otras actividades »

Homenaje al profesor David Ruiz    » Oviedo, 12/04/2018

 

 
PRENSA
 
» David Ruiz ante el espejo, radiografía de un historiador con historia
Nuestra Historia, 2020
» El historiador David Ruiz, "canonizado" en un homenaje en el IES Aramo
La Nueva España, 13.04.2018
» David Ruiz hace historia
ccooasturias.es, 12.04.2018
» David Ruiz, anatomía histórica de un pionero
La Nueva España, 12.04.2018
» Un hito historiográfico que tiene su historia
La Nueva España, 12.04.2018
» El historiador coherente y el profesor implicado
La Nueva España, 12.04.2018

 



 

 
David Ruiz ante el espejo, radiografía de un historiador con historia
Nuestra Historia, 2020

Introducción, entrevista y notas a cargo de Ramón García Piñeiro
Dr. en Historia Contemporánea por la Universidad de Oviedo

David Ruiz [Foto: Luisma Murias]
David Ruiz [Foto: Luisma Murias]

David Ruiz González nació en Susilla, una pequeña localidad del sur de Cantabria limítrofe con la Lora burgalesa, en 1934, año convulso a cuyo escrutinio y exégesis dedicó los mejores años de su vida. A principios de los cincuenta del siglo pasado, cuando cualquier destello de inquietud intelectual era cercenado antes de brotar por la miseria, el integrismo moral y el miedo inoculados en el cuerpo social por una guerra destructiva y un vencedor revanchista, cursó estudios de bachillerato en Santander. En la segunda mitad de la década ingresó como estudiante en la Universidad de Valladolid, donde se licenció en Historia y, sin solución de continuidad, recibió su bautismo como investigador. Tal vez sorprenda que dos constantes de su trayectoria, la percepción crítica del pasado que late en nuestro presente y el principio kantiano, inspirado en una locución de Horacio, del sapere aude, cristalizaran precisamente en la rancia urbe asomada al Pisuerga, inflamada por la retórica imperial, los principios políticos tradicionales y la coreografía fascistizante que informaban al régimen vigente, pero es que, si cabe destacar un rasgo distintivo en la biografía de David Ruiz, este no es otro que haber sido escrita con renglones trazados a contracorriente.

Entre la levítica ciudad castellana y la no menos empingorotada «Vetusta» de Clarín, «sin olvidar» la fugaz y estimulante estadía en tierras algecireñas, como el propio entrevistado rememoró con nostalgia en una de sus escasas evocaciones autobiográficas, experimentó, dados sus antecedentes, una impredecible y fructífera mutación [1]. Aunque no procedía de un contexto familiar y sociológico marcado por la lucha de clases y se había formado académicamente en un entorno universitario representativo del integrismo franquista, en la década de los sesenta tuvo la osadía de componer un paradigmático relato sobre la formación y evolución del movimiento obrero asturiano entre la industrialización y la II República, por el que fue distinguido con el premio extraordinario de Doctorado [2]. El nutrido público que asistió al acto académico de lectura y defensa de la tesis, en su mayoría hijos y nietos de una clase obrera hasta entonces estigmatizada, celebró con contenida emoción que el doctorando les restituyera la dignidad de un pasado hasta entonces proscrito y mutilado en un escenario tan solemne como el Aula Magna de la Universidad de Oviedo [3].

La presentación de su tesis doctoral en 1968 coincidió con su designación como profesor interino de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, otro cometido en el que le cupo la condición de pionero. Como responsable del Departamento de Historia Contemporánea, realizó una selección meritocrática de sus colaboradores y ayudantes, con los que pretendió abarcar todos los aspectos que concurren en el proceso histórico, incluidos ámbitos hasta entonces desdeñados o ignorados por la historiografía, como el social, el cultural o las mentalidades colectivas [4]. En una institución como la académica, lastrada por la egolatría infatuada de no pocos directores de departamentos y catedráticos, sugirió objetos de estudio, estimuló vocaciones investigadoras, recabó ayudas económicas de todo tipo y dirigió numerosas tesinas y tesis, procurando en cada caso que el aprendiz no se extraviara en el laberinto del proceso investigador [5]. Vista en perspectiva, cabe entrever una impalpable homogeneidad en la producción historiográfica asturiana del último medio centenar de años, que algún observador atento ha etiquetado como «escuela de Oviedo», en la que subyacen rasgos distintivos como la honestidad profesional, el rigor metodológico y el compromiso ético que David Ruiz inculcó a sus discípulos.

Sin embargo, su paso por la institución académica asturiana distó de estar exento de sobresaltos. Pese a su irreprochable dedicación a la actividad docente y su acreditada solvencia investigadora, no tardaría en ser objeto de una inicua persecución por parte de los gestores de la institución universitaria cuando el régimen de Franco agonizaba. El episodio más turbio de esta cacería se materializó al comienzo del curso 1973-74, cuando fue expulsado de la Universidad ovetense, de la que estuvo apartado por motivos ideológicos hasta 1977. En la más genuina tradición macartista, no se podía tolerar la presencia de un comunista en un claustro universitario. Le sustituyó inicialmente el histriónico y exaltado militante carlista Jesús Evaristo Casariego, relevo que cabe encajar en el marco del repliegue integrista y represivo experimentado por el régimen entre las muertes de Carrero Blanco y Francisco Franco. Regresó como profesor adjunto por oposición con la restauración democrática, pero tuvo que esperar casi una década, hasta 1986, para acceder a la cátedra. Tras un breve paso por el decanato de la Facultad de Geografía e Historia y un epílogo como emérito entre 2004 y 2008, concluyó su vinculación a la institución académica en el año citado en último término.

Si como profesor renovó la tradición pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza, a la que dedicó dos trabajos publicados en Estudios sobre Rafael Altamira y Claves de la Razón Práctica («Rafael Altamira y la extensión universitaria de Oviedo» y «La memoria de Clarín en el Oviedo franquista »), como investigador se centró en el estudio de los siglos XIX y XX en Asturias, con dedicación preferente a la insurrección obrera de 1934. En el ámbito regional, combinó la realización de síntesis divulgativas de largo recorrido, como su Asturias contemporánea, con estudios monográficos de periodos concretos («La crisis del Antiguo Régimen», «La Segunda República» y «La Guerra Civil en Asturias»), incorporados a obras colectivas. En el marco cronológico de los siglos XVIII y XIX realizó análisis específicos sobre el impacto del reformismo borbónico en las infraestructuras, las actitudes de la nobleza asturiana ante el proceso industrializador, las repercusiones del desastre del 98 en Asturias y las posiciones doctrinales de la oligarquía regional durante la Restauración («Alejandro Mon o el posibilismo católico de la Restauración»). En «La represión en la periodización de la dictadura franquista: la experiencia asturiana », demostró que cabía recurrir a conceptos distintos a los económicos para delimitar etapas dentro del régimen de Franco.

Pese a su especialización en la II República por haber convertido la insurrección obrera de 1934 en objeto de estudio predilecto, no hubo periodo del siglo XX que le fuera ajeno. Pasó revista a las dos primeras décadas en sus ámbitos político, social y cultural en la aportación que realizó para la Historia de España publicada por Labor a principios de los ochenta, en la que, bajo la coordinación de Tuñón de Lara, figuraron los historiadores más prestigiosos del momento. Analizó el impacto de la crisis de 1929 en un trabajo publicado por la revista Hispania del CSIC en 1968, con el que salió al paso de un vacío historiográfico. Realizó un estudio del último cuarto del siglo XX en La España democrática, editada por Síntesis, en el que examinó tanto el proceso político como la evolución social de España entre 1975 y 2000. Como prolongación de su pionera recapitulación sobre la dictadura franquista, publicada en 1978, abordó en un análisis sectorial el marco jurídico e institucional del régimen. De esta etapa destacan, en particular, sus aportaciones al conocimiento de la respuesta obrera, así como al de sus fuentes de conocimiento, vertidas en «De la supervivencia a la negociación: actitudes obreras en las primeras décadas de la dictadura», «De la pasividad a la conflictividad colectiva: evolución y arraigo de actitudes obreras bajo el régimen de Franco» y «La oposición sindical en el franquismo: dispersión y territorialización de las fuentes».

Tanto el alborear del comunismo en España («Escépticos y creyentes ante la revolución: los primeros viajeros españoles al país de los soviets»), como la trayectoria del PCE («De la guerrilla a las fábricas» o «Los obstáculos de la unidad de acción en España»), de sus principales dirigentes («Escritos juveniles de Santiago Carrillo») o el movimiento sociopolítico que los comunistas impulsaron bajo el franquismo («Las Comisiones Obreras, movimiento sociopolítico»), fueron examinados por David Ruiz con un distanciamiento crítico que desmiente a quienes le han etiquetado de historiador al servicio de una ideología. Con una perspectiva más amplia, levantó acta de la trayectoria de la clase trabajadora española durante la pasada centuria en «Las huelgas industriales en la España del siglo XX: acontecimientos y estadísticas» y «Del obrero consciente al currante posmoderno: las clases trabajadoras en el siglo XX». A las citadas referencias bibliográficas habría que añadir sus dos monografías sobre la revolución de Octubre de 1934, insólita movilización social a cuyo estudio y divulgación se ha consagrado durante toda su vida. «Apuntes sobre octubre de 1934», «Octubre de 1934. La Revolución de Asturias», «Introducción a Octubre de 1934», «Clase, sindicatos y partidos en Asturias (1931- 1934)», «Paradojas del octubre de 1934» y «Contra la República y por la revolución: la insurrección obrera de 1934» son círculos concéntricos en torno a un objeto de estudio en el que ha alcanzado por méritos propios la distinción de especialista más reputado. Dada la amplitud y diversidad de sus focos de atención, sorprende que no haya proporcionado una reflexión sistematizada sobre la disciplina, el oficio del historiador y la historiografía, aunque también en esta parcela ha dejado algunas perlas aisladas, como «La difusión del conocimiento histórico en la crisis del franquismo» y, más recientemente, «De Núñez de Arenas al pluralismo metodológico. Todo en menos de un siglo».

Al margen de su producción historiográfica, cabría destacar en David Ruiz la defensa sin titubeos que en todo momento realizó, no tanto de sus intereses particulares, como de la deontología profesional, aunque para ello tuviera que hacer frente a personajes e instituciones poderosas. Su inamovilidad en este terreno quedó patente cuando la editorial Ayalga, cuyo principal accionista era el empresario Francisco Javier Sitges, rechazó un artículo sobre la evolución de Asturias entre el Antiguo Régimen y la Guerra Civil que previamente le había encargado para conformar el tomo octavo de una lujosa historia regional en diez volúmenes editada a principios de la década de los ochenta. La discrepancia se dirimió en un pleito que se prolongó durante más de tres años y se sustanció en los tribunales de justicia, donde la empresa editora arguyó que el texto presentado adolecía de la calidad exigible para ser publicado. Sus argumentos fueron rebatidos ante el juez por historiadores de reconocido prestigio, como Tuñón de Lara y Juan José Carreras, catedrático de la Universidad de Zaragoza, quienes resultaron más convincentes a la hora de acreditar que en el veto subyacían motivos ideológicos, por lo que el editor fue condenado a publicar la obra o a indemnizar al demandante. David Ruiz declaró que se había supeditado la publicación a que se omitieran datos y se modificaran valoraciones vertidas sobre grupos e instituciones, y llegó a concretar que, en particular, molestaban algunos de sus enjuiciamientos del papel de la institución monárquica [6].

