El sábado 7 de abril se cumplen 50 años de las Huelgas de 1962, movilizaciones que marcaron un antes y un después en la historia de nuestro país y que tuvieron su epicentro en Asturias y una importantísima repercusión internacional.
Nos acompaña Benjamín Gutiérrez Huerta, Director Fundación Juan Muñiz Zapico..
Uviéu, Redacción
Escosa yá la primer edición del añu 2002, la editorial Trea vuelve a editar Las huelgas de 1962 en Asturias, un llibru coordináu pol historiador Rubén Vega García onde un equipu d’especialistes analizó aquelles protestes y reivindicaciones que tuvieron bien de repercusión internacional y que siguen vives nel imaxinariu del movimientu obreru.
Como espliquen na introducción, «en tiempos de durísima represión, los mineros d’Asturies yeren el referente fundamental de la capacidá de resistencia popular a lo llargo de los años sesenta, progresivamente acompañada de l’acción de cada vez más grandes vanguardies d’obreros de les zones industriales, del estudiantáu y de los colexos profesionales». Esta reedición, como la primera, fíxose en collaboración cola Fundación Juan Muñiz Zapico y pensóse pal 50 aniversariu d’aquelles fuelgues. Los editores destaquen la importancia d’aquelles movilizaciones, que «marcaron un enantes y un depués na dictadura franquista». Col llibru quieren averar a les xeneraciones más moces aquellos fechos y emponderar «l’exemplu que supunxeron de movilización social y el papel fundamental del movimientu obreru», amás de reconocer a los sos protagonistes tanto individuales como colectivos y dignificar la so alcordanza.
Gijón
La Fundación Juan Muñiz Zapico y la editorial Trea presentarán el próximo día 11 de abril en el salón de actos del Ateneo Obrero de Gijón la reedición del libro Las huelgas del 62 en Asturias.
En el acto participarán Francisco Prado Alberdi, presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico, Álvaro Díaz Huici, responsable de Trea y Rubén Vega, coordinador de la obra.
Publicada por primera vez en 2002, la obra sale de nuevo al mercado coincidiendo con el 50 aniversario de esta protesta laboral que mantuvo en vilo a la dictadura durante dos meses.
El volumen que ahora se reedita diez años después incluye más de una decena de artículos firmados por varios historiadores como Carmen García, Francisco Erice, José María Moro o el propio Rubén Vega, profesores de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo. Además participan otros especialistas como Juan Carlos de la Madrid, Benigno Delmiro, Ramón García Piñeiro, José Luis García o Julio Antonio Vaquero.
Nicolasa prende la mecha del conflicto en las Cuencas
Una reorganización unilateral de los turnos de trabajo en el pozo Nicolasa y el malestar que genera entre los trabajadores es el detonante de una huelga histórica, tal y como explica el historiador Ramón García Piñeiro en el capítulo Hojas de calendario del libro Las huelgas del 62 en Asturias, que ahora reeditan Trea y la Fundación Juan Muñiz Zapico. Ante aquellos cambios, cuatro días después, 25 picadores deciden reducir su ritmo de trabajo de manera deliberada. Antes habían optado por trabajar a jornal al no aceptar su petición para elevar el precio del destajo. Tal postura provocó su despido el 6 de abril. La mecha de aquella huelga quedaba encendida.
Cronología de un hito para la lucha obrera
Sábado, 7 de abril
No hicieron falta consignas. La
mayoría de los mineros, igual en
el turno de mañana que en el de
tarde, no entran a trabajar. Ante
aquella situación, el delegado
provincial de sindicatos pide que
cesen la protesta y anuncia soluciones
al problema salarial. A
la vez, amenaza con rescindir
contratos y con despidos. Hay
una primera detención.
Lunes, 9 de abril
El ultimátum no surte efecto. Y
no sólo eso. El conflicto se extiende
cual mancha de aceite,
en los pozos Polio y Centella,
propiedad de la misma empresa.
La solidaridad minera obliga a
una reunión del Jurado de Empresa,
que ratifica la sanción a
los despedidos de Nicolasa y da
24 horas a más a los huelguistas
para que retornen al trabajo.
Martes, 10 de abril
Comienza un ritual que se mantendrá
a lo largo del conflicto.
Los mineros acuden al pozo, se
cambian, recogen su lámpara y
se dirigen a su puesto de trabajo.
A continuación y sin intercambiar
palabra, lo abandonan
sin realizar labor alguna. Nace
así la huelga del silencio. Las
autoridades deciden rescindir
contratos a los huelguistas.
Jueves, 12 de abril
El tono conciliador del día anterior
contrasta con las primeras
medidas represivas. Tal contradicción
refuerza la posición de
los mineros en huelga. Aunque
anuncia que los contratos quedaban
resueltos, los responsables
de Fábrica de Mieres elaboran
una lista para que no se suministrase
artículos del economato
a algunos trabajadores.
Miércoles, 11 de abril
El pozo Barredo y la mina Corujas
se unen al conflicto. Los
mineros abordan al director
de Fábrica de Mieres, empresa
propietaria de Nicolasa. Ante el
delegado provincial, promete
"examinar" los expedientes
abiertos, atender las reclamaciones
del sindicato vertical y
restituir contratos si se restablece
la normalidad laboral.
Sábado, 14 de abril
El expediente de Nicolasa se
resuelve sin despidos, pero hay
suspensiones de sueldo para tres
mineros y el traslado para los
cuatro restantes. El conflicto se
extiende al pozo Santa Bárbara, y
a la mina El Casar y Tres Amigos.
El delegado provincial se reúne
con enlaces y jurados de Fábrica
de Mieres. Reconoce que no
pueden hacer nada.
Lunes, 16 de abril
Tercera semana de huelga. El
paro alcanza al grupo Cobertoria
de Fábrica de Mieres, Hulleras
de Turón y Minas de Figaredo.
En los accesos a alguna mina,
aparecen tirados granos de maíz
para recriminar la actitud de los
que no han secundado la huelga.
Aparecen octavillas. El régimen
designa una comisión para negociar
un nuevo convenio.
Martes, 17 de abril
Minas de Figaredo está paralizada
por completo y la huelga
alcanza a más pozos. En Fábrica
de Mieres crece la preocupación.
Los llamados trabajadores de
tarjeta, dedicados a tareas de
conservación, también abandonan
sus puestos. y otro tanto
hacen los del ferrocarril minero
que abastecía los hornos. El paro
amenaza ya a la siderurgia.
Miércoles, 18 de abril
Los metalúrgicos se han sumado
a la huelga minera y la actividad
en la cuenca del Caudal
está parada por completo. Son
más de 12.500 los trabajadores
implicados. El régimen empieza
a preocuparse de verdad. La
policía advierte la coordinación
existente a la hora de extender
un conflicto. No descarta "interferencias
políticas".
