)-, que es el que habla, subió a los montes tras la caída del Frente Norte, en octubre de 1937. Cuando descendió, ocho años después, lo hizo esposado, herido, como un ladrón de caminos. Fue preso primero en la cárcel de Laviana para después pasar por mil penales: cuando salió libre, en 1964, el mundo había cambiado; el maquillaje camufló de progreso lo que luego se conocería como desarrollismo. De los montes a la cárcel y de la prisión a la venta ambulante y las pólizas de seguros:
- Después de tantos años sólo se ha quedado con una pensión de 511 euros -apunta Jesús González, responsable del PCE en Laviana-.
Manolín de Llorío recuerda cada detalle de los años de lucha en los montes asturianos. Es uno de los últimos maquis.
A finales de octubre de 1937 -el decimoquinto mes de la guerra asturiana- el desconcierto se apropió de las fuerzas republicanas. Los nacionales estaban a las puertas de Avilés y de Gijón, las dos últimas ciudades resistentes. Civiles, milicianos... se apostaron en los puertos con el deseo de dejar Asturias, de salir para Francia o de incorporarse a otros frentes activos todavía por toda la Península. El catedrático de Instituto Secundino Serrano -autor de «Maquis. Historia de la guerrilla antifranquista»- describió aquellos días con elocuencia: «La falta de previsión de las autoridades republicanas, el denominado Consejo Soberano de Asturias y León, motivó que la mayor parte de los combatientes no pudieran embarcarse...»
Manolín de Llorío es de la misma opinión:
- Si desde el principio se hubiera organizado la resistencia de los que nos habíamos retirado de los frentes, nos hubiera ido mejor.
Alejando M. Gallo (Astorga, 1962) acaba de presentar su tercera novela -«Caballeros de la muerte. La última batalla del maquis» (Laria, 2006)-, una ficción sobre el candor de los héroes de las montañas, una investigación histórica sobre la represión franquista, un paso adelante en el reconocimiento del pasado de Asturias.
- Hay una diferencia fundamental entre las guerrillas de Asturias y de León. Desde el 18 de julio de 1936 León está en manos de los nacionales y al día siguiente ya se ha organizado la guerrilla -explica el escritor-.
Lo que sucedión en Asturias, por el contrario -lo cuenta muy bien Manolín de Llorío- es que los «fugaos» subieron al monte cuando no pudieron escapar en los barcos, cuando al regresar a sus pueblos se encontraron con la represión de los franquistas, que «adquirió caracteres de venganza, y alcanzó desde autoridades políticas (el gobernador Isidro Liarte) e intelectuales (Leopoldo Alas Argüelles, rector de la Universidad de Oviedo) hasta miles de asturianos anónimos», escribe Secundino Serrano en su historia guerrillera.
Marcelino Fernández, «Gafas», lo recordaba Alejandro M. Gallo en una entrevista reciente en La Nueva España, dijo que los guerrilleros españoles «fueron los primeros en coger las armas contra el fascismo y los últimos en dejarlas». Cuando el novelista habla de «los primeros» se refería a los primeros en Europa, mucho antes que en Francia, que en Italia o que en Yugoslavia y de esta posición privilegiada deja constancia en «Caballeros de la muerte».
Parte Alejandro M. Gallo en su novela del regreso de un viejo guerrillero a España, Andrés Rivera, «El Mayor». Viene a morir, le han diagnosticado cáncer y falta de España desde que, por un pelo, su partida, perseguida por un chivatazo, se salvó de la muerte. El de Aljandro M. Gallo es un libro que mezcla la memoria de los «fugaos» y las pesquisas hacia el pasado. «Al igual que las víctimas de azar y el destino, regresas cubierto de heridas...», así comienza la novela, con un narrador evocativo y con sustancia heróica encarnada en esa segunda persona del singular con que se presenta. Andrés Rivera se embarca en un tren que le devuelve al país que abandonó cuando el caudillo se dejó lucir con armiño, con el cetro triunfador y con el miedo a dejar escapar el poder recién adquirido.
Manolín pescaba truchas a mano en el Nalón cuando estalló la guerra
Manolín de Llorío. |
La figura de Manolín de Llorío se recorta en el trasluz del dintel de la cafetería. Atisba a los que le esperan, pero decide dar cuenta primero a los camaradas que leen la prensa y que juegan la partida matutina. Cuando se llega hasta la mesa, dice que mejor hablamos en la sede, que no hay ruido y que tampoco hay televisión.