Como destacó el periodista Faustino Fernández Álvarez, David Ruiz encarna la figura del intelectual comprometido, pero no ya con una opción política determinada, ni con la clase social sobre la que ha gravitado su producción historiográfica, sino contra la miseria moral de quien abusa de su poder o de quien no se rebela contra la opresión, ya sea por cobardía o por incapacidad para percibir la sumisión [7]. El compromiso militante que adquirió en el contexto de la dictadura franquista, por el que estuvo dispuesto a sacrificar su propia carrera profesional, dimanó antes de un principio ético que de un impulso político. Por el mismo motivo, desde Clarín hasta Alborá, ha promovido numerosas publicaciones, clandestinas o no, ha colaborado en un sinnúmero de periódicos y revistas, ha participado gratia et amore en cuantos actos de índole cultural ha sido requerido, ha salido a la palestra en defensa de toda causa que estimara justa y se ha comprometido con cualquier iniciativa que estimara beneficiosa para sus semejantes [8]. Por eso, quienes hemos disfrutado de su magisterio y nos hemos iniciado a su lado como investigadores, no podemos ocultar el respeto y admiración que le profesamos, de los que esta entrevista es un testimonio.

-----------
1.– David Ruiz, «Trayectoria un tanto accidentada», Cuadernos de Historia Contemporánea, vol. 27, 2005, pp. 115-120.
2.– «David Ruiz», en Gran Enciclopedia Asturiana, vol. 12, Silverio Cañada Editor, Gijón, 1970, p. 289.
3.– Ramón García Piñeiro, «Un hito historiográfico», La Nueva España, 12 de abril de 2018.
4.– Julio Antonio Vaquero Iglesias, «El Historiador coherente y el profesor implicado», La Nueva España, 12 de abril de 2018.
5.– Hasta 2002 dirigió 42 tesinas y 15 tesis doctorales. Ignacio Peiró Martín y Gonzalo Pasamar Alzuria, Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos (1840- 1980), Akal, Madrid, 2002, p. 547.
6.– «La editorial Ayalga condenada a publicar un libro de historia que había rechazado», El País, 11 de junio de 1984.
7.– Faustino Fernández Álvarez, «A fondo con David Ruiz», La Nueva España, 8 de junio de 1980.
8.– Francisco G. Orejas, Guía de la cultura asturiana, Silverio Cañada editor, Gijón, 1980, p. 224.
-----------

ENTREVISTA

[R.G. Piñeiro] Los docentes solemos estar obsesionados con la pretensión de identificar los estímulos que despiertan las vocaciones, los cuales pocas veces responden a un patrón definido, ni genético ni ambiental. En tu caso, ¿cuándo descubriste que el virus de la «historiofilia» se había inoculado en tu organismo? ¿La «infección » fue fruto de una revelación o se fue abriendo paso como esa lluvia fina que empapa con parsimonia?

[D. Ruiz] Fue fruto de una sostenida y pacífica infección que en el último bienio de la II Guerra Mundial me fue inoculada en el ámbito familiar, principalmente por un tío recién salido de la cárcel de Santoña, a la que le llevó su fidelidad a la República. En mi interés por el desarrollo del conflicto también colaboró, en cierta manera, el maestro de la escuela primaria, un superviviente de la depuración franquista, quien me colocó en el pupitre más cercano al mapa de Europa, desde el que pude seguir con cierta comodidad las operaciones militares hasta la entrada de los rusos en Berlín, suceso que me causó una enorme satisfacción.

[R.G. Piñeiro] En la universidad vallisoletana y en una ciudad tan poco estimulante como la castellana consumaste tu particular tránsito de la adolescencia a la madurez, tanto personal como intelectual. ¿Detectaste a orillas del Pisuerga algún estímulo aleccionador que favoreciera el proceso? ¿Existía entre el profesorado algún verso libre que no se dedicara a cultivar la mística del pasado imperial o que no concibiera la docencia como un ejercicio de exaltación patriótica? ¿Tenían cabida en las aulas las miradas retrospectivas que no tuvieran por objeto explícito la glorificación de las gestas del pasado?

[D. Ruiz] La capital del Pisuerga era ya entonces, por motivos bien acreditados, «Fachadolid», como posteriormente sería conocida en el nomenclátor político de la pre-Transición. Un dato simbólico: a la mayoría de la ciudadanía en absoluto le sorprendía que su vecino Filemón Arribas, catedrático de la Facultad de Historia y alcalde de la ciudad en los años cincuenta del siglo XX, caminara por el centro de la ciudad vestido de falangista cuando se dirigía a impartir sus clases de Epigrafía y Diplomática después de presidir los plenos municipales.
El dictado de apuntes y la casi carencia de recomendaciones bibliográficas fueron la norma predominante del profesorado que impartió la mayoría de las asignaturas de la especialidad, todas ellas en horario matutino. Bien es cierto que algunos no se irían de rositas, ya que, durante las prolongadas estancias vespertinas en la Biblioteca de la Facultad, el descubrimiento de las fuentes bibliográficas de donde obtenían los apuntes era un ejercicio de los más festejados por el alumnado.

[R.G. Piñeiro] ¿Cómo eran los planes de estudios en el segundo lustro de la década de los cincuenta? En materias como Historia Moderna y Contemporánea de España, ¿se abordaba el siglo XIX? ¿Con la puntilla del desastre del 98 se bajaba el telón de la historia o se incorporaban también contenidos del siglo XX para que tuvierais una percepción más nítida tanto de la magnitud de la caída como de la resurrección experimentada tras la Guerra Civil?

[D. Ruiz] Los programas de las dos Modernas, Universal y de España, los solían explicar al completo, no así las contemporáneas. En el caso de la Universal, aunque la finiquitaban en 1945, ni el catedrático ni el profesor adjunto dedicaron una sola clase a la Comuna de París y a la Revolución Rusa. Con más cautela y sectarismo se abordaba la contemporánea española, cuyo estudio concluía con el «desastre del 98», no sin antes presentar el asesinato de Cánovas como el causante del desastre colonial y del comienzo de un complejísimo proceso que culminaría en los años treinta con la proclamación de la II República y la Guerra Civil, temáticas que, obviamente, tampoco figuraban en el programa.

[R.G. Piñeiro] Debutaste como investigador con una tesina sobre las comunicaciones entre Castilla y el Cantábrico bajo el reinado de Carlos III, realizada bajo la dirección de Vicente Palacio Atard y Enciso Recio. ¿La elección del objeto de estudio respondió al deseo de satisfacer una inquietud personal o fue un peaje de obligado cumplimiento propio de un tiempo en el que, más allá del reformismo borbónico, la Historia como disciplina se precipitaba en un abismo tan turbulento como refractario al conocimiento sistematizado?

[D. Ruiz] No tuve opción de elegir la temática de la tesina. Me la impuso el catedrático Vicente Palacio Atard unos días después de manifestarle mi predisposición: «en el Archivo de Simancas -me dijo- le esperan media docena de gruesos legajos de la época de Carlos III sobre la construcción de las primeras carreteras en España». Habida cuenta de que no tenía otra opción según la normativa de la época, me vi obligado a volcarme sobre los documentos inmediatamente antes de instalarme en Bilbao, donde obtuve mi primer trabajo como profesor interino en el Instituto Miguel de Unamuno. La posterior presentación de la tesina en Valladolid brindó a los asistentes al acto el insólito espectáculo de la primera controversia historiográfica entre dos de los tres miembros del tribunal, uno de ellos vinculado al Opus Dei y el otro a la escuela de Ramón Menéndez Pidal.

[R.G. Piñeiro] Se escenificó una de esas expresiones de pluralismo limitado o contraste de pareceres, en expresión más castiza, esgrimido por Juan Linz para demostrar que el régimen de Franco no fue un sistema totalitario, sino autoritario. ¿Recuerdas cuál fue el motivo concreto de discrepancia entre el pidalista y el opusdeísta?

[D. Ruiz] Juan Linz no había aparecido aún en escena. La controversia se limitó a la presencia en la tesina de una cita laudatoria de Enciso Recio, que figuraba en el tribunal, sobre «la moderna escuela historiográfica de la Universidad de Navarra».

[R.G. Piñeiro] Durante tu estancia en Simancas, ¿coincidiste con algún hispanista de los que se documentaron en el gran archivo vallisoletano empleando una metodología que se situaba en los antípodas de sus colegas castellanos? ¿Estabais al corriente de las líneas de investigación, enfoques metodológicos y debates historiográficos que se estaban planteando más allá de nuestras fronteras o el paternal manto de la autarquía también os preservaba de ese tipo de desviaciones?

[D. Ruiz] No coincidí con ninguno, ya que para documentar la tesina mi estancia en el archivo fue breve, pero con anterioridad sí nos llegó a la Facultad la noticia del paso por Simancas de Fernand Braudel, entonces cabeza de fila de la segunda generación de Annales, así como de algún otro hispanista de la misma nacionalidad. Circunstancia que no fue aprovechada por ninguno de los profesores de nuestra especialidad para invitarlos a conferenciar. ¿Avergonzados por desconocer (no por rechazar) la revolución historiográfica promovida un cuarto de siglo antes al otro lado de los Pirineos por Marc Bloch y Lucien Febvre? Era el sentimiento dominante entre el alumnado ávido de novedades matriculado en la facultad vallisoletana de los años cincuenta del siglo pasado.

[R.G. Piñeiro] Cuando Josep Fontana reconoció ante Manuel Sacristán que había tenido tres maestros, este le recomendó que no se lo dijera a nadie, porque en España eso no estaba bien visto. En tu etapa de formación como investigador, ¿no reconoces más guía que el autodidactismo o, por el contrario, tuviste algún historiador de cabecera?

[D. Ruiz] Como el autodidactismo nos horrorizaba y los profesores de la Facultad de Valladolid fueron incapaces de seducirnos con sus sapiencias, es lógico que, coincidiendo con el descubrimiento de la historiografía francesa, en la que destacaba Pierre Vilar, tratáramos de contactar con Miguel Artola, José María Jover y el exiliado Tuñón de Lara, discípulo a su vez de Vilar en la Sorbona. En este último caso, la posterior publicación de «El movimiento obrero en la historia española», reseñable aportación historiográfica, sirvió de ejemplo y estímulo a quienes compartíamos un similar planteamiento teórico y metodológico de la disciplina.

[R.G. Piñeiro] Entre 1958 y 1962 recibiste el «bautismo de fuego» como docente en dos centros de bachillerato: el Instituto Masculino de Bilbao -ahora Miguel de Unamuno- y el Instituto mixto de Algeciras. ¿Conservas algún recuerdo de tu primera experiencia profesional? ¿Con qué tipo de alumnado te encontraste y cuáles eran sus expectativas? ¿Cómo era el profesorado? En ciudades tan distantes y dispares, como Bilbao y Algeciras, ¿detectaste expresiones de disentimiento político, aunque no pasaran de la mera «oposición de salón», ya fuera en corrillos, mentideros, tertulias o cenáculos?