El próximo sábado se cumplirán cincuenta años de un conflicto laboral que marcó un antes y un después en el devenir de la dictadura franquista: la huelga minera de 1962, un paro que se prolongó durante dos meses y que, tras cerrarse en falso, resucitó de nuevo en el mes de agosto. LA VOZ DE ASTURIAS rememora en estas páginas, con varios artículos de especialistas, aquel hecho histórico. Supuso el renacer del movimiento obrero asturiano y, tras superar las fronteras de la región, se expandió a otras provincias españolas, además de servir de acicate a las protestas estudiantiles y conseguir el apoyo de gran parte de la intelectualidad española
Una huelga de dimensiones históricas, Rubén Vega
El sacrificio que lanzó la transición, Jorge Muñiz Sánchez
El desafío del silencio, Ramón García Piñeiro
El principio del final del franquismo, Francisco Prado Alberdi
«El régimen convirtió en políticas las protestas», entrevista a Jorge M. Reverte
Oviedo, Rubén Vega
El de 1962 no fue un año más en el lento discurrir del régimen franquista, caracterizado tanto por su longevidad como por su inmovilismo.
Diversos acontecimientos sacudieron las estancadas aguas de la dictadura, afectando profundamente tanto al orden interno como a su posición internacional. Apenas levantando cabeza de la "cura de caballo" que ha supuesto el Plan de Estabilización, el Gobierno español presenta en febrero una solicitud de apertura de relaciones con la Comunidad Económica Europea que contempla la futura adhesión de España al flamante y floreciente Mercado Común.
También la muy católica "reserva espiritual de Occidente" se ve afectada por la convocatoria del concilio Vaticano II, que pondrá de manifiesto hasta qué punto el aggiornamento de la Iglesia contrasta con el espíritu tridentino del nacionalcatolicismo. A su vez, en junio, el Movimiento Europeo acogerá en Munich a la oposición no comunista en un encuentro que reúne a sectores del interior y del exilio. De puertas adentro, el dictador remodela su Gobierno, reforzando el poder de los tecnócratas del Opus Dei en detrimento de las restantes "familias".
Ninguno de estos episodios es ajeno al formidable movimiento huelguístico desatado entre abril y junio de 1962, cuyo epicentro se localiza en el pozo Nicolasa de Mieres y cuya onda expansiva alcanza a toda España y encuentra ecos en todo el mundo.
Petición de ingreso en el Mercado Común
De una u otra forma, las huelgas desencadenadas a partir de la espoleta encendida por los mineros asturianos guardan relación con el silencio de las Comunidades Europeas, que ni tan siquiera acusarán recibo de la petición española; con las grietas cada vez más evidentes en el maridaje entre la Iglesia Católica y el régimen del 18 de Julio y con los afanes de la oposición alineada en el bloque occidental por buscar alguna fórmula de entendimiento respecto a una España posfranquista.
Aunque, si nos guiamos por la memoria construida desde ciertos medios de comunicación, el acontecimiento clave de aquel año sería la boda celebrada en Atenas entre Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia y si repasamos la historiografía el hito parece ser el Contubernio de Munich, aquellas huelgas representarán mucho más que un vasto movimiento reivindicativo de carácter laboral, adquiriendo una extraordinaria significación tanto en el orden interno como en el internacional.
En el discurrir de la dictadura franquista, el formidable movimiento huelguístico desencadenado en la primavera de 1962 marca un antes y un después. Si en el devenir económico, el Plan de Estabilización de 1959 puede ser visto como una línea divisoria entre dos mitades bien diferenciadas, en la evolución sociopolítica las huelgas de 1962 representan un corte comparable.
Al extenderse a gran parte de la geografía española e involucrar a tan elevado número de participantes (unos 300.000 en toda España), su trascendencia parece incuestionable, ya sea por la conmoción que representa para el Régimen, por el revulsivo que suponen para sus opositores o por la repercusión internacional que alcanzan.
Mucho más allá de un conflicto laboral que, en sí mismo, sería revelador del profundo malestar acumulado por las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de los españoles, las huelgas de la primavera de 1962 emergen como un extraordinario catalizador de las contradicciones del momento y las tendencias futuras en aspectos muy diversos.
El más formidable movimiento huelguístico de los producidos bajo el franquismo no sólo representa un impulso decisivo para la oposición, inaugurando una tendencia, que ya no será interrumpida, a la progresiva ampliación de las protestas y de los sectores involucrados en las mismas, dejando expedito el camino para la consolidación del denominado "nuevo movimiento obrero" e incorporando a nuevas generaciones. Entraña también un cuestionamiento profundo de buena parte de las estructuras del Régimen, comenzando por sus sindicatos corporativos, la censura informativa, la supresión del derecho de huelga y el marco general de privación de libertades.
El hecho de que desde el propio Gobierno se decida buscar para un conflicto laboral una solución política, negociada en persona por uno de sus ministros (José Solís), y plasmar luego las concesiones en el BOE, carece de precedentes y no volverá a producirse en el curso de las casi cuatro décadas que se prolonga la dictadura del general Franco. Tampoco por casualidad, coincidiendo con la recta final del conflicto, en un discurso ante la concentración de unos guardianes de las esencias del 18 de Julio como son los alféreces provisionales, el dictador introduce un tranquilizador argumento que lleva implícita la perspectiva de su propia sucesión, al afirmar, según frase llamada a hacer fortuna, que tras él todo quedará "atado y bien atado".
Apoyo de los intelectuales
Por primera vez, la contestación obrera se ve acompañada no sólo de la estudiantil sino también de una corriente de solidaridad en los medios intelectuales que se traduce en acciones concretas. La redacción de un documento donde lo más granado de la intelectualidad española de la época (con Ramón Menéndez Pidal como primer firmante) respalda peticiones de libertad informativa y derecho de huelga inaugura una larga serie de manifiestos que ya no tendrá fin en tanto dure el Franquismo.
Son precisamente las huelgas de Asturias las que motivan el primero de estos manifiestos colectivos de intelectuales, como son también la razón que mueve a un nutrido grupo de mujeres, incluidas algunas notables escritoras, a manifestarse en la madrileña Puerta del Sol. A unos y otras se suman los estudiantes universitarios que en Madrid y Barcelona salen a la calle con el Asturias Patria Querida como himno.
Así mismo, de este revulsivo nacerá muy probablemente el impulso que lleva a diversas personalidades de la oposición más conservadora y de ordinario tolerada a acudir al encuentro de Munich con el exilio republicano y socialista, crispando notablemente los nervios de los propagandistas del Régimen. La toma de posiciones de los sectores menos activos del antifranquismo no puede dejar de guardar relación con la fuerza desplegada por la movilización obrera y la sensación, que luego se revelará equivocada, de que la dictadura se tambalea que el protagonismo de las masas puede marginar a conspiradores de salón y observadores de torre de marfil más propensos a esperar acontecimientos que a colaborar activamente en el derrocamiento del autócrata arriesgando su propia libertad.
La Iglesia se implica
La implicación en las huelgas de un pequeño sector del clero y de la mayor parte de los militantes de las ramas católicas de apostolado obrero, combinada con una cierta tolerancia hacia estas actitudes de una parte de la jerarquía que empieza a tomar prudentes distancias a fin de evitar que su futuro se vea indisolublemente ligado al del Régimen que tan decisivamente contribuyeron a crear, provoca a su vez efectos desestabilizadores en las relaciones entre el Franquismo y la Iglesia.
