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Miércoles 15 de julio de 2009
a las 18:00 Carpa de Encuentros ![]() |
Memoria y Exilio
Presenta Alejandro M. Gallo,
Con la intervención de:
Organizan:
Fundación Juan Muñiz Zapico de CC.OO. de Asturias Semana Negra Gijón 2009 Colaboran: CajAstur Consejería de Cultura y Turismo del Gobierno del Principado de Asturias |
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Múltiples formas de exilio pero un dolor único
Javi Álvarez
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El escritor Alejandro M. Gallo que moderó la mesa | |
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Después cedió la palabra a Evelyn Mesquida, autora de «La Nueve. Los españoles que liberaron París» que habló de su trabajo para recuperar un trozo de nuestra historia. Recordó a aquellos jóvenes que lucharon en la guerra civil y que al perder la contienda cruzaron la frontera francesa dónde fueron recibidos en campos de refugiados, en los cuales recibieron humillaciones y maltrato. Jóvenes a los que se les planteó volver a la España franquista o incorporarse a la Legión extranjera para luchar primero en la guerra de Túnez y posteriormente en la segunda guerra mundial. Se convirtieron en fuerzas de choque, por su gran experiencia militar, donde fueron diezmados porque siempre eran los primeros que entraban en liza. Liberan París, y sus tanquetas son las primeras en entrar en la capital gala. Liberaron Alsacia, continuaron a Estrasburgo y llegaron hasta el bunker de Hitler. Pero su historia se borró de sus anales y se negó por su origen español y republicano.
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Jorge Belarmino Fernández Tomás e Irene Díaz Martínez | |
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Jorge Belarmino Fernández Tomás, nieto de Belarmino Tomás, nos habla de dos tipos de exilio. De uno duro, el de Francia y de otro más amable en México, un país que se convirtió en la tierra del asilo por excelencia durante el siglo XX. Dice más amable porque allí se mantenía la República con un gobierno en el exilio. Pero no nos dejemos engañar, los que se fueron a México vivieron un proceso muy dramático, encerrados en una vida fantasma, pues sus pensamientos e ideas seguían manteniendo una realidad que dejaron atrás pero que ya no existía. Cuando regresaron volvieron a una España distinta, donde había desaparecido toda seña de su identidad, esas que ellos habían sustentado durante todo el tiempo. Al volver se veían obligados a reinventarse de nuevo.
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Evelyn Mesquida y Constantino Alonso González, «Tinín el de Turón» | |
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Lorena Nosti
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La destreza de Mesquida en su intento de recuperar un trozo de la Historia aparcado en el olvido del imaginario colectivo fue reconocido por el numeroso público que acudió a la Carpa del Encuentro para hacer un verdadero ejercicio de memoria histórica. Las vicisitudes de los 146 españoles que conformaban la menoscabada Compañía 9, que desde 1936 hasta 1945 blandió las armas en cuatro guerras para terminar en el nido de águilas de Hitler sin más reconocimiento que el de sus seres queridos, volvieron a llenar el presente para reclamar su lugar en el futuro. También Irene Díaz ilustró a los presentes con legados extraídos de los más de 2.000 testimonios que conserva el Archivo de Fuentes Orales para Historia Social de Asturias, en especial la experiencia de Luis Álvarez, que narraba con terrorífica naturalidad el hacinamiento, las "cacerías" de piojos y el verdadero significado de las fronteras en un viaje hacia su memoria personal. Lo mismo que hizo Jorge Belarmino Fernández Tomás, recordando su propia infancia cuando sus padres tuvieron que exiliarse a México. "Yo no me daba cuenta muy bien de lo que pasaba, pero sí de que mis padres estaban pero no estaban. En su cabeza seguía el país que habían dejado, igual que les ocurría a muchos otros exiliados, y eso no cambiaba hasta el final de sus días o hasta que regresaban acá", explicaba el nieto de Belarmino Tomás.
Sin embargo, el testimonio más impactante fue, quizás, el de Constantino Alonso, que narró con la frescura propia de quien lo hubiera vivido ayer su propia "aventura" de infancia alejado de su tierra y de sus seres queridos a causa del franquismo. "No había comida. Mi madre quedó viuda y mi hermano y yo tuvimos que irnos a Francia, junto con muchos otros que se encontraban en las mismas condiciones que nosotros. Allí me quedé en casa de un matrimonio comunista que tenía cuatro hijos y, aun así, tuvieron la fuerza de acoger a uno más para mantenernos. Mi hermano estaba en otra casa. Fuimos acogidos como si fuéramos de la familia de toda de la vida. Incluso nos llamábamos padre, madre, hijo o hermanos, e íbamos a la escuela con los niños franceses. Solo tengo buenas palabras para aquella gente", rememoraba Alonso con una sonrisa agradecida, evocando la actitud solidaria de las juventudes socialistas y comunistas francesas cuando, al estallar la guerra, organizaban y promocionaban recolectas de alimentos, "conservas, fundamentalmente", para los republicanos españoles. "A mí me llevaban como mascota", rió, "pero todo aquello a mí me animaba mucho porque era todo un éxito y, cuando al día siguiente veía en los periódicos fotografías de los camiones que cruzaban la frontera hacia España, siempre pensaba que algo de todo aquello iría a parar a mi familia".
Pero los buenos recuerdos de le petit espagnole, como le llamaban en Francia, llegaron a su fin a la hora de evocar su vuelta a casa. "En el tren, antes de llegar a Bilbao, los soldados que nos custodiaban se ensañaron con nosotros, incluso nos pegaban. Una nena pequeña que iba al lado dijo algo en francés a su hermano y uno de los soldados la sacó de su asiento, le dio un tortazo y la tiró en el pasillo diciendo que aquí no se podía hablar ruso, que estábamos en España. Así estaban las cosas". Su breve estancia de apenas dos días en un convento, a mitad de camino, no fue mucho mejor. "Nos hicieron dejar las maletas y luego nos las tiraron al suelo y nos quitaron la comida que llevábamos, que eran casi todo latas. Las monjitas fueron muy melodiosas… ¡No, muy sinvergüenzas!", añadió para rectificar la ironía.
El tiempo de la mesa redonda llegaba a su fin y, pese a las disculpas reiteradas de Alonso por su extensión, nadie deseaba que parase. La frustración de llegar por fin a casa y encontrarse de bruces con el secretismo y la obligada discreción, "cuando veníamos de un sitio en el que se podía hablar de todo", y el terror de sus seres queridos ante algunos temas de conversación fueron dos de los aspectos más impactantes para este hombre de Turón. "Estaban atemorizados. No te dejaban preguntar por todo aquello, por el paradero de uno o de otro. Era indescriptible", confesó. La posterior evocación de sus periplos en la mina fue truncada por el implacable reloj que señalaba el fin de la mesa redonda. "Es una verdadera gesta, lo que hicieron nuestros exiliados", reconoció Alejandro M. Gallo. Y para narrarla, ayer la Semana Negra tuvo el privilegio de contar con unos juglares de excepción.