[D. Ruiz] Contra lo que podría parecer, el profesorado y alumnado de mis dos primeros escenarios laborales me dejaron recuerdos imborrables. Se encontraban situados, efectivamente, en los antípodas de la península, pero las analogías predominaban sobre las diferencias para bien. En las dos ciudades, los Institutos compartieron el prestigio de la enseñanza pública sin interferencias ajenas. En la sala de profesores del Miguel de Unamuno, donde predominaba el humor a raudales, a diferencia del austero y jesuítico colegio de Deusto, en absoluto era conocido el manifiesto fundacional de ETA, aparecido a finales de julio de 1959, y nadie hablaba euskera. Ello no impidió que, 20 años después, José Miguel Beñarán Ordeñana, un jovial y aplicado alumno de Geografía de España durante mi primer año de estancia en el Instituto, se convirtiera en «Argala», el dirigente de ETA asesinado en 1978 por el Batallón Vasco Español.
En el Instituto de Algeciras, situado en la parte alta de la ciudad, donde no llegaban los ruidos del tráfico portuario, que ya era intenso, era modélica la atención que al Centro le dispensaban el municipio de la ciudad y los padres del alumnado. Tanta que, entre otras atenciones, durante las mañanas de algunos sábados el propietario del cine de la ciudad nos obsequiaba al conjunto de profesores y alumnos con la asistencia a estrenos de películas de calidad. Recuerdo que «12 hombres sin piedad», de Sidney Lumet, fue la primera. Por otro lado, la voluntariosa vinculación al Centro del conjunto del alumnado no impidió que la directora amenazara erróneamente de expulsión a un grupo de alumnos al completo. Mi implicación en la defensa del citado grupo, el 4ºC, concretamente, al que impartí la clase de Historia, me reportaría la satisfacción de verme homenajeado por ellos medio siglo después en el mismo Instituto en el que compartimos aula. Un apunte singular más sobre la composición del alumnado algecireño tuvo como referente la matriculación en el Instituto de dos vástagos de la linajuda familia del duque de Lerma, afincada en las cercanías de la ciudad, a los que impartí docencia en el último año de Bachillerato. Todavía recuerdo como, al finalizar la clase sobre el latifundismo agrario, uno de ellos me pidió la palabra para sentenciar que, gracias a la irrupción de los tractores y las cosechadoras, los siervos de la gleba ya no eran jornaleros de la tierra.

[R.G. Piñeiro] En 1963, por concurso de traslados, te incorporaste al cuadro docente del entonces denominado Instituto Femenino de Oviedo, en el que, bajo la actual denominación de Instituto Aramo, se te tributó un reciente homenaje. Cuando tomaste posesión de la plaza, aun no se habían extinguido los ecos de la huelga del año anterior, la primera movilización obrera desde el final de la Guerra Civil que permitió atisbar una fisura en el aparentemente berroqueño régimen franquista. Como el PCE se encargó de divulgar urbi et orbi, Asturias retomaba su condición de faro del movimiento obrero español. ¿Influyó este inesperado y emblemático desafío, así como la reconocida tradición combativa del proletariado asturiano, en la elección de tu nuevo destino?

[D. Ruiz] En absoluto influyó el movimiento huelguístico de 1962, que seguí desde Algeciras a través de la emisora británica que emitía sin interferencias desde la cercana colonia de Gibraltar. No influyó, pero sí logró reafirmarme en el interés por investigar el Octubre del 34, un tema ausente en el programa de la licenciatura y tratado de modo superficial por los primeros hispanistas anglosajones que publicaron monografías sobre la Guerra Civil, como fueron los casos del británico Hugh Thomas, primero, y el norteamericano Gabriel Jackson pocos años después.

[R.G. Piñeiro] Deduzco, por tanto, y casi lamento, que el radical cambio de rumbo que imprimiste a tu trayectoria investigadora en el tercio medio de la década de los sesenta precedió a que respiraras el polvo del carbón asturiano, tan cargado de convulsiones sociales, como románticamente supuse, pero, una vez instalado en la «martirizada» ciudad de Oviedo, donde todavía supuraban las heridas de la insurrección obrera, ¿por qué renunciaste a tu pretensión inicial?

[D. Ruiz] La causa del aplazamiento de la investigación sobre Octubre del 34 no fue otra que la inaccesibilidad de las fuentes archivísticas sobre aquel acontecimiento. De ahí que entonces optara por volcarme en los antecedentes de aquella insurrección obrera, documentándome para ello en el abundante fondo bibliográfico que encontré en la Biblioteca de la Universidad (por cierto, fondo salvado del incendio de la misma registrado durante el 34) y en el hemerográfico que acababa de ser reunido en la Hemeroteca de Gijón, en la que, por cierto, se encontraba la colección completa del magnífico periódico «El Noroeste», portavoz oficioso del reformismo asturiano, como principal e inestimable referencia documental. Esta tarea me ocupó durante cuatro años, desde el verano de 1963 hasta el otoño de 1967, fecha en la que presenté los resultados de mi tesis doctoral.

[R.G. Piñeiro] Sin otros estudios que sirvieran de paradigma, excepción hecha de los pioneros trabajos de Casimir Martí y Josep Termes sobre el anarquismo y la I Internacional, ¿pudiste plantearte sin cortapisas un contenido tan original y subversivo porque la cátedra de Enseñanza Media te proporcionaba una independencia de criterio que distaba de estar al alcance del investigador universitario al uso, siempre obligado a adular al superior jerárquico del que dependía su instalación académica?

[D. Ruiz] Pues sí, la diferencia existente en los estatus del profesorado de la enseñanza media y la universitaria era entonces abismal. La explicación no era otra que el mérito: la mayoría del profesorado de los institutos había realizado oposiciones a cátedras y adjuntías en concursos de ámbito nacional, que se celebraban en Madrid; no así en las universidades, donde la mayoría de las plazas eran ocupadas por profesores interinos designados digitalmente por los catedráticos de la asignatura, que además tenían el privilegio de disponer de profesores ayudantes.

[R.G. Piñeiro] Como director de tu tesis figuró Juan Uría Ríu, un reputado medievalista que, además de cronista oficial de Oviedo y de Asturias, fue Premio Francisco Franco del CSIC en 1948. Dada su especialidad, su posición académica y su trayectoria personal, ¿no le pareció descabellada una propuesta de investigación tan distante de sus focos de interés, cuyo contenido podría ser percibido por las autoridades, sino como una provocación, al menos como un desafío?

[D. Ruiz] Juan Uría, efectivamente, figuró como director de mi tesis doctoral por no existir la especialidad de Historia en la Universidad de Oviedo, donde, según la normativa vigente, debía presentarla por haber realizado en ella los cursos de doctorado. Pero, en la práctica, mi vinculación académica fue mayor con Miguel Artola, entonces catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Salamanca. Cierto fue que, pese a no incluir dentro del marco cronológico el controvertido Octubre del 34, como era mi pretensión inicial, la previa confrontación obrero-patronal del proceso industrializador asturiano que en la tesis se estudiaba resultó novedosa. En particular para las organizaciones obreras de la región, que, tras haber promovido la última gran huelga contra el régimen de Franco, de la que salieron derrotadas, tuvieron una compensación inesperada e inmediata: la salida a la superficie de las primeras Comisiones Obreras, germen de un original movimiento social y sindical que llegará hasta nuestros días.

[R.G. Piñeiro] En la nota preliminar a la primera edición de tu tesis doctoral, escrita en febrero de 1968, reconoces que observaste la recomendación del historiador francés Jean B. Duroselle, quien aconsejaba, cuando se analizan acontecimientos cercanos en el tiempo, «interrogar a los actores que todavía viven». ¿Cómo fue tu debut en la historia oral? ¿Qué testimonios recabaste, cómo te recibieron los interrogados y qué uso hiciste de sus aportaciones?

[D. Ruiz] Infortunadamente tuve escasas posibilidades de beneficiarme de testimonios orales por motivos obvios: las organizaciones obreras asturianas figuraron entre las más reprimidas por el régimen de Franco de principio a fin, no solo en la inmediata postguerra. Aún en los tecnocráticos tiempos de la «dictablanda», que a su moderna manera abrieron los «Lópeces » a comienzos de los sesenta, el recelo de los presuntos informantes ante los escasos historiadores interesados en recabar su testimonio era muy elevado. Por otra parte, los exiliados aún vivos, escasos ellos, solían anteponer sus intereses personales a la trasmisión de información valiosa para los historiadores, lo que pude comprobar con el dirigente socialista Andrés Saborit, con el que pasé dos tardes en Ginebra en 1966, ciudad en la que acababa de escribir un libro titulado «Asturias y sus hombres». Por su parte, el también dirigente socialista, asturiano él, Teodomiro Menéndez, a quien visité en Madrid, donde vivía casi clandestinamente protegido por el periodista Emilio Romero, director del periódico falangista «Pueblo», omitió informarme sobre los problemas de la organización sindical ferroviaria a la que perteneció. No así del rencor que le profesaban sus compañeros de partido de la capital asturiana, donde tenía el domicilio, «por vestirse en Montes», una moderna tienda situada en la calle más céntrica de Oviedo y destinada a proveer de la última moda británica a la clientela masculina más distinguida de la ciudad.

[R.G. Piñeiro] Con tu tesis afrontaste el doble reto de introducir la contemporaneidad en la investigación académica universitaria y, dentro de ella, asignar a la clase obrera la condición de sujeto principal del relato histórico. ¿Cómo asimiló tan insólito planteamiento un tribunal compuesto por un medievalista como Eloy Benito Ruano, procedente de la Brigada Político Social, un especialista en la administración colonial como Bartolomé Escandell y dos investigadores como Miguel Artola y Carlos Seco Serrano, cuya mirada se había proyectado preferentemente sobre los orígenes de la España contemporánea, en el primer caso, o sobre las élites políticas del siglo XIX, en el segundo?

[D. Ruiz] No hubo dificultades insuperables en la composición del tribunal. Como de los cinco miembros, solo a los dos procedentes de universidades distintas a la anfitriona, en este caso la de Oviedo, se les abonaban los desplazamientos y la estancia, yo me limité a proponer a Artola y a Seco, los más actualizados en la temática de la tesis. Los tres restantes figuraron en el tribunal por ser los únicos historiadores que eran catedráticos de las edades Media y Moderna, respectivamente, en la especialidad de Geografía e Historia que se acababa de implantar en la Universidad de Oviedo. Obviamente, la obtención del doctorado me sirvió para ejercer de inmediato como profesor interino de la Edad Contemporánea, compatibilizando el horario en la Universidad con el del Instituto.

[R.G. Piñeiro] La lectura y defensa de tu tesis doctoral se efectuó el 28 de octubre de 1967 ante un expectante y nutrido público que desbordó el aforo del Aula Magna de la Universidad de Oviedo, arremolinándose en el patio del claustro. Más allá de las limitaciones propias de un acto académico de esta naturaleza, ¿te percataste de la brecha que abrías en una institución tan integrista como la Universidad al dignificar dentro de su recinto un pasado tan proscrito como la trayectoria del movimiento obrero asturiano?

[D. Ruiz] Pues sí, no la esperaba en absoluto, pero celebré la presencia obrera procedente de las cuencas mineras y de Gijón en el patio central de la Universidad de Oviedo, sobre todo por el respeto que mostraron a la institución, que en su inmensa mayoría pisaban por vez primera. Circunstancia que también sería reconocida por los miembros del tribunal durante la comida que, siguiendo la tradición, compartían con el nuevo doctor tras finalizar el acto académico.