El propio dictador y la prensa que le sirve fielmente dejarán patente constancia de la preocupación que este hecho les produce y de la incomprensión que genera en ellos una respuesta tan inesperada de quienes consideraban sus más incondicionales aliados. En cuanto a las relaciones con la CEE, la larga cuarentena a que es sometida la solicitud española guardará directa relación con la evidencia que las huelgas imponen respecto a la negación de derechos y libertades que constituyen un acervo compartido por los regímenes democráticos que han dado inicio al proyecto comunitario. Nada puede enmascarar la ausencia de derechos de reunión, asociación, sindicación y huelga, tal como el sindicalismo internacional se encargará de poner de manifiesto con un sinnúmero de declaraciones y comunicados.
Descrédito internacional
El descrédito internacional no podrá ser evitado por unos gobernantes tan difícilmente homologables a cualquier canon democrático. Cuando a ello se añade la desmedida campaña emprendida contra el "Contubernio de Munich", arremetiendo contra los exponentes españoles de tendencias políticas que rigen los destinos de muchos países europeos, las reacciones internacionales no pueden sino aislar al Franquismo, cuyas aspiraciones de ingreso en la Europa comunitaria reciben por toda respuesta el silencio.
El eco internacional alcanzado por aquellas huelgas constituye otro indicador de su trascendencia. El reflejo obtenido en las más influyentes cabeceras de prensa de todo el mundo, las declaraciones de muy diversas personalidades y organizaciones, un rosario de manifestaciones recorriendo las calles de las ciudades europeas y americanas y muestras de solidaridad que se traducen tanto en apoyos políticos como en cuantiosas recogidas de fondos para ayudar a huelguistas y represaliados... configuran un cuadro que pone de manifiesto hasta qué punto los ojos de la opinión pública internacional se vuelven hacia España, atentos a los acontecimientos protagonizados por el movimiento obrero.
De Le Monde a The New York Times , de Il Corriere della Sera a The Observer o Frankfurter Allgemeine Zeitung ; sindicatos soviéticos, norteamericanos, alemanes, franceses... y también keniatas o indonesios; organizaciones comunistas, socialistas y cristianas; debates en la Organización Internacional del Trabajo; mítines en París, Casablanca o Tel Aviv, manifestaciones en Bruselas, Hannover, Génova, Oslo, Buenos Aires, Sidney o Montreal... las fuentes dan cuenta de un cúmulo de reacciones de magnitud extraordinaria que abarcan los cinco continentes.
En muy contadas ocasiones, desde los tiempos de la guerra civil, los ojos de la opinión pública y la atención de los medios políticos y sindicales de todo el mundo se habían vuelto de manera tan unánime hacia España como en la primavera de 1962. A Asturias le corresponde, en el decisivo episodio de las huelgas de 1962, el máximo protagonismo. Foco iniciador de la protesta, lugar donde ésta alcanza una mayor intensidad, referencia inexcusable para quienes se incorporan posteriormente en otras zonas... el movimiento obrero asturiano recobra una condición que no había ostentado desde las jornadas revolucionarias de octubre de 1934.
El conflicto se extiende
Con la iniciativa recayendo claramente en los mineros, entre quienes se prolonga el paro a lo largo de dos meses, más de 60.000 trabajadores asturianos (mineros, metalúrgicos, obreros de la construcción...) se incorporan a una protesta que se convierte en huelga general en las cuencas mineras y acaba por extenderse a la industria en Gijón y a las minas situadas en cuencas periféricas. A partir del detonante asturiano, y con esa referencia bien presente, trabajadores de muchos otros puntos del Estado secundarán el movimiento hasta afectar, en mayor o menor medida, a más de la mitad de las provincias. Con relativa frecuencia, los paros tienen como motivación explícita la solidaridad con los mineros asturianos, convertidos en referente obligado.
La dictadura se resiente
Lo ocurrido en la primavera de 1962 prefigura además una tendencia llamada a consolidarse, socavando las bases sociales y políticas del consentimiento, siquiera pasivo, en que se asienta la estabilidad del Franquismo.
Tal como señalará al año siguiente un prohombre del Régimen, el ex gobernador civil de Oviedo Labadíe Otermín, "el minero asturiano es quizás un barómetro particularmente sensible al clima político, y su actitud de inconformismo, mantenida en abierta rebeldía durante estos últimos años, es un síntoma de una situación que s ería locura ignorar".
Similares conclusiones extrae la oposición a la Dictadura, que fija en Asturias su mirada como la referencia que marca el camino, tal como reza un eslogan acuñado entonces por el PCE. La huelga de Asturias ha servido de detonante para el descontento de muchos otros.
El "ejemplo" de los mineros asturianos insufla aliento a los restantes focos de conflicto. En todas partes, las octavillas y las consignas remiten una y otra vez a lo que ocurre en Asturias, al igual que emisoras y prensa clandestina, eslóganes, canciones y cualquier otra forma de expresión de la disidencia. De toda la obra creada en torno a esta inspiración, seguramente un dibujo de Pablo Picasso representando un puño que sujeta una lámpara de mina es la imagen más reproducida y la que mejor resume aquella luz que desde Asturias marcaba el camino.
(Rubén Vega es profesor de Historia de la Universidad de Oviedo)
Jorge Muñiz Sánchez
En 1962 unos 65.000 obreros asturianos, en su mayoría mineros, plantearon un desafío al franquismo en forma de huelga, en un contexto jurídico en el que el cualquier conflicto colectivo suponía un delito de lesa patria para un régimen que empujaba así a la reivindicación política incluso a quienes se hubieran conformado con obtener algunas mejoras laborales. Confluyen en esa fecha varios factores clave. El primero es un malestar salarial excitado por la carestía y que constituirá la parte visible de la protesta. En este sentido, la liberalización que se inicia unos años antes con el Plan de Estabilización será especialmente demoledora con una industria minera descapitalizada porque los empresarios no habían reinvertido apenas nada desde finales del siglo XIX en aumentar la productividad mejorando el utillaje, por lo que tampoco es ajena al estallido la incipiente crisis del sector que llevará pronto a su nacionalización. Nada nuevo: privatización de beneficios, socialización de pérdidas. Un creciente inconformismo con las estructuras políticas que cada vez se mostraban más arcaicas e infames estará presente también, aunque no de una manera explícita porque cualquier reivindicación considerada política por el régimen hubiera endurecido aún más la respuesta de éste. Por último, y en relación con lo anterior, el nacimiento de un nuevo movimiento obrero compuesto en buen número por jóvenes que no habían vivido la guerra y la terrible represión de los primeros años y que, por tanto, no eran tan rehenes de miedos y antiguos modos de obrar como el antifranquismo más añoso. Ellos continúan y consolidan el cuestionamiento del dócil sindicalismo oficial que ya habían iniciado unos cuantos pioneros en la segunda mitad de los cincuenta y que crecería al abrigo de las nuevas orientaciones tácticas del Partido Comunista.