- A mi me crío mi abuelo, el tío Lin de Soto, y es que soy hijo de soltera. Mi padre había muerto de silicosis.
El 18 de julio, el día del levantamiento militar, Manolín tenía 18 años y estaba pescando truchas a mano en el Nalón.
- Todavía entonces se podía pesacar en el río -bromea-.
Cuanta que entonces se subió a una bicicleta y se fue directamente a la plaza del Ayuntamiento de la Pola, donde se había establecido una oficina improvisada de reclutamiento. Manolín no tuvo ninguna duda: se hizo miliciano.
Su vida anterior a la guerra fue la que llevó junto a su abuelo y una tía materna, con el ganado y con los latiguillos de la maquinaria. Manolín de Llorío ayuda en las reparaciones.
Aurelio Caxigal, Manolín de Llorío, Manolo Caxigal y Casimiro «El canijo», en los montes de Laviana terminada la guerra civil. |
Cuando las columnas gallegas abrieron el cerco a Oviedo Manolín de Llorío se retiró con sus camaradas en dirección al frente vasco. Estaban a la altura de Covadonga cuando recibieron la visita de la aviación franquista.
- Aquello era muy salvaje: tiraban bombas que segaban.
Dejó Bilbao -donde el frente cada noche cambiaba de mano- y regresó a Asturias y se alistó en el batallón de Flórez.
- No podíamos defender como debíamos. Si hubiéramos tenido armamento todavía están corriendo los alemanes y los italianos.
Todo fue nada.
- Quedamos en el monte en octubre de 1937.
Dice Manolín, cuando se deja invadir por la memoria, que en los montes asturianos al principio había «como 5.000 guerrilleros». Es la cifra por la que se decanta Secundino Serrano, pero la aplica a toda España.
- Eramos tantos que la Guardia Civil no se nos enfrentaba en los primeros meses -explica Manolín-.
Una de las cosas que tenían claras era que las partidas cuanto más pequeñas mejor.
- Nosotros éramos cuatro o cinco, pero las hubo hasta de catorce.
El peligro eran los rastros que se podían ir dejando:
- Si éramos muchos, hacíamos un camino -señala Manolín de Llorío.
Manolín de Llorío, con uno de los hermanos Caxigal, fotografiados por Constantino Suárez. |
- Teníamos al principio mucha munición y la guardábamos en sitios especiales, para que no se mojara.
Pero las balas se acaban y era preciso sobrevivir. Ahí empezaron los golpes económicos, una especialidad de la guerrilla libertaria y comunista. Atracos, pues, y golpes en los cuarteles de la Guardia Civil, recuerda Manolín de Llorío.
La vida diaria de los guerrilleros, de los guerrilleros camaradas de Manolín, era el camuflaje. Vivían en chozas, no se mantenían en la misma posición muchos días, bajaban a algún punto en que se había quedado con los enlaces que traían la comida:
- Traían harina, patatas, etcétera. Cocinábamos en el monte -señala el guerrillero bajo la atenta mirada de Alejandro M. Gallo-.
Peña Mayor, Soto Llorío, Raigoxu y otros puntos de los montes de Laviana fueron escenarios de los choques entre los maquis y las fuerzas de orden público o los paramilitares.
La Guardia Civil «no era el mal»
Una de las particularidades más señaladas de «Caballeros de la muerte» es que la Guardia Civil no representa el mal, ya un lugar común en la literatura de izquierdas de la posguerra. Gallo defiende al benemérito cuerpo, que cumplía con su deber. La Guardia Civil siempre ha estado con el poder, ese es el secreto de su longevidad. El mal en la novela lo encarnan los miembros de las contrapartidas: falangistas, paramilitares...
Manolín de Llorío cuenta que, cuando lo cogieron preso -en Esteyeru, cerca de Pozu Carrio-, lo llevaba esposado un sargento de los regulares y un policía, que de pronto le dio cayazo y le empezó a tirar piedras. El sargento le gritó: le dijo que llevaba a un hombre herido y que no se le podía pegar. «Los más cobardes», concluye, «siempre son los más asesinos».
Los camaradas de Manolín de Llorío subieron al monte como defensores de la República y cuando descendieron lo hicieron esposados o con los pies por delante. Mantuvieron la esperanza de una invasión de los países democráticos, pero no se dio. Abandonados, se transformaron en héroes.