La prensa asturiana recogió la lectura de la tesis de David Ruiz señalando la gran asistencia de público (La Nueva España, 29 de octubre de 1967)
La prensa asturiana recogió la lectura de la tesis de David Ruiz señalando la gran asistencia de público (La Nueva España, 29 de octubre de 1967)

[R.G. Piñeiro] Conviniste la publicación de tu tesis con Ciencia Nueva, una iniciativa editorial surgida al amparo de la «Ley Fraga de 1966», entre cuyos hitos figura haber publicado ese mismo año de 1967 una obra temprana de Marx, Formaciones Económicas Precapitalistas, con un sugerente y aleccionador estudio introductorio de Hobsbawm. Sin embargo, la obra fue editada finalmente en 1968 por Amigos de Asturias, una asociación cultural pluripartidista en la que confluyeron las personalidades más representativas de la oposición al régimen, que tú has equiparado a la Asamblea de Catalunya y yo he caracterizado como un precedente de la Junta Democrática. ¿Quiénes fueron los promotores de Amigos de Asturias y con qué fines? ¿Por qué iniciaron con tu obra una aventura editorial que no tuvo continuidad? ¿Afectó esta circunstancia a la distribución, difusión o repercusión académica de tu tesis?

[D. Ruiz] Amigos de Asturias fue, efectivamente, una iniciativa del PCE, a la que se sumaron otras organizaciones emergentes de la región, como los demócratas cristianos, el Frente de Liberación Popular (conocido por el acrónimo «Felipe») y la Unión Sindical Obrera. Según me informaron los «peceros», todas ellas secundaron la publicación como una forma compartida de solidarizarse con el antifranquismo de la clase obrera. Que la iniciativa editorial tuvo éxito me lo confirmaron los derechos de autor, ya que los gestores de la misma me liquidaron por la venta de casi 4.500 ejemplares, el doble que la segunda edición, publicada en 1984 por la editorial Júcar.

[R.G. Piñeiro] Dado el contenido de la obra y su previsible difusión, ¿no puso la censura franquista reparos a su publicación?

[D. Ruiz] Efectivamente, autorizó la publicación, pero con solo un reparo: la supresión de media docena de manifiestos del SOMA de la primera década del siglo XX, muy anticapitalistas ellos, que encontré en el archivo municipal de Mieres e incorporé al apéndice documental.

[R.G. Piñeiro] En 1969, cuando no se organizaban congresos, jornadas o coloquios sobre la historia reciente de España, te adheriste a la iniciativa de Manuel Tuñón de Lara de celebrar simposios de esta índole en la Universidad de Pau. ¿Cómo te llegó la convocatoria, qué reflexión te suscitó y qué valoración haces de aquella experiencia?

[D. Ruiz] La presentación de la tesis me permitió, efectivamente, ejercer la docencia en la Universidad; su publicación, la ocasión de contactar con Tuñón de Lara, quien me invitó a participar en la puesta en marcha -junto a un reducido grupo de historiadores franceses- de los Coloquios en la Universidad de PAU. Aún recuerdo que, para asistir a la reunión fundacional, logré sin apenas problemas que Claudio Ramos, el influyente comisario franquista de la Brigada Política y Social, me concediera el pasaporte. No sin antes advertirme sobre la nefasta compañía que suponía tratar con un historiador rojo exiliado en Francia. Así y todo, en los años que siguieron hasta el final de la dictadura, el número de jóvenes historiadores licenciados en la Facultad de Oviedo que acudieron a los Coloquios de Pau no dejó de crecer. Muchos de ellos víctimas también del policía citado, que uno de los años pidió a sus colegas de la frontera –en uno de los retornos el jefe de los mismos me comunicó su desinterés en cumplir la orden, ya que le impedía asistir al partido de fútbol que jugaba la Real Sociedad- que nos requisaran libros adquiridos en Francia y prohibidos en España. Profesionalmente, la experiencia de los Coloquios de Pau constituyó un éxito rotundo, como lo prueban las publicaciones a que dieron lugar durante el decenio que se prolongó su celebración.

[R.G. Piñeiro] Más allá de la nueva dimensión epistemológica y metodológica que los encuentros de Pau proporcionaron a la disciplina, tuvieron la virtud adicional de poner en contacto a contemporaneístas aislados y desperdigados por universidades españolas con colegas exiliados que se venían desenvolviendo en un contexto académico y político diametralmente opuesto. ¿Adquiriste entonces consciencia de tu sintonía procedimental con la mejor tradición de la escuela histórica francesa, no tanto con la corriente alentada por Bloch, Febvre y Braudel desde la revista Annales, como con la vertiente de inspiración marxiana que conducía desde Ernest Labrousse hasta Pierre Vilar o ya llegaste a los encuentros pertrechado con este bagaje teórico?

[D. Ruiz] Sobre la notoria incidencia en este país de la Histoire de L´Espagne de Pierre Vilar, aparecida en Paris en 1947 y superclandestina en España hasta finalizar la dictadura, cabría decir que precedió durante años el cambio historiográfico provocado por Annales. En el contexto de los coloquios de Pau compartirá espacio con el estructuralismo de la escuela, si bien con mayor presencia de Vilar que de Braudel. En cualquier caso, los coloquios sirvieron, no solo para favorecer los contactos con los historiadores franceses, sino también entre los españoles, hasta entonces enclaustrados en sus universidades.

Primera edición de su tesis doctorial (Amigos de Asturias, 1968)
Primera edición de su tesis doctorial (Amigos de Asturias, 1968)

[R.G. Piñeiro] En uno de aquellos coloquios, creo que el celebrado en 1972, presentaste tus «Apuntes sobre octubre de 1934», publicados al año siguiente dentro de la obra colectiva titulada Sociedad, política y cultura en la España de los siglos XIX y XX. Fue tu primera aproximación a un reto que te venía obsesionando desde que en 1963 te instalaste en Asturias: explicar de forma cabal por qué fue el escenario de la revolución obrera más importante del siglo XX en Europa, excepción hecha de la bolchevique, y por qué fue protagonizada por una organización que se había caracterizado hasta entonces por su praxis reformista.

[D. Ruiz] Pues sí, efectivamente, el cambio estratégico de los socialistas asturianos al finalizar el primer bienio republicano se me reveló como el principal problema a despejar historiográficamente tras concluir la tesis de licenciatura. Un episodio apenas percibido por los autores de los múltiples relatos posteriores, volcados exclusivamente en la acción subversiva de los sublevados y en la violenta represión gubernamental que le siguió.

[R.G. Piñeiro] En 1974 te replanteaste el proceso revolucionario en un artículo publicado en el primer número de Tiempo de Historia, revista fundada por el irrepetible Haro Tecglen, y en 1977 repensaste el acontecimiento en tu introducción a Rebelión en Asturias, de Albert Camus, publicada por Ayalga, pero por el camino perdiste la ocasión de haber sido el primero en incorporar la épica insurreccional del octubre asturiano a la historiografía contemporánea mediante la redacción de una monografía solvente. ¿Qué valoración te mereció la publicación de La comuna asturiana de Bernardo Díaz Nosty en septiembre de 1974? ¿Superó esta obra cortapisas que te parecían infranqueables o confirmó tu impresión de que no se daban las condiciones propicias para abordar un objeto de estudio tan singular?

[D. Ruiz] Mi colaboración en Tiempo de Historia se debió a una petición de urgencia, excesivamente periodística, que me hizo Eduardo Haro Tecglen, director del semanario Triunfo, la revista legal más leída por los antifranquistas, para el primer número de una nueva revista, que no tuvo la misma fortuna. Más satisfactoria fue la implicación de Ayalga, una nueva editorial asturiana dirigida por José Antonio Mases, al que encarecí la idea de editar la repercusión teatral del Octubre del 34, escrita en Argelia por el joven Albert Camus, publicación que tuvo una excelente acogida. En relación con el libro publicado en 1974 por el periodista asturiano Díaz Nosty, solo me cabe reconocer que recogió prácticamente todos los sucesos del trágico episodio acaecido en la región 40 años atrás, desenmascarando el subjetivismo que caracterizó a sus colegas del franquismo, empeñados en presentar la revolución asturiana como la principal causante de la sublevación militar de julio de 1936, como la primera batalla de la Guerra Civil española.

[R.G. Piñeiro] La estimulante experiencia de los Coloquios de Pau sirvió de contrapunto a tu accidentada, por no decir turbulenta, relación con la Universidad en este primer lustro de la década de los setenta. El prólogo de tu estigmatización se escribió cuando optaste, en competencia con Ignacio Olaechea, a la agregación de Historia Contemporánea. El presidente del tribunal, el gijonés Luis Suárez Fernández, a la sazón director general de Universidades e Investigación, maniobró para que la plaza quedase desierta pese a que, como reconoció tu contrincante, cumplías con holgura los requisitos para obtenerla. ¿De qué tipo de subterfugios se prevalió tu antiguo profesor de Historia Medieval en la universidad vallisoletana para vetarte?

[D. Ruiz] Nunca imaginé que una relación convencional entre profesor y alumno durante la licenciatura, como fue la mía con el medievalista Luis Suárez, se transformara con el paso del tiempo en una persecución personal a mi carrera profesional [1]. Me pareció increíble que, años después de concluir la licenciatura, valiéndose de su condición de director general de Universidades en el Ministerio de Educación franquista, el medievalista citado se autodesignara presidente del tribunal de Historia Contemporánea para la agregación de la Universidad de Oviedo, a la que yo me presentaba. Mayor aún fue mi asombro cuando, al finalizar el último ejercicio, sin motivo que lo justificara, consiguió que la plaza quedara desierta.

[R.G. Piñeiro] La infamia tuvo su corolario en el otoño de 1973 cuando el medievalista, que más tarde se convertiría en biógrafo de Franco, promotor de la fundación que lleva su nombre y presidente de la Hermandad del Valle de los Caídos, ordenó que no se te renovara el nombramiento anual de encargado de la agregación de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, que venías desempeñando sin tacha desde el curso 1967-68. ¿Cuáles fueron las razones de tu expulsión de la Universidad? ¿Recibiste alguna expresión de solidaridad tanto dentro como fuera del ámbito académico?

[D. Ruiz] Solidaridad mucha, explicación por parte de la máxima autoridad universitaria ovetense ninguna. Cuando se la pedí al entonces rector José Caso, catedrático de Literatura, se limitó a informarme de haber cumplido con su deber de obligada obediencia a la orden ministerial. Respecto a la solidaridad recibida, como acabo de indicar, fue excelente. Estuvieron a mi lado la mayoría de los profesores reunidos en la Junta de la Facultad, los estudiantes, que congregados en asamblea convocaron una huelga, y un reducido grupo de periodistas, que lograron incluir la noticia de la expulsión en varios diarios, entre otros el regional «La Voz de Asturias», que fue el primero en dar la noticia, y «La Vanguardia» de Barcelona, que fue el último. En cualquier caso, fuera del ámbito académico las reacciones habidas tras la expulsión fueron las predecibles, a favor y en contra, a tono con la crispada situación política vivida entonces en todo el país en vísperas de la muerte de Franco.