Era la primera vez tras octubre de 1934 que Asturias volvía a ser noticia mundial. Dentro de España crecieron las huelgas y manifestaciones de solidaridad, mientras en el ámbito internacional se sucedían declaraciones de personalidades, manifestaciones, colectas, artículos en prensa... Los sindicatos franceses y galeses enviaron comisiones para conocer sobre el terreno una realidad que la dictadura se había empeñado en ignorar al principio pese a su tamaño y evidencia para luego convertirla en una burda caricatura presa de una manipulación tan palmaria que no hizo sino alentar las protestas. Pero, en el terreno de las repercusiones, debemos resaltar aquellas que tuvieron una incidencia directa sobre el devenir del régimen y que empezaron a hacer imposible su perpetuación. La oposición, espoleada, inició en Munich ese mismo año un proceso de convergencia que incluía a sectores conservadores más o menos tolerados hasta entonces por el franquismo. Una pequeña fracción del clero empezó a romper el monolitismo de la Iglesia al servicio del dictador y las expresiones de solidaridad se multiplicaron en el país. Además, la Comunidad Económica Europea ni siquiera se dio por enterada del cortejo que había empezado a insinuar un régimen que había decidido apoyarse en el Opus Dei por encima de las otras familias que lo componían por considerarlo precisamente más homologable a nivel continental que otros de raigambre más fascistizante. Los huelguistas, obligando a la dictadura a mostrar su verdadero rostro totalitario, desbarataron también ese acercamiento a Europa.
Con el sacrificio de tantos, se estaban sentando los cimientos de la lucha que llevaría al franquismo a un callejón sin salida y le obligaría a pactar un derribo parcial y controlado de sus estructuras para evitar eventuales desbordamientos: eso que llamamos transición, a menudo mistificado como una graciosa concesión de algunos prohombres clarividentes de las altas esferas, fue en realidad el resultado de los golpes encajados conscientemente por los de abajo en luchas como la del 62. Que el medio siglo de estas huelgas nos sorprenda precisamente enterrando los restos de los logros conseguidos por aquellos que fueron protagonistas y víctimas de esta y otras historias semejantes desde los comienzos del movimiento obrero constituye todo un símbolo de los tiempos.
Los trabajadores del pozo Monsacro se unen a la huelga. Con este apoyo el paro alcanza a la totalidad de las grandes instalaciones hulleras del centro de Asturias. También se unen los trabajadores de los pozos San José, Vicentina y Artemisa, pertenecientes a Hulleras de Veguín y Olloniego. En Figaredo los mineros reciben dinero de Cáritas.En 1962 unos 65.000 obreros asturianos, en su mayoría mineros, plantearon un desafío al franquismo en forma de huelga, en un contexto jurídico en el que el cualquier conflicto colectivo suponía un delito de lesa patria para un régimen que empujaba así a la reivindicación política incluso a quienes se hubieran conformado con obtener algunas mejoras laborales. Confluyen en esa fecha varios factores clave. El primero es un malestar salarial excitado por la carestía y que constituirá la parte visible de la protesta. En este sentido, la liberalización que se inicia unos años antes con el Plan de Estabilización será especialmente demoledora con una industria minera descapitalizada porque los empresarios no habían reinvertido apenas nada desde finales del siglo XIX en aumentar la productividad mejorando el utillaje, por lo que tampoco es ajena al estallido la incipiente crisis del sector que llevará pronto a su nacionalización. Nada nuevo: privatización de beneficios, socialización de pérdidas. Un creciente inconformismo con las estructuras políticas que cada vez se mostraban más arcaicas e infames estará presente también, aunque no de una manera explícita porque cualquier reivindicación considerada política por el régimen hubiera endurecido aún más la respuesta de éste. Por último, y en relación con lo anterior, el nacimiento de un nuevo movimiento obrero compuesto en buen número por jóvenes que no habían vivido la guerra y la terrible represión de los primeros años y que, por tanto, no eran tan rehenes de miedos y antiguos modos de obrar como el antifranquismo más añoso. Ellos continúan y consolidan el cuestionamiento del dócil sindicalismo oficial que ya habían iniciado unos cuantos pioneros en la segunda mitad de los cincuenta y que crecería al abrigo de las nuevas orientaciones tácticas del Partido Comunista.
Era la primera vez tras octubre de 1934 que Asturias volvía a ser noticia mundial. Dentro de España crecieron las huelgas y manifestaciones de solidaridad, mientras en el ámbito internacional se sucedían declaraciones de person alidades, manifestaciones, colectas, artículos en prensa... Los sindicatos franceses y galeses enviaron comisiones para conocer sobre el terreno una realidad que la dictadura se había empeñado en ignorar al principio pese a su tamaño y evidencia para luego convertirla en una burda caricatura presa de una manipulación tan palmaria que no hizo sino alentar las protestas. Pero, en el terreno de las repercusiones, debemos resaltar aquellas que tuvieron una incidencia directa sobre el devenir del régimen y que empezaron a hacer imposible su perpetuación. La oposición, espoleada, inició en Munich ese mismo año un proceso de convergencia que incluía a sectores conservadores más o menos tolerados hasta entonces por el franquismo. Una pequeña fracción del clero empezó a romper el monolitismo de la Iglesia al servicio del dictador y las expresiones de solidaridad se multiplicaron en el país. Además, la Comunidad Económica Europea ni siquiera se dio por enterada del cortejo que había empezado a insinuar un régimen que había decidido apoyarse en el Opus Dei por encima de las otras familias que lo componían por considerarlo precisamente más homologable a nivel continental que otros de raigambre más fascistizante. Los huelguistas, obligando a la dictadura a mostrar su verdadero rostro totalitario, desbarataron también ese acercamiento a Europa.
Con el sacrificio de tantos, se estaban sentando los cimientos de la lucha que llevaría al franquismo a un callejón sin salida y le obligaría a pactar un derribo parcial y controlado de sus estructuras para evitar eventuales desbordamientos: eso que llamamos transición, a menudo mistificado como una graciosa concesión de algunos prohombres clarividentes de las altas esferas, fue en realidad el resultado de los golpes encajados conscientemente por los de abajo en luchas como la del 62. Que el medio siglo de estas huelgas nos sorprenda precisamente enterrando los restos de los logros conseguidos por aquellos que fueron protagonistas y víctimas de esta y otras historias semejantes desde los comienzos del movimiento obrero constituye todo un símbolo de los tiempos.
Los trabajadores del pozo Monsacro se unen a la huelga. Con este apoyo el paro alcanza a la totalidad de las grandes instalaciones hulleras del centro de Asturias. También se unen los trabajadores de los pozos San José, Vicentina y Artemisa, pertenecientes a Hulleras de Veguín y Olloniego. En Figaredo los mineros reciben dinero de Cáritas.La adhesión de los mineros del pozo Monsacro permitió completar a lo largo de este día la paralización de todas las grandes instalaciones hulleras del centro de la región. Aquel ejemplo había cundido en otras explotaciones como San José, Vicentina y Artemisa, de Hulleras de Veguín y Olloniego. Se entregaron colectas hechas en nombre de Cáritas.