Mitín del PCE en Llanes, a la izquierda David Ruiz, en el centro, con traje, José Manuel Nebot, junio de 1977 (Fuente: Fundación Juan Muñiz Zapico - CCOO de Asturias)
Mitín del PCE en Llanes, a la izquierda David Ruiz, en el centro, con traje, José Manuel Nebot, junio de 1977 (Fuente: Fundación Juan Muñiz Zapico - CCOO de Asturias)

[R.G. Piñeiro] La publicación de tu tesis por Amigos de Asturias te puso bajo el radar de los dirigentes no obreristas del PCE, organización por la que sentías una creciente simpatía desde el viraje experimentado con la política de «Reconciliación Nacional» por su activismo contra la dictadura, sostenido en solitario en casi todos los frentes de lucha. ¿Fue su inequívoca condena de la intervención soviética en Checoslovaquia, que puso término a la «Primavera de Praga», la que disipó tus últimos recelos y te indujo a asumir un compromiso más activo con la organización? ¿Cómo y cuándo adquiriste la condición de militante?

[D. Ruiz] Efectivamente, la «Reconciliación Nacional» acordada por los comunistas en junio de 1956 supuso una conmoción política en la España de Franco. Ampliamente difundida por Radio España Independiente, emisora de los comunistas, en la Universidad de Valladolid, donde yo me encontraba entonces, la noticia llegó a los pasillos de la facultades y colegios mayores. Nunca olvidaré que fuera un compañero de curso, Julio Valdeón -futuro medievalista, hijo de un maestro de Olmedo asesinado por los franquistas el 19 de julio de 1936- quien por aquellas fechas me invitó a su domicilio vallisoletano, donde vivía con su madre, a escuchar de forma clandestina la Pirenaica.
Sobre la posterior incidencia de la «Primavera de Praga» en mi vida política, solo me cabe responder afirmativamente: aquel episodio me llevó, efectivamente, a secundar de forma activa la política del PCE, colaborando principalmente en el sector de las «Fuerzas de la cultura», principalmente de la mano de José Ramón Herrero Merediz, un abogado gijonés, máximo responsable entonces de la organización asturiana tras haber purgado con varios años de cárcel por su compromiso antifranquista.

[R.G. Piñeiro] La supeditación de tu ingreso a la emancipación del PCE de la tutela soviética no te impidió, previamente, compartir la táctica del «entrismo», promovida por Stalin en 1948. De hecho, no tuviste reparos en aplicarla en la corporativa Asociación Provincial de Catedráticos de Asturias, cuya dirección «copasteis» en 1967 con una candidatura encabezada por el gijonés Pin Torre Arca, cabeza visible de la intelectualidad comunista organizada en Asturias. Coincidiendo con el Estado de excepción decretado el 22 de abril, fue detenido el presidente de la asociación, quien permaneció en comisaría durante diez días. ¿Qué acciones emprendisteis en demanda de su liberación y cómo encajaba el régimen que la contestación fuera protagonizada, no ya por unos obreros desarrapados, sino nada menos que por ilustres catedráticos?

[D. Ruiz] Las acciones que emprendimos tras la detención de Pin Torre en absoluto las referenciamos con el «entrismo» estaliniano. Éramos muy pocos y nuestras manifestaciones de protesta fueron muy comedidas: se limitaron a acudir individualmente a la Comisaría a pedir de manera cortés, aunque con cierta contundencia verbal, la liberación del detenido. Esta modalidad de protesta nos permitió conocer el diferente trato recibido de la policía, no solo por no ser obreros como la mayoría de los detenidos, sino por ser tan funcionarios del Estado como ellos. Por vez primera tuve entonces la percepción de que las rígidas posiciones adoptadas por el ya afamado Claudio Ramos, comisario jefe de la Brigada Política y Social que parecía obsesionado por incrementar su currículum, en absoluto eran compartidas al completo por el resto de sus compañeros de trabajo.

[R.G. Piñeiro] En el Oviedo de principios de los setenta, las mentes preclaras que gravitaban en la órbita del PCE, dicho sea sin sarcasmo, se integraron en la «célula de Milicias», así denominada por establecer su residencia en la calle Milicias Nacionales, donde se encontraba el estudio del fotógrafo José Manuel Nebot. ¿Quiénes integraban la célula y en qué conciliábulos estabais inmersos?

[D. Ruiz] Pues sí, la célula de Milicias la componíamos, además del fotógrafo citado, José Troteaga, empleado de la Caja de Ahorros, Julio Murillo, profesor de la Alianza Francesa, y dos profesores de la Universidad, el catalán Manuel Julivert, de la Facultad de Geología, y yo mismo. Además de beneficiarnos de la recepción de información sobre la actividad del Partido en el extranjero, en la España clandestina y en Asturias, la actividad de nuestra célula ovetense en absoluto era tan arriesgada como las de las cuencas mineras y alguna otra de Gijón. Nos limitábamos a evaluar las tomas de posición sobre problemas laborales, estudiantiles y culturales surgidos en la capital, donde, además velábamos por el buen funcionamiento del Club Cultural de Oviedo, que controlábamos.

[R.G. Piñeiro] También desplegaste entonces una no desdeñable actividad como intelectual comprometido y agitador de conciencias desde la plataforma tolerada que os proporcionaba el Club Cultural de Oviedo, heredero del Club Juvenil Picasso, otro espacio de libertad construido a contracorriente el 1 de abril de 1969. Consta en una reseña de La Voz de Asturias que al año siguiente pronunciaste en su sede de la calle Palacio Valdés una conferencia titulada «El pensamiento de Althusser», del que por aquel tiempo no sé si compartías su determinismo estructuralista «en última instancia». ¿Qué recuerdos reseñables conservas del acto y de tu implicación en la programación cultural del Club? ¿Qué reflexión te merece tu asidua colaboración como conferenciante con las sociedades culturales que proliferaron entonces por toda Asturias?

[D. Ruiz] Como acabo de apuntar, el Club Cultural de Oviedo, promovido y gestionado por la célula «pecera» de Milicias, la única existente entonces en la ciudad, no fue un invento singular: formó parte de la estrategia del partido, que plagó de asociaciones culturales el centro de Asturias a finales de los sesenta. De todas ellas ha rendido exhaustiva cuenta recientemente Benigno Delmiro Coto [2]. El Club de Oviedo no alcanzó los más de 2.000 socios que llegó a tener Amigos de Mieres, pero sí un par de centenares muy activos, los suficientes para competir sin problemas con el mortecino Ateneo oficial de una ciudad en la que la fidelidad al régimen estaba muy consolidada. Mi participación en el Club se limitó a la coordinación de los ciclos de conferencias, a la presentación de los conferenciantes y a ejercer de moderador de los coloquios. Era en estos donde una «versión aburguesada» de la agitación y propaganda del Partido solía hacer acto de presencia, toda vez que aprovechábamos la ocasión para difundir los estudios marxistas aparecidos más allá de los Pirineos, franceses principalmente.

[R.G. Piñeiro] Has tenido que convivir desde entonces con el epíteto de «historiador comunista», peyorativamente esgrimido contra ti como un oxímoron, como si este tipo concreto de adjetivación ideológica, pero no ninguna otra, descalificara al portador para elaborar un producto historiográfico honesto y riguroso. ¿Has tenido que extremar la asepsia y la objetividad de tus publicaciones por este motivo?

[D. Ruiz] Nunca tuve necesidad de ello. La afiliación al PCE como consecuencia de la política de reconciliación nacional y la Primavera de Praga interfirió en mi actividad docente, pero en modo alguno me pasó factura como investigador. Al contrario, cabría afirmar, me facilitó investigar episodios relegados por la historiografía tradicional protagonizados por las organizaciones obreras en una región como Asturias, donde la lucha de clases alcanzó el mayor protagonismo del país. Una confrontación social protagonizada, además, por unas organizaciones obreras entre las que figuraban los comunistas, los mismos que antes de julio de 1936 no estuvieron a la altura de la política de reconciliación nacional preconizada dos décadas después.

[R.G. Piñeiro] Más allá del apriorismo de enjuiciar una obra intelectual no por su contenido, sino por una adscripción ideológica determinada, has compaginado desde muy pronto tu faceta como historiador con un inequívoco compromiso social, más que activismo político propiamente dicho, que te ha convertido en un símbolo referencial de la izquierda asturiana, tan ayuna como la española de figuras y pensadores que contribuyan a formar opinión. ¿Conviene que las facetas de historiador y activista queden desdobladas y separadas en compartimentos estancos o, por el contrario, se refuerzan y retroalimentan cuando se comunican entre sí? Dicho en otros términos, ¿se puede considerar tu trayectoria historiográfica como la principal expresión de tu compromiso social?

[D. Ruiz] Durante el franquismo nunca secundé los compartimentos estancos que a modo de coartada ensayaron algunos colegas. Cuando llegó la democracia renuncié a la actividad política y continué el compromiso social que implicaba secundar la apuesta, exceptuando la forma monárquica del Estado, por los valores de la Constitución de 1978. No por determinismos de clase, ni de partido —no me desafilié, pero me desentendí tras la crisis de Perlora, que partió en dos al PCE, al que seguí votando—, sino por considerar que era lo que de nosotros esperan los mejores conocedores de nuestro oficio en la democracia. Y de otras mil maneras también los ciudadanos de a pie cuando continuamos secundando la lucha contra las injusticias.

[R.G. Piñeiro] En octubre de 1978 retornaste a la Universidad como adjunto numerario, en un contexto marcado por la masificación de la institución académica y las turbulencias propias del reciente cambio político. En esta etapa convulsa e incierta, configuraste el departamento de Historia Contemporánea y, durante un mandato incompleto, ejerciste de decano en la Facultad de Geografía e Historia. ¿Qué objetivos te marcaste en ambos cometidos?

[D. Ruiz] Tuve y tengo la sensación de que me volqué en prestigiar tanto el Departamento como la Facultad de Geografía e Historia recién establecidos con los limitados recursos que tenía a mi alcance en una Universidad que, hasta entonces, como las del resto de España, había privilegiado los viejos estamentos minoritarios sobre los colectivos. Obviamente, la meta no era otra que tratar de convertir los estudios de Historia de la Universidad de Oviedo en una modesta vanguardia de los existentes en la España del momento.

[R.G. Piñeiro] Tu vuelta a la Universidad coincidió con la publicación de una monografía sobre la dictadura franquista en Ediciones Naranco, que el año anterior había puesto en circulación un estudio sobre la oposición al franquismo firmado por Pierre C. Malerbe. ¿Quién impulsó este proyecto y por qué no tuvo más recorrido?

[D. Ruiz] Que la editorial Naranco, propiedad de una empresa constructora ovetense que había prosperado bajo el régimen de Franco, me encargara los dos primeros estudios sobre la dictadura aparecidos en el país al poco tiempo de finalizar la misma, además de causarme una sorpresa agradable, me supuso, obviamente, un reconocimiento. Que el proyecto no continuara, se debió a motivos empresariales, que aún desconozco. En cualquier caso, la aparición de ambos estudios, de carácter introductorio sobre todo el mío, fueron los primeros publicados en español sobre el poder y la oposición al régimen de Franco.

[R.G. Piñeiro] En 1974 publicaste Asturias contemporánea (1808-1936) en Siglo XXI y, en 1981, con varios colaboradores, revisaste y actualizaste esta apretada síntesis para la misma editorial con la adición de una selección documental y la ampliación del marco cronológico hasta 1981, pero no figuras en el elenco de autores que por aquel tiempo redactaron la Historia de Asturias editada por Ayalga. ¿A qué obedeció esta incomprensible omisión? ¿Seguían vigentes a principios de los ochenta los vetos ideológicos del pasado?

[D. Ruiz] Pues sí, persistían en libros de divulgación y lujo como el que promovió el entonces presidente, opusdeísta él, del consejo de administración de «Asturiana de Zinc», propietaria de la editorial. El contencioso finiquitó con la recompensa económica que debió satisfacerme la editorial al perder ante los tribunales el pleito que le planteé por incumplimiento del contrato.

[R.G. Piñeiro] Coronaste tu particular cursus honorum académico en 1986 con el acceso a la cátedra universitaria ante un tribunal en el que volvieron a figurar los profesores Miguel Artola y Carlos Seco. Defendiste tu candidatura con una revisión del octubre español de 1934, publicada por Labor con el título Insurrección defensiva y revolución obrera, donde incorporaste revisadas algunas reflexiones precedentes, como la que presentaste sobre la clase obrera, los sindicatos y los partidos en Asturias en el simposio dedicado a La insurrección de octubre de 1934 en España, celebrado en la Universidad de Oviedo coincidiendo con el cincuentenario de la revolución. ¿Pudiste despejar la incógnita de si nos encontrábamos en presencia de «una insurrección para prevenir, una rebelión para restaurar o una revolución para cambiar»?

[D. Ruiz] Sí, pero solo parcialmente, por no disponer aún de las fuentes archivísticas al completo, principalmente las relacionadas con el brusco cambio registrado en la dirección del socialismo tras la derrota electoral de noviembre de 1933 por un centro derecha que en absoluto actuó como extrema derecha en su primer año de gobierno. Las fuentes que testimoniaron la monopolización del poder del partido, del sindicato y de las juventudes por el grupo «largo-caballerista», que antes de la llegada de la República, con la excepción del sector liderado por Indalecio Prieto, había apostado por colaborar con la dictadura de Primo de Rivera. Las mismas fuentes que, en 1934, informarán del largocaballerismo que en enero se desentendió de la masacre de los socialistas austriacos, en mayo de la masiva movilización de los jornaleros castellanos y andaluces contra el Gobierno del centro derecha y hasta de la formación de las Alianzas Obreras que no fueron hegemonizadas por los compañeros socialistas de probada fidelidad. Incluidas las de Asturias, las mejor organizadas. Largo Caballero, el máximo líder del sindicato socialista hasta 1934, que también lo fue del partido, nunca visitó la Asturias republicana.

Homenaje a David Ruiz en el cincuenta aniversario de la publicación de su tesis doctoral, Oviedo, 12 de abril de 2018 [Foto: Fundación Juan Muñiz Zapico - CCOO de Asturias]
Homenaje a David Ruiz en el cincuenta aniversario de la publicación de su tesis doctoral, Oviedo, 12 de abril de 2018
[Foto: Fundación Juan Muñiz Zapico - CCOO de Asturias]

[R.G. Piñeiro] Tal vez tu última aportación como pionero fue fundar y dirigir la sección de Historia de la Fundación 1º de Mayo, cometido que asumiste en comisión de servicios entre 1990 y 1994. ¿Cuáles fueron entonces tus principales ejes de actuación como director y de qué logros concretos te sientes más satisfecho?

[D. Ruiz] Mi cometido principal en ella no fue otro que el de crear un archivo de la Federación, integrado por los existentes en cada una de las uniones regionales. Y efectivamente, tras la contratación en cada una de ellas de jóvenes historiadores entonces desempleados, el objetivo se logró. Prueba de ello sería la publicación en 1993, en la editorial Siglo XXI, de Historia de Comisiones Obreras (1958-1988), que tuvo dos ediciones y en la que colaboramos nada menos que 26 autores. De aquella experiencia en la Fundación 1º de Mayo nunca olvidaré el entusiasmo por la puesta en marcha de la misma de Agustín Moreno, entonces alto dirigente de la organización, y la vinculación laboral a la Fundación de José Babiano, recién doctorado en Historia, que se prolongará hasta hoy.

[R.G. Piñeiro] En 2008, coincidiendo con tu definitiva jubilación como profesor emérito, publicaste Octubre de 1934. Revolución en la República española, obra de madurez sobre «la revolución más anunciada de todos los tiempos». Tras una larga espera, brindaste a tus lectores, no solo una paradigmática reflexión de la movilización social a la que dedicaste los mejores años de tu vida, sino también un hipnótico relato en el que la originalidad metodológica y la complejidad argumental iluminan el objeto de estudio con una mirada poliédrica y omnicomprensiva. Un trabajo como el citado, ¿compensó tanto esfuerzo intelectual y dedicación? ¿Tuvo la acogida y el reconocimiento que se merece?

[D. Ruiz] Antes que esfuerzo intelectual y dedicación exigida para su finalización, confieso que, tras su publicación, después de finalizar una larga espera, casi agónica, por la accesibilidad a las fuentes, me he sentido liberado: haber finiquitado el estudio de la, hasta hoy, última revolución obrera de Occidente me ha permitido cumplir el compromiso adquirido tras mi llegada a Asturias en septiembre de 1963.

[R.G. Piñeiro] El 12 de abril de 2018, coincidiendo con el cincuentenario de la publicación de tu tesis doctoral, se te tributó un merecido y emotivo homenaje en el IES Aramo de Oviedo, en el que estuviste flanqueado en la mesa por profesores de secundaria. Dos meses antes, el 15 de febrero, la Universidad de Oviedo reconoció públicamente los méritos de Juan Ignacio Ruiz de la Peña, catedrático de Historia Medieval fallecido en mayo de 2016, en una solemne ceremonia que finalizó con la exhibición de una placa conmemorativa dispuesta en el aula 20 del aulario A. Sin ánimo de poner en tela de juicio la pertinencia de este reconocimiento concreto, que la prensa caracterizó como «deuda saldada», ¿no tienes la impresión de que la institución académica, que tanto has contribuido a dignificar, te ha sentenciado con una versión actual, pero más abyecta por injusta, de la damnatio memoriae romana? ¿Sigue vigente el viejo remoquete de «historiador comunista»?

[D. Ruiz] Desde hace décadas, y más aún después de la jubilación, me ha resultado fácil pasar de etiquetas por vivir los cambios en un entorno de fidelidades críticas, pero reconfortante. A ello han contribuido, afortunadamente, las decenas de ex alumnos con los que todavía me relaciono, en especial a los que he dirigido trabajos de investigación. Me doy por satisfecho y reconocido con el afecto que nos une, la complicidad y su compromiso social, del que me siento copartícipe.

[R.G. Piñeiro] Dado el reconocido magisterio de tu trayectoria docente, el rigor metodológico de tu producción historiográfica y la coherencia de tu compromiso social, incluso en las más críticas coyunturas, ¿nunca has tenido la tentación de culminar tu legado intelectual con una reflexión sobre el oficio del historiador y la utilidad de la Historia como nexo entre el pasado y el futuro?

[D. Ruiz] Nunca, efectivamente, tuve esa tentación mientras estuve en activo. Desde que me llegó la jubilación me interesó más, pero todavía me encuentro en el trance de conocer previamente, para ponerme a ello, las ya numerosas publicaciones del gremio sobre las temáticas aparecidas en la última década. La impresión hoy predominante apunta a que el oficio, además de haber consolidado el estudio riguroso del pasado para avanzar en el conocimiento del presente, incorpora el objetivo de intervenir profundamente en él con la vista puesta en el inmediato futuro. Los efectos provocados, ya en este siglo, por la desigualdad global no son ajenos a la aparición de la última ruptura metodológica de la visión del pasado.

-----------
1.– En una breve semblanza de Luis Suárez precisó que «dictaba los apuntes sin apoyatura de guion alguno, ejercitándose en un increíble alarde memorístico de asimilación de los temas de oposición». David Ruiz, «Las contrabiografías del diccionario biográfico español», Atlántica XXII, nº 16, 2011, p. 45.
2.– Benigno Edelmiro Coto, La rebelión de la cultura en Asturias frente al franquismo, KRK, Oviedo, 2019.

 



 

 
El historiador David Ruiz, "canonizado" en un homenaje en el IES Aramo
La Nueva España, 13 de abril de 2018

El historiador David Ruiz, catedrático emérito de la Universidad, afirmó ayer con ironía que estaba siendo "canonizado", en el acto de homenaje que se le tributó en el IES Aramo con motivo del 50.º aniversario de la publicación de su influyente tesis doctoral, "El movimiento obrero en Asturias". En la foto, por la izquierda, los historiadores Ramón García Piñeiro y Julio Vaquero, la directora del IES, Carmen Calero; David Ruiz, el catedrático de Historia del IES José García, y el también historiador Alejandro Villa.

El historiador David Ruiz, 'canonizado' en un homenaje en el IES Aramo [Foto: Miki López]
El historiador David Ruiz, "canonizado" en un homenaje en el IES Aramo [Foto: Miki López]
 



 

 
David Ruiz hace historia
ccooasturias.es, 12 de abril de 2018

La Fundación Juan Muñiz Zapico y el IES Aramo conmemoran los 50 años de su obra de referencia: "El movimiento obrero en Asturias"

David Ruiz hace historia

Durante el acto, celebrado esta mañana en el centro donde fue catedrático de Historia, antes de convertirse en docente y guía de futuros investigadores en la Universidad de Oviedo, Ramón García Piñeiro calificó la tesis de David Ruiz de "clásico que nunca perecerá".

Doctor en Historia, profesor de instituto y discípulo suyo, García Piñeiro explicó que "la historia de la clase obrera estaba proscrita" y David Ruiz, con su trabajo de investigación, "careciendo además, prácticamente, de guías y referencias", tuvo "la valentía y osadía de dedicar su esfuerzo investigador a reconstruir la historia de la clase obrera". Un trabajo, una tesis, un libro que fue "una auténtica provocación" en aquellos años (1967-68).

Como historiador, "la coherencia es el rasgo que mejor le define", dijo el también doctor en Historia Julio Vaquero. A su juicio, el de David Ruiz "fue un libro pionero". Entonces, "la historia de Asturias estaba prácticamente sin hacer y se dedicó a reconstruirla".

Presentado por José García, también intervinieron en el acto la directora del centro, Carmen Calero, y el historiador Alejandro Villa. Por su parte, David Ruiz recordó que "como profesor participé en la inauguración de este salón de actos" y asumió que hoy "me han canonizado".

Como colofón, Benjamín Gutiérrez Huerta, director de la Fundación Juan Muñiz Zapico, le entregó un obsequio en nombre de nuestro sindicato. David Ruiz también publicó, entre otros libros de referencia, "Octubre de 1934" y "La historia de Comisiones Obreras".