(Jorge Muñiz Sánchez es historiador de la Universidad de Oviedo)
Ramón García Piñeiro
Ahora que quedan tan pocos, no está de más recordar que el mayor desafío popular y pacífico planteado contra el régimen de Franco lo iniciaron los mineros asturianos. Como no podía ser de otro modo en aquel contexto, el conflicto estalló por causas económicas, pero adquirió tal dimensión, dentro y fuera de España, y puso al régimen hasta tal punto contra las cuerdas, que las consecuencias políticas fueron irreversibles.
Nada hacia presagiar que el miedo a disentir, laboriosamente forjado por un Estado represivo y policiaco, comenzaría a resquebrajarse aquella cada día más remota primavera de 1962. Ajenos a la trascendencia que adquirirá su acto, comenzaron el pulso a primeros de abril un grupo de mineros de Nicolasa, los cuales redujeron su rendimiento para protestar por los precios del destajo en una capa y por la reciente reordenación de turnos acordada unilateralmente por Fábrica de Mieres.
El subyacente malestar laboral por la mejora salarial de otros sectores y la introducción de nuevos sistemas de remuneración, convirtió el gesto en la señal esperada por los mineros para expresar su descontento. Sin más retórica que unos granos de maíz y un repertorio de miradas convenientemente interpretadas, de ahí el calificativo de "huelga del silencio", fueron secundados primero por los compañeros de empresa, después por los de la cuenca y, finalmente, por todo el sector. Al extenderse la huelga a otros trabajadores industriales, hasta rondar la cifra del medio millón de parados en España, el PCE concluyó que el derribo del régimen mediante un conflicto pacífico, generalizado cual mancha de aceite, distaba de ser una quimera.
La firmeza de los obreros desconcertó desde el principio a las autoridades, incluido el inquilino de El Pardo. Franco declaró ante los alféreces provisionales concentrados en el cerro de Garabitas que el movimiento huelguístico estaba dirigido y alentado desde el exterior para desprestigiar al régimen, aunque, a micrófono cerrado, arremetió contra los "patronos metalúrgicos" por subir el sueldo a los obreros del sector sin el consentimiento del gobierno. Se irritó, en particular, por la repercusión internacional del conflicto. Obsesionado por "la campaña de calumnias del extranjero", lamentó que una medida que él consideraba tan pertinente como la suspensión parcial del Fuero de los Españoles se hubiera equiparado a una declaración del estado de guerra.
Ahora bien, dada la dimensión que adquirió la protesta, por primera vez no se recurrió únicamente a la fuerza bruta para zanjarla. Se decretó el estado de excepción, se efectuaron 356 detenciones y se ejercieron todo tipo de presiones, pero, a la vez, al margen del sindicato oficial, se asumió que no se podría contener la creciente marejada sin aceptar las condiciones planteadas por los trabajadores a través de sus genuinos órganos de representación: las comisiones elegidas en asamblea, base de un sindicalismo alternativo. Entre las paradojas del conflicto figura que la puntilla al "verticalismo" se la asestó nada menos que el ministro secretario general del Movimiento y delegado nacional de la OSE, José Solís García, al que Franco solo reprochó que la huelga le hubiera cogido por sorpresa.
La normalidad laboral se restableció a principios de junio de 1962, cuando fueron satisfechas las demandas de subida salarial y condonación de las sanciones planteadas por los trabajadores. Aunque la huelga tuvo un rebrote en los meses de agosto y septiembre, utilizado para reactivar e intensificar las represalias, las autoridades comprendieron que, desde aquel verano, ya nada volvería a ser lo que era. Como reconoció la Brigada Regional de Información, el obrero adquirió una consciencia "del poder y la fuerza de una acción unida que antes desconocía en la práctica", de lo que barruntaban "consecuencias insospechadas".
(Ramón García Piñeiro es historiador y profesor del Instituto de Navia)
Francisco Prado Alberdi
Aquella primavera de 1962, la sanción a unos picadores del Pozo Nicolasa desencadenó una riada de movilizaciones y de solidaridad. No sólo en el número de participantes y en su extensión geográfica, sino en la repercusión que tuvo para el futuro de este país; con mucha razón se ha dicho que después de las huelgas del 62 España ya no fue la misma. Con ellas comenzó el proceso que llevaría al final del franquismo puesto que, entre otras cosas, a partir de ese momento la lucha contra la dictadura adquirió una nueva forma. Estaba naciendo "El nuevo movimiento obrero", que haría de la asamblea su forma de participación y de las Comisiones de Obreros su medio de representación y organización. En las movilizaciones aparecen una generación de líderes que ya no se sienten perdedores de la guerra civil, que aspiran a mejorar sus condiciones de trabajo y de vida; pero descubren que para lograrlo es preciso contar con libertad de reunión, expresión y organización. Para ello hay que conquistar la libertad, por eso casi todos acaban militando en el antifranquismo.
En aquella época, la dictadura trataba de "lavarse la cara" ante el mundo democrático aparentando apertura y modernización que hiciera olvidar sus "veleidades" fascistas. Las huelgas del 62 desbarataron todos esos planes. La gran repercusión internacional obtenida demostró al mundo que en España no se estaba produciendo ningún cambio, que el gobierno español trataba de resolver los problemas con la única arma que conocía: la represión violenta. Cuando el Régimen comprobó que con el terror no conseguía normalizar la situación intentó establecer lazos con los trabajadores a través de su Sindicato Vertical, sus jerarcas trataron de actuar como mediadores con el Gobierno y los empresarios, pero cosecharon el más absoluto fracaso. Al final el ministro Solís ("la sonrisa del Régimen") se vio obligado a negociar con una comisión nombrada por los trabajadores, para lo cual tuvieron que autorizar asambleas en los centros de trabajo en donde se debatieran las plataformas reivindicativas y se eligieran representantes en la negociación. Estaba naciendo una nueva forma de lucha y organización. Después de las huelgas de 1962 España ya no será la misma, porque resurge el movimiento obrero que combatirá la dictadura hasta la conquista de la democracia.
(Francisco Prado Alberdi es Presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico)
Oviedo, Javier G. Caso
El escritor Jorge M. Reverte (Madrid, 1948) ha conmemorado el 50 aniversario de las históricas huelgas con la reedición por RBA de su libro La furia y el silencio. Asturias primavera de 1962 .
¿Qué le llevó a escribir este libro?
Era un asunto del que había oído hablar. Gracias a mis amigos de la cuenca, comencé a enterarme de aspectos concretos de aquello y me pareció un asunto apasionante.
¿Cuánto de furia y cuánto de silencio tuvieron esas huelgas?
Tuvieron mucha furia, pero muy civilizadita (risas). La gente estaba soliviantada por aquella situación brutal de falta de libertades y de salarios de miseria. Aún había un rescoldo muy fuerte de la Guerra Civil. Por primera vez, una generación nueva se enfrentó al franquismo sin esa guerra por delante. Lo más importante eran otras cosas. Y aquello se hizo adecuado a las circunstancias del entorno, con el silencio, la forma más eficaz para evitar que la represión ahogara la huelga en un primer momento.