 



 

 
David Ruiz, anatomía histórica de un pionero
La Nueva España, 12 de abril de 2018

El movimiento obrero en Asturias, la obra que llevó un siglo de luchas sociales a la Universidad, cumple 50 años

Eugenia Fuentes

David Ruiz, anatomía histórica de un pionero

Cuando David Ruiz llegó a Asturias en 1963 el aire todavía olía a dinamita. La de la revuelta obrera de 1934, ahogada en mares de sangre y sepultada por quince meses de guerra civil y un cuarto de siglo de dictadura, se había convertido en memorial de agravios subterráneo y prohibido. Pero la huelga minera de 1962 -la mayor desde el final de la guerra- y la represión desatada en tres meses de estado de excepción saturaban el ambiente. De hecho, en aquel 1963 Asturias no había recuperado la calma. Al fin y al cabo, la huelga del 62 inmortalizada por Picasso había abierto una espita que, con altibajos, no se cerraría hasta después de la muerte del dictador.

El historiador David Ruiz, cántabro de Susilla, una pequeña localidad cercana a La Lora burgalesa, había llegado a Asturias atraído por unas conmociones que dejaban concebir un próximo fin del franquismo. Al borde de los treinta años -también él era hijo del 34-, había pedido traslado desde Algeciras, su primer destino como profesor numerario de Instituto, para acercarse a su terruño y, a la vez, acometer un proyecto que le rondaba desde sus últimos días de Universidad en Valladolid: investigar por qué la II República, el régimen más democrático y reformador conocido en España, sufrió la insurrección armada de las organizaciones obreras de clase: el SOMA y la UGT socialistas, la anarcosindicalista CNT y el PCE. Sin saberlo, David Ruiz estaba a punto de emprender un camino que iba a estar jalonado por hitos de pionero.

Medio siglo después, se imponen algunas precisiones para entender el alcance de esa andadura. En primer lugar, el franquismo había decretado la defunción del movimiento obrero, amalgamado junto al resto de fuerzas republicanas bajo etiquetas como "rojos", "agentes de Moscú", "subversivos" o "conspiradores judeomasónicos". La dictadura había unificado a obreros y empresarios en un sindicato vertical y había proclamado que las organizaciones de clase ya no eran necesarias.

En segundo lugar, la historiografía española era un erial desde 1939. Aniquiladas las mejores cabezas por la guerra y por el exilio, ocupadas las cátedras por "afectos", censurada la difusión de textos, los estudios históricos yacían en un tunel del tiempo ajeno a las profundas renovaciones metodológicas alumbradas, sobre todo en Francia, en el periodo de entreguerras. Tan solo en Cataluña, Jaume Vicens Vives había acometido una revitalización que, en 1963, aún estaba dando sus primeros frutos.

En ese contexto, la Historia Contemporánea había quedado como capítulo epilogal de la "gran" Edad Moderna, escenario de las hazañas del Imperio español. Sus párrafos, plagados de lagunas, se adelgazaban a medida que se avanzaba hacia el siglo XX y, en todo caso, tocaban a su fin con el advenimiento de la II República, ese "caos" remediado por el "glorioso Alzamiento Nacional". En tercer lugar, y por lo que hace a Asturias, la Facultad de Filosofía y Letras sólo ofrecía estudios de Filología. La especialidad de Historia no arrancaría hasta el año académico 1965-66, organizada en tres cursos a los que se accedía tras dos años comunes con los filólogos.

Ese era, pues, el marco en el que, en 1963, inició su tesis doctoral David Ruiz, cuyos historiadores de cabecera eran Pierre Vilar, que en 1947 alumbró una prohibida Historia de España que aún se reedita y entonces había que leer en francés, y su maestro, Ernest Labrousse, quien desveló las causas económicas de la Revolución Francesa. La idea inicial, desentrañar Octubre del 34, hubo de ser pronto postergada ante la ausencia de fuentes archivísticas o hemerográficas sobre una etapa prohibida. Así que el historiador se orientó hacia el siglo anterior a la II República y reconstruyó la génesis y evolución del movimiento obrero asturiano desde los inicios de la industrialización. Octubre quedaría para más adelante, ya en democracia, y se plasmaría en dos libros: Insurrección defensiva y revolución obrera. El octubre español de 1934 (1988) y Octubre de 1934. Revolución en la República española, magnífica obra de madurez publicada en 2008.

Finalizada en el verano de 1967, la tesis doctoral se tituló El movimiento obrero en Asturias. De la industrialización a la II República (1831-1931) y fue publicada en la primavera de 1968. De glosar su alcance se encargan en estas mismas páginas Ramón García Piñeiro y Julio Vaquero. Fue el primer hito pionero de David Ruiz, ya que hasta ese momento sólo habían visto la luz dos estudios sobre el movimiento obrero en España. La tesis se presentó el 28 de octubre de 1967 en el Aula MAgna de la Universidad de Oviedo, en un acto multitudinario del que La Nueva España ofreció al día siguiente una amplia cobertura, ilustrada con tres fotos, en la que destacaba la novedad del tema, la amenidad del acto y la gran cantidad de jóvenes presentes.

En efecto, la convocatoria había congregado a estudiantes, obreros y antifranquistas varios, y en adelante habría de valer al nuevo doctor el calificativo de "historiador comunista" con el que la dictadura buscaría, sin éxito, desacreditar su seminal relevancia.

A saber, que El movimiento obrero en Asturias, primera tesis de Historia distinguida con Premio Extraordinario en la Universidad de Oviedo, convirtió en ciencia social procesos y acontecimientos sepultados por el tiempo o desfigurados en un batiburrillo de tradiciones plagadas de falsedades. Con el añadido de que, tras su publicación, sirvió de guía para que miles de personas -se vendieron más de 4.300 ejemplares- conocieran los antecedentes de las luchas en las que estaban empeñadas.

Lo cierto es que por entonces David Ruiz, que ese curso 67-68 se convirtió en el primer profesor contratado por la Universidad de Oviedo para enseñar Historia Contemporánea, aún no militaba en el PCE. Su colaboración había comenzado a raíz de la edición del libro por la Asociación Amigos de Asturias -impulsada por el PCE- y había continuado con la programación de conferencias en el ovetense Club Cultural. Será hacia 1970 cuando se le pueda encontrar integrado en la llamada "célula de Milicias", que toma su nombre de la calle ovetense de Milicias Nacionales, donde se encontraba el estudio del fotógrafo José Manuel Nebot. Junto a Nebot, David Ruiz se veía allí, entre otros, con el catedrático de Geología Manuel Julivert y con los bancarios José Troteaga, Eduardo Pola y Pedro Villafruela.

Para entonces el clima político se había endurecido respecto a los años de engañosa "apertura" desarrollista de los tecnócratas del Opus Dei. ETA había irrumpido con sus primeros asesinatos, que condujeron al estado de excepción de 1969 y al proceso de Burgos de 1970. Las Comisiones Obreras se habían robustecido y la Universidad, que ya en 1956 y 1965 había vivido marejadas, se redicalizaba con la llegada a las aulas de numerosos hijos de la clase obrera. En esa coyuntura, ya en el curso 1973-74, se produjo otro hito pionero de David Ruiz, aunque ahora de signo adverso para él: se convirtió en el primer y único profesor expulsado de la Universidad de Oviedo por la dictadura.

Hacerlo fue fácil, ya que desde 1967 permanecía como profesor interino encargado de la nunca dotada Cátedra de Historia Contemporánea, tarea que compaginaba con sus clases como catedrático de Instituto. Bastó, pues, con no renovarle el contrato, aunque, eso sí, la represalia saltó a la prensa asturiana y española, y agitó las aulas hasta el punto de que la facultad de Letras fue cerrada unos días. Más de 60 profesores, entre ellos cinco catedráticos, pidieron por escrito la anulación de la orden y, ante la negativa oficial, fue el propio Claustro de la Facultad, que resaltaba lo anómalo de la medida, el que asumió la petición. Cabe destacar que la represalia no se adoptó hasta enero de 1974, al poco del asesinato de Carrero Blanco, cuando David Ruiz ya había impartido tres meses de clases que, por supuesto, nunca cobró.

Expulsado de la Universidad, se concentró en la enseñanza media, en sus investigaciones, en su militancia y en actividades como los Coloquios de Historia Contemporánea de España que desde 1969 organizaba en la universidad francesa de Pau el historiador exiliado Manuel Tuñón de Lara. Los Coloquios de Pau, en los que participó desde su edición inaugural, impulsaron la renovación de la historiografía española y en alguna ocasión la delegación asturiana llegó a contar hasta diecinueve miembros, entre profesores y alumnos.

La democracia propicio la amnistia que en 1977 permitió a David Ruiz volver a las aulas universitarias, organizar y dirigir el departamento de Contemporánea y, años después, ser decano de la Facultad de Geografía e Historia. Regresó como profesor adjunto por oposición y, en 1986, accedió a la cátedra, en la que permanecería hasta que en 2008 llegó a su fin, esta vez por democrática ley, el periodo de emérito iniciado en 2004. Fueron largos años, sembrados de publicaciones, en los que, como explica Julio Vaquero, impulsó numerosas líneas de investigación para cimentar el estudio riguroso de la Asturias contemporánea e incluso introdujo a algunos discípulos en el campo, casi virgen en España, de las relaciones internacionales.

El relato de esta andadura pionera quedaría, con todo, cojo sin aludir a otros dos hitos. El primero llegó cuando el ministro socialista de Cultura Jorge Semprum facilitó que CCOO y UGT dispusieran de historiadores en comisión de servicios para dirigir la reconstrucción de sus archivos. David Ruiz se estabeció en Madrid de 1990 a 1994 para acometer esa tarea en la Fundación Primero de Mayo de Comisiones Obreras, y propició la contratación de 15 historiadores en otras tantas comunidades autónomas. Para abordar el segundo hito hay que retroceder a la frontera entre los años 60 y 70. Cada curso, hacia la primavera, David Ruiz se dirigía a sus alumnos de cuarto de bachiller, sugería cerrar el libro de texto y anunciaba que iba a exponer algunas cuestiones ausentes del manual. Y, entonces, empezaba a desgranar los orígenes históricos del movimiento obrero.

 



 

 
Un hito historiográfico que tiene su historia
La Nueva España, 12 de abril de 2018

El público que asistió a la defensa de la tesis de Ruiz desbordó el Aula MAgna de la Universidad de Oviedo en un acto de reparación histórica.

Ramón García Piñeiro

Página de La Nueva España en la que se reseña la presentación de la tesis
Página de La Nueva España en la que se reseña
la presentación de la tesis

Hoy se rinde homenaje en el auditorio del IES Aramo de Oviedo a David Ruiz, profesor jubilado, historiador y catedrático emérito de la Universidad de Oviedo. La presencia en la sala de un público juvenil, con referencias titubeantes sobre lo banal y lo perenne, proporciona el marco idóneo para reflexionar sobre la condición, vigor y vigencia de los clásicos, esas creaciones humanas cuya luz no se extingue con el paso del tiempo. Entre la historiografía asturiana merece tal consideración la tesis doctoral del homenajeado, El movimiento obrero en Asturias, de la industrialización hasta la II República, publicada en 1968 por Amigos de Asturias.

A instancias de Ramón Herrero Merediz y de Daniel Palacio, la obra fue editada por la citada asociación, promovida por el PCE para romper el cordón sanitario con el que otros grupos de oposición pretendían aislarlo y para galvanizar a las fuerzas de la cultura en su ofensiva contra el régimen. Amigos de Asturias agotó su misión con esta iniciativa, quizás por la subsiguiente emergencia de clubs culturales por toda la región, pero, por su composición multipartidista y la presencia de ilustres personalidades, como el catedrático Luis Sela Sampil, que asumió la presidencia, se puede considerar un precedente de la Junta Democrática.

El desafío intelectual protagonizado por David Ruiz con la redacción y publicación de su tesis adquirió un carácter subversivo porque, con la verdad histórica y el rigor metodológico como arietes, torpedeó el relato franquista sobre nuestro pasado. Mucho antes que Francis Fukuyama, el régimen capitaneado por "la espada más limpia de occidente" había decretado el fin de la historia en el reinado de Fernando VII. A tiro limpio también había certificado la defunción del movimiento obrero, cuyos restos mortales yacían en cárceles, paredones de cementerios, cunetas, fosas ignotas o, en el mejor de los casos, transterrado, pero no por sevicia, sino porque era inútil, ya que su paternal verdugo estaba dispuesto a atender sus demandas antes de que las formulara.

Aunque Tuñon de Lara sostuvo que abordar "la historia del movimiento obrero es situarse en la columna vertebral de la historia", en los años sesenta del siglo pasado no se afrontaba este tipo de estudios en la universidad española, intelectualmente desmochada desde la Guerra Civil y encorsetada por un cerril integrismo adadémico. Solo en Cataluña, bajo el mecenazgo de Vicens Vives, palpitaba un movimiento de renovación historiográfica, del que se hicieron eco con sus estudios sobre el anarquismo y la I Internacional precursores como Casimir Martí y Josep Termes. Desde la cátedra de Historia Económica de la Sorbona, irradiaba el no menos estimulante faro del hispanista Pierre Vilar, cuya Histoire de l'Espagne, editada en 1947 por Presses Universitaires, dotaba de relevancia epistemológica y metodológica a la historia social.

En este desalentador contexto, bajo la dirección del medievalista Juan Uría Riu, se acometió un estudio lastrado por la inaccesibilidad de las principales fuentes, limitación que reorientó al autor desde su pretensión inicial, realizar la primera investigación académica de la Revolución del 34, al estudio de sus antecedentes: el proceso de formación de la clase obrera en Asturias. Esta carencia fue suplida con la rigurosa exégesis de la documentación disponible e interrogando, como ya recomendaba Jean b. Duroselle, a los protagonistas y testigos "que todavía viven", faceta en la que también David Ruiz fue pionero. Fueron entrevistados por él dirigentes socialistas como Manuel Álvarez Marina, Teodomiro Menéndez y Andrés Saborit, quien en 1964 ya había publicado en Toulouse Asturias y sus hombres, una vívida cartografía del socialismo asturiano durante la primera mitad del siglo XX.

Se cumplió con el acto de defensa de la tesis el 28 de octubre de 1967 en el Aula Magna de la Universidad de Oviedo ante un tribunal en el que figuraban solo dos contemporaneístas: Carlos Seco Serrano y Miguel Artola. Completaron el tribunal calificador Bartolomé Escandell, cuya tesis doctoral había versado sobre Perú en la época de Felipe II, y el medievalista Eloy Benito Ruano, quien en la decada de los cuarenta había compatibilizado los estudios universitarios con su condición de inspector de la Brigada Político-Social. La presencia de un nutrido público, que desbordó la capacidad del auditorio y se arremolinó en el patio adyacente, convirtió la solemne defensa de la tesis en un acto de reparación y justicia histórica. Los allí congregados, en parte reclutados por el PCE entre los hijos y nietos de una clase obrera hasta entonces estigmatizada, consideraron que el doctorando les restituía la dignidad de un pasado proscrito y mutilado.

En 1968, cuando los disturbios raciales y las movilizaciones pacifistas incendiaban las ciudades de EE.UU., los universitarios franceses buscaban utópicas playas bajo los adoquines de París y las tropas del Pacto de Varsovia invadían Checoslovaquia, la recién publicada obra de David Ruiz saturó los escaparates de las librerías Cervantes y Ojanguren de Oviedo. La arrogante presencia en la portada de un grupo de mineros tiznados por el polvo del carbón, como aquellos cíclopes que asaltaron la ciudad en 1934, y la no menos perturbadora referencia en el título a un enemigo que se consideraba extinguido, fue percibida como una claudicación por los albaceas del 18 de julio. Los herederos de la derrota, quienes estaban dispuestos a reconquistar la libertad ejerciéndola, aunque fuera dotando de simbolismo político gestos aparentemente pueriles, susurraron ante aquellos anaqueles que en España también estaban cambiando los tiempos.

Ha transcurrido ya medio siglo desde entonces, pero el fulgor que irradia esta obra sigue iluminando a quienes buscamos en el pasado estímulos para que nuestros semejantes sean más críticos, más lúcidos y más solidarios. Ahora que se han diversificado las fuentes de acceso al conocimiento y las nuevas generaciones pretenden fagocitarlo como un producto de consumo banal y caduco, conviene recordarles que, como en el caso que nos ocupa, hubo libros excepcionales que nos hicieron más libres. Por eso trascienden a su autor y pertenecen a ese exclusivo olimpo de las obras eternas, escritas a contracorriente con semillas de osadía, rebeldía y dignidad.

 



 

 
El historiador coherente y el profesor implicado
La Nueva España, 12 de abril de 2018

Se identificaba con los alumnos y no practicó la endogamia ni preguntó su ideología al tesitando

Julio Antonio Vaquero Iglesias

Cartel anuciador del homenaje de hoy a David Ruiz
Cartel anuciador del homenaje de hoy a David Ruiz

La conmemoración este año del cincuenta aniversario de la publicación del libro del historiador y catedrático David Ruiz, La historia del movimiento obrero en Asturias, es una ocasión oportuna para repasar, aunque solo sea someramente, la importante labor que ha desarrollado como historiador y como profesor universitario.

Como historiador se ha caracterizado por una profunda coherencia investigadora. Procedente del Cuerpo de Catedráticos de Instituto de Algeciras desde donde se trasladó al Instituto Femenino de Oviedo (hoy Instituto Aramo) para acabar como profesor encargado de la cátedra de Historia contemporánea de la Universidad de Oviedo y, final y sucesivamente, ocupar las plazas de profesor adjunto y catedrático de la asignatura de nuestra universidad.

Su llegada a Asturias no fue fruto del azar de un traslado, sino que estuvo determinada por su interés como investigador de la Revolución del 34 en Asturias. Para proceder a su estudio era necesario conocer en profundidad los antecedentes y consecuencias de ese proceso revolucionario que puso a Asturias, más que el mito de Covadonga, en el escenario mundial.

De ahí la dedicación de su pionera tesis, dirigida por don Juan Uría, al estudio del origen y desarrollo del movimiento obrero en Asturias, como paso previo para un análisis en profundidad de la Revolución del 34. Su tesis fue publicada en 1968, con el título de El movimiento obrero en Asturias. De la industrialización a la II República.

Fue, sin duda, un estudio pionero porque en aquellos años la historia dedicada en España al estudio de los de abajo, de las clases populares y trabajadoras apenas si tenía algunas muestras en nuestra historiografía.

También y, sobre todo, fue un estudio con profundas implicaciones políticas, porque, en aquellos momentos de duro combate contra la dictadura franquista en el que los obreros asturianos estaban teniendo un papel decisivo, el conocimiento de la historia de las organizaciones obreras y de su lucha histórica era un factor para su concienciación como clase y, por tanto, una motivación más para la que estaban llevando a cabo en aquellos momentos.

El interés historiográfico de David siguió estando dominado por el conocimiento en profundidad del proceso revolucionario de 1934, al que dedicó numerosos trabajos posteriores, incluido el que presentó para su oposición a la cátedra de Historia contemporánea de la Universidad de Oviedo y fue publicada posteriormente como Insurrección defensiva y revolución obrera. El Octubre español de 1934 que culminaron en su estudio definitivo Octubre de 1934. Revolución en la República española.

Esa coherencia investigadora está también presente en su labor como responsable del Departamento de Historia contemporánea de la Universidad de Oviedo desde el que no sólo planificó y promovió numerosas tesis y tesinas (42 tesinas y 15 tesis doctorales hasta 2002 según el Diccionario Akal de Historiadores españoles contemporáneos) dedicadas a la investigación de la historia contemporánea de Asturias tratando de cubrir con ellas los diversos aspectos apenas tratados hasta entonces en nuestra historia regional referidos a su evolución política, económica, social y cultural.

Como demostración del conocimiento que tenía de los nuevos temas y corrientes historiográficas que se estaban introduciendo en España en aquellos años, dedicó la atención de los trabajos de algunos de sus discípulos a campos más novedosos como la historia de las mentalidades desde la perspectiva metodológica del materialismo histórico en la línea que era ejercitada en aquel tiempo por un historiador de izquierdas de la talla del francés Michel Vovelle.

Su metodología, basada en una historia social que empleaba el aparato conceptual del materialismo histórico y su posición política ideológica como miembro del PCE, le trajeron muchos problemas como, por ejemplo, que no fuera renovado, por orden gubernativa, su contrato como encargado de la cátedra de Historia contemporánea de la Universidad de Oviedo o la suspensión y retirada de su versión de la Historia contemporánea de Asturias en el tomo correspondiente de la Historia de Asturias de la editorial Ayalga por razones ideológicas. Esa suspensión fue finalmente invalidada por los tribunales. En su defensa y apoyo tuvo David a historiadores de la talla de Manuel Tuñón de Lara y Juan José Carrera Ares .

Como profesional de la enseñanza universitaria, David siempre ha destacado como un excelente transmisor de conocimientos y por ser un profesor profundamente identificado con sus alumnos, con los que siempre ha sabido establecer una sincera y profunda relación de amistad y cordialidad nacida de la auctoritas y no de la potestas. Con los que realizaban bajo su dirección sus tesinas y tesis su apoyo era siempre sin límites. En mi caso, por ejemplo, que hice una tesis doctoral bajo su dirección cuya bibliografía era, sobre todo, de origen francés y no estaba publicada en España, nunca puso ningún reparo para que el Departamento cubriera los elevados gastos que suponía su adquisición y nunca me faltó su apoyo y estímulo en los momentos de desfallecimiento y desánimo por los que pasa todo tesitando. Nunca me preguntó por mi ideología y siempre respetó mi modo concreto de enfocar la investigación, además de solventar todas mis dudas y necesidades de investigación. La consecuencia de esa actitud era, como hemos dicho, que, al final, sus alumnos terminábamos estableciendo con él una relación, más que de profesor y alumno, de amigos.

Otro rasgo que siempre ha destacado en esa labor profesoral de David, el contrario de lo que era y en cierta medida sigue siendo habitual en nuestra Universidad, es el no haber practicado la endogamia en la elección de sus alumnos de posgrado.

Si ha tenido inclinación hacia alguna clase de ellos, ha sido hacia los profesores provenientes de los cuerpos de Profesores de Enseñanza Media que querían hacer sus tesis y tesinas. Ese apoyo quizás estuviera motivado por su procedencia profesional de esos cuerpos y, sobre todo, por la ausencia en él de cualquier clase de espíritu corporativo.

Sin duda, el libro cuya edición conmemoramos este año tuvo una importante implicación historiográfica y política, pero también por ser el preámbulo de un largo, fructífero y coherente ejercicio de su labor profesional, intelectual y política.