¿Pudieron tener lugar en otro lugar que no fuera Asturias?
Había un sector energético muy importante, el del carbón, de enorme importancia y que estaba en un cambio estructural. Había una mano de obra muy solidaria por la propia forma del trabajo tal y como se desarrolla en la mina. Y había mucha combatividad acumulada. Pudieron empezar en otro sitio, pero las cuencas eran un lugar muy adecuado.
¿Las huelgas del 62 siguen siendo desconocidas?
En aquellos momentos tuvieron una importancia radical. Ni siquiera la derecha democrática, que empezaba a haberla, pudo ignorarlas. Se sintieron muy tocados por aquel movimiento que se extendió a gran parte de España. Se ha hablado poco de ello pese a lo mucho que supusieron.
¿Qué papel jugaron aquellos mineros frente al franquismo?
Son claves. A partir de ahí cambió todo. Desde mi punto de vista, la transición empieza en 1962 cuando ya se produce la confluencia con un programa democrático de organizaciones que antes no lo habían sido o que son nuevas. Un sector del PSOE o los republicanos eran formaciones democráticas, pero el PCE, realmente, es partir de estos años cuando elabora una estrategia puramente democrática. También hay fracciones de la democracia cristiana y del monarquismo que, de pronto, empiezan a pensar en democracia y en tener una alternativa al régimen. Y eso se produce a partir de 1962. Los movimientos de Asturias fueron esenciales.
Los movimientos estudiantiles de grandes ciudades como Madrid o Barcelona apoyaron las huelgas.
Sí, pero no hay que olvidar una cosa importantísima, que fue todo el protagonismo que tuvieron las organizaciones cristianas de base. Eso sí que fue un cambio. Y el de los nuevos militantes de los partidos de izquierda. Ya no solo seguían consignas del exterior. Fundaron toda su actividad en el conocimiento de la realidad inmediata y ahí surgieron nuevos líderes.
¿Fue una huelga política desde el principio?
No lo era, pero el propio régimen la convirtió en eso. Aquella huelga exigió desde el principio cuestiones como la libertad de expresión y de asociación sindical. Eso era poner patas arriba al régimen, salirse de las estructuras del sindicalismo vertical para intentar expresarse políticamente y aquello sí que era político, claro.
Algunos elementos del clero empezaron a cuestionar la dictadura.
Sí, pero luego ya fueron domesticados por la Iglesia estos jóvenes que se incorporaron a la lucha. Todo aquello de las HOAC y las JOC era una especie de alternativa de la Iglesia frente al comunismo. Hay una injusticia social y la Iglesia tiene algo que decir. Lo que pasa es que inmediatamente se convirtió en algo mucho más fuerte, para el régimen primero y la propia Iglesia española después.
¿Son compararables aquellas huelgas a movimientos como el 15M o los indignados?
Estos son unos tiempos distintos. Aquel era un movimiento realmente de clase. Lo que sí hay de común es algo que siempre hay en los movimientos fuertes: la indignación ante una situación de flagrante contradicción de los derechos mínimos.
¿Cómo valora el manifiesto que sacaron los intelectuales?
Al régimen le sentó como un tiro, porque además consigueron la firma de alguien tan intocable como Menéndez Pidal. España estaba intentando entrar en Europa y se encontró con la repercusión internacional de las huelgas, que denotaba la falta absoluta de libertad de expresión y de democracia. Y eso fue muy duro para los gobernantes. Luego, hubo un movimiento paralelo, pero muy apoyado por la existencia de la huelga, que fue el contubernio de Munich. Por primera vez se sentaban personas de derechas y de izquierdas a hablar de democracia y de una alternativa al régimen.
¿Le sorprendió el movimiento de solidaridad hacia los mineros pese a la feroz represión?
Sí, es uno de los elementos más, digamos, bonitos para un investigador encontrarse con algo así. Además eso sigue existiendo.
¿Cómo valora el papel de las mujeres, que siguieron al pie del cañón pese a tener a sus maridos encarcelados en no pocos casos?
Jugaron un papel enorme. Fundamentalmente la resistencia, porque claro, a estos desde el primer momento les cortaron el pan y la sal. Les impidieron ir a los economatos, no les pagaban y además ya tenían los salarios cortos. Las mujeres, además de llevar la economía familiar, actuaron como activistas muy fuertes. Quienes tiraban el maíz para llamar gallinas a los que no hacían la huelga, fueron las mujeres. Organizaban asambleas, se enfrentaban a la policía. Dentro del silencio, las mujeres idearon muchas cosas para que aquello siguiera.
Alguna fue víctima de una represión que el entonces ministro Manuel Fraga Iribarne llegó a negar en público.
Ahí se negaba todo (risas). A eso estaba acostumbrada la España de entonces. La represión que se desató después del 39 había sido durísima. Lo de las palizas y el corte de pelo era algo que quizá hacía ya un tiempo que no se practicaba mucho, pero a la gente de 1962 no le extrañaba que esas cosas aún pasaran.
Benjamín Gutiérrez Huerta
Aquel 7 de abril en el Pozo Nicolasa de Mieres prendía una mecha que se desarrollaría a lo largo de la primavera y del verano de aquel año. El descontento llevó a las reivindicaciones laborales y la falta de libertad las convertiría en políticas. Las Huelgas de 1962 marcaron un antes y un después en la lucha contra la dictadura franquista y en el desarrollo de las comisiones obreras. No fueron las primeras ni las últimas pero sí que fueron las que marcaron el camino.
Ya en los años cincuenta las movilizaciones habían conseguido avances en conflictos puntuales pese a la feroz represión. Pero en 1962 el conflicto laboral en los pozos asturianos sería la chispa de un movimiento estatal e internacional que se extendería por toda Asturias y por las principales zonas industriales españolas de la época y que movilizaría a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. La represión demostraría una vez más la cara del régimen pese a los intentos de dar una imagen aperturista. Detenciones, torturas, cárcel y deportaciones no pudieron frenar un movimiento que obligaría a la dictadura a negociar con los huelguistas y a ceder en buena parte de sus peticiones.
Sin duda el éxito de las movilizaciones se basó en la suma de sectores laborales, sociales y políticos, del conjunto de la sociedad de las cuencas y en la repercusión nacional e internacional. El papel del PCE fue fundamental junto al ala progresista de la iglesia, la suma de la militancia de las organizaciones antifranquistas y el apoyo de los intelectuales. Durante aquellos meses Asturias volvió a ser referente mundial con movilizaciones de apoyo y muestras de solidaridad por todo el mundo.
En el 2002, diversas publicaciones y actos, de la Fundación Juan Muñiz Zapico de CCOO de Asturias, rindieron homenaje a los protagonistas directos, a los hombres y mujeres que organizaron las huelgas y sufrieron la represión del régimen.
Este año se conmemora el 50 Aniversario de las Huelgas de 1962. Los actos tendrán su epicentro en Mieres y contando con la participación de diversas asociaciones en un marco de coordinación auspiciado por la Concejalía de Memoria Histórica local y la Fundación Juan Muñiz Zapico. El 12 de abril el Ayuntamiento de Mieres celebrará en el Pozo Nicolasa un acto institucional de reconocimiento a los huelguistas. La tarea de la difusión de la historia de las huelgas tendrá, como dinámica principal, actividades didácticas en los IES sobre las huelgas y en especial sobre la importancia del papel de las mujeres en las movilizaciones con la proyección del corto A Golpe de Tacón y la exposición de los hechos de su protagonista, Anita Sirgo.
La jornada principal de reconocimiento a los y las huelguistas se realizará a través de sus testimonios con la proyección el 26 de abril, en la Casa de Cultura de Mieres, del documental Hay una Luz en Asturias... Testigos de las Huelgas de 1962, como homenaje a los y las protagonistas. Esta proyección contará con la presencia de Nicolás Sartorius y con la colaboración entre otras entidades de la Fundación de Investigaciones Marxistas y el Archivo Histórico del PCE. También se reeditará y presentará el libro Las Huelgas de 1962 en Asturias, coordinado por el historiador Rubén Vega en 2002 entre otras acciones divulgativas.
EL objetivo del aniversario es reconocer la importancia de aquellas movilizaciones así como de sus protagonistas, de todos aquellos y aquellas que las hicieron posibles. La recuperación de la memoria histórica para hacer llegar a las generaciones más jóvenes la realidad y el ejemplo de aquellas luchas y su importancia para la conquista de derechos laborales y políticos, ejemplo y motor del cambio social, mas reivindicables aun en momentos de crisis como los actuales.
(Benjamín Gutiérrez Huerta es director de la Fundación Juan Muñiz Zapico)
Langreo, J.M.Huerga
Vicente Gutiérrez Solís, el hoy veterano dirigente vecinal, fue uno de los héroes de las güelgonas de Asturias del 62. Una protesta histórica para el movimiento obrero que pagó muy cara, pero que ahora revive para llamar al paro general el 29-M "porque vienen con una reforma laboral que supone quebrar el espíritu obrero y los derechos que logramos en aquellas huelgas".
Gutiérrez Solís, uno de los mineros que hace más de medio siglo casi logran cuartear al régimen franquista con sus protestas, sufrió "14 meses de cárcel, palos, deportación, exilio y 18 años despedido en Carbones de La Nueva".
Él, que junto a muchos otros trabajadores se levantaron en las huelgas de abril, mayo, junio y agosto de 1962 "contra la explotación salvaje de los empresarios mineros", llama ahora a los jóvenes a "recuperar la memoria histórica" y hacer lo propio contra el recorte del Gobierno del PP. Asegura que "la juventud no debe reprimirse aunque tenga miedo porque estén hipotecados por 30 ó 40 años", porque, aún con estas amenazas, "sus condiciones son más favorables para la protesta porque no arriesgan tanto como nosotros, que arriesgábamos la vida".
El dirigente vecinal langreano sabe de lo que habla. Vivió en primera persona "las malas condiciones laborales en la mina, con salarios de miseria". También fue protagonista de las protestas que pusieron de rodillas a Franco. "Doblegamos al Gobierno. Obligamos a venir al ministro de Trabajo en plena huelga para reconocer las comisiones de trabajadores a los que recibió en Oviedo".
Unas huelgas, las del 62, que para Gutiérrez Solís tuvieron un saldo positivo. No sólo porque "abrieron una brecha en los cimientos del régimen franquista", sino porque fue una lección de solidaridad "entre los obreros y "para que sectores de la población tomaran conciencia y se solidarizaran con los mineros, de Asturias y de otros puntos de España. También apoyaron los intelectuales, con su escrito al ministro en 1963 denunciando las represalias por las huelgas en Asturias".
Sin sindicatos Sin embargo, conquistas como ser "el paso previo a la recuperación de las libertades democráticas o el embrión de CCOO" supusieron, recuerda Gutiérrez Solís, "pagar un alto precio". Lo hicieron solos los obreros porque "no teníamos sindicatos, partidos políticos en la clandestinidad. No teníamos defensa".
En la represión posterior, el régimen franquista "actuó con crueldad con los obreros", recuerda años después este veterano luchador de la izquierda asturiana, firme y enérgico aún a sus años, todo "un carácter", como él mismo admite.
"Estuvimos presos una parte de los detenidos en la cárcel de Oviedo. Otros fueron despedidos. Pero se luchó en la calle para conseguir que saliésemos los que estábamos en la cárcel y la subida de 70 pesetas de tonelada de carbón lavada y volvieron a sus puesto de trabajo los despedidos". Unos logros que en su opinión se consiguieron "con la solidaridad" de la lucha obrera, pese a que en aquellos años "conllevaba riesgos de que te detuvieran y te llevaran a la comisaría, a los cuarteles de Guardia Civil, donde te torturaban".
Del pasado al presente. El dirigente vecinal admite que la antigua protesta minera le vendrá mañana a la cabeza. "Cada vez que leo la prensa me recuerda lo de hace 50 años, porque lo de entonces lo estamos sufriendo en estos momentos". Razón de más, explica, para que "sigamos defendiendo nuestras conquistas, por lo que la huelga está más que justificada".
Pese a admitir que "hay más individualismo que entonces, donde en aquellas huelgas de dos meses se creó un sueldo solidario para dar de comer a los hijos de los obreros", Gutiérrez Solís llama a la protesta contra el nuevo modelo laboral aprobado por el Gobierno de Rajoy porque "nos quieren volver a los años 60, a la época de las alpargatas, al hambre, a la miseria otra vez".
En el paro de mañana, admite que le gustaría que Asturias, como ocurrió en el 62, "tuviese un protagonismo especial, como cuando con las güelgonas marcamos el camino de lucha contra la dictadura porque no se puede perder el valor del movimiento obrero asturiano".
Oviedo, Luis Fernández
La reforma laboral amenaza las conquistas sociales logradas por la clase obrera en las últimas décadas y los trabajadores están dispuestos a dar la batalla para que no se les arrebaten los derechos que tanto esfuerzo les ha costado conseguir.
La historia del movimiento obrero está formada por miles de ciudadanos anónimos, pero también por personajes que han dejado su sello con el paso del tiempo. Este es el caso del histórico comunista Vicente Gutiérrez Solís, un referente del sindicalismo asturiano que ayer invocó el espíritu de la güelgona del 62. Gutiérrez Solís animó a toda la ciudadanía a movilizarse, especialmente a los jóvenes y a los trabajadores, y recordó que las conquistas sociales "se consiguieron en situaciones mucho peores que las actuales".
Eran los tiempos de la dictadura y las movilizaciones de los años 1957 y 1958 y la huelga de 1962 pusieron en jaque al franquismo, aunque el precio que tuvieron que pagar los instigadores de las revueltas fue muy caro. Las palizas, la cárcel e incluso el exilio fue el castigo para los huelguistas, motivo por el que ahora los participantes en aquellas protestas se niegan a renunciar a los derechos conseguidos con tanto sacrificio.
Gutiérrez Solís, que ahora es el presidente de la Asociación Asturiana de Vecinos (CAVASTUR), señaló que "hemos logrado en este país las libertades democráticas, la libertad sindical y las mejoras sociales" que costaron "esfuerzo, sacrificio, trabajo y lucha permanente". Por este motivo, afirmó que "no podemos permitir que ahora acaben con lo que tanto trabajo nos costó conseguir".
Apoyo de 200 asociaciones Las declaraciones de Rodríguez Solís se produjeron en un acto organizado por los sindicatos CCOO, UGT y USO para dar a conocer los apoyos con los que cuentan de cara al 29-M. En total, 200 asociaciones y colectivos ciudadanos respaldan la convocatoria de huelga con la que se quiere responder a la reforma laboral impuesta por el Gobierno del PP. También han mostrado su apoyo el PSOE, IU, Partido Comunista, Bloque-UNA y Equo.
Entre las asociaciones, están las que ya apoyaron las manifestaciones contra el decretazo, como el Sindicato de Estudiantes, Xega o Jueces por la Democracia, aunque la lista en esta ocasión es mucho más extensa. Lo más llamativo es la presencia de organizaciones de obreros católicos como la Hermandad Obrera de Acción católica (HOAC) y la Juventud Obrera Cristiana (JOC), a pesar de las declaraciones de Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal, en las que afirmaba que "la gente no está para permitirse el lujo de ir a la huelga".
También participaron representantes de minorías sociales como el Secretariado General Gitano, la Asociación de Senegal por la integración en Asturias o la Asocación de Magrebís Asturias. Asimismo, el mundo de la cultura expresó su apoyo a la huelga con el apoyo de músicos como Nacho Vegas, Chus Pedro o Manolo Penayos y de directores de cine como Tom Fernández o el fotógrafo Alejandro Zapico.
Justo Rodríguez Braga, secretario general de UGT Asturias, explicó que el objetivo de la reforma es "abaratar la mano de obra y llevarnos a un modelo de producción como el chino". Por este motivo, señala que es una medida que afecta de forma negativa "a toda la ciudadanía y a la democracia". Miriam Cueto, representante de la Universidad, mostró su apoyo a la huelga y afirmó que "se pueden cambiar las cosas" ya que "no es lo mismo que en el Gobierno estén unas personas u otras".
Servicios mínimos En lo que no ha habido novedades es en la fijación de servicios mínimos. Después de una reunión con Gabino de Lorenzo, delegado del Gobierno, los sindicatos reiteraron que tan solo hay acuerdo en el funcionamiento de ambulancias en caso de emergencias, en los servicios de limpieza de sanidad y en el trasporte de mercancías para asegurar el funcionamiento de empresas como Arcelor.
Aquel 7 de abril en el Pozo Nicolasa prendía una mecha que se desarrollaría a lo largo de la primavera y el verano de aquel año. El descontento llevó a las reivindicaciones laborales, y la falta de libertad las convertiría en políticas. No fueron las primeras ni las últimas pero sí que fueron las que marcaron el camino. Ya en los años cincuenta las movilizaciones habían conseguido avances en conflictos puntuales pese a la feroz represión. Pero en 1962 el conflicto laboral en los pozos asturianos sería la chispa de un movimiento estatal e internacional que se extendería por toda Asturias y por las principales zonas industriales españolas de la época y que movilizaría a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. Primero pararon los mineros de la cuenca del Nalón, les siguieron los del valle de Aller. El movimiento llegó a Gijón y prendió en La Camocha. En el mes de mayo la huelga se extendió sobrepasando la minería y llegó a la industria siderometalúrgica, astilleros, construcción y otras empresas. El movimiento fue ya imparable.
La represión demostraría una vez más la cara del régimen pese a los intentos de dar una imagen aperturista: detenciones, torturas, cárcel y deportaciones no pudieron frenar un movimiento que obligaría al régimen a negociar con los huelguistas y a ceder en parte de sus peticiones. Sin duda el éxito de las movilizaciones se basó en la suma de sectores laborales, sociales y políticos, del conjunto de la sociedad de las cuencas. Durante aquellos meses Asturias volvió a ser referente, con movilizaciones de apoyo y muestras de solidaridad por todo el mundo.
Agustín Bermúdez, más conocido como Tino "Tarzán", fue posiblemente el minero más joven que participó en las huelgas de aquel año. Tenía 17 años cuando entró en el Pozo Dos Amigos. De aquellos momentos recuerda la durísima represión con que el régimen castigó a los que protestaban. "Ibamos hasta el pozo pero no nos vestíamos, y cuando sonaba el turullu dábamos la vuelta. Al pie estaba la Guardia Civil, tomando nota de quién entraba y quién no". Lo recuerda como un pulso firme, con la convicción de estar luchando por lo que era justo. "Era difícil organizarse porque no podíamos hablar. Nos entendíamos con gestos. Cruzábamos una mirada y ya sabíamos lo que había que hacer, siempre bajo cuerda".
"Se produjeron muchas detenciones en aquellos días, y las palizas en comisaría eran brutales". Durante el tiempo que duró la huelga no entraba dinero en su familia de once hermanos, puesto que su padre minero también secundó el paro. "Mi padre me decía que al menos fuera yo a trabajar, para que entrase algo en casa. Yo me negué. Nos agotaron económicamente. Pasamos mucha hambre y mucho miedo ", recuerda. El paso del tiempo le ha dado dimensión a lo que sucedió en aquellos días. "Creo que realmente fueron poco hábiles manejando la situación. Si nos hubieran dado cuatro pesetas se habría normalizado todo, pero contestaron con despidos, detenciones y con mano dura. Y a más represión, más firmes estábamos nosotros".
La protesta de los mineros asturianos se extendió y multiplicó su efecto, llegando incluso al País Vasco y Cataluña. El Gobierno de la dictadura tuvo que afrontar una movilización mucho más trascendente de lo que esperaban, caracterizada por la espontaneidad y la protesta pacífica. La fortaleza de los mineros asturianos llamó la atención de la prensa internacional, que le dio cobertura, empañando así la imagen que el régimen quería proyectar al exterior en un momento de cierta apertura a Europa.
"Las mujeres fuimos importantes"
Huelgas de 1962 Algunas de estas mujeres aún están presentes para contar su historia, como Anita Sirgo, que hoy tiene 82 años y una absoluta claridad de ideas sobre lo acontecido en aquella época y sus posteriores repercusiones. Tenía entonces 20 años. Las mujeres, organizadas, actuaron en el momento preciso esparciendo maíz por los caminos para mandarles un mensaje a los que de madrugada se dirigían al tajo: gallinas. Y por si no hubiera bastado, en los cruces esperaban ellas, dispuestas a disuadir a los esquiroles. Gracias a su presencia, los trabajadores regresaron a casa y las huelgas se consolidaron como símbolo de una lucha obrera que trascendió los límites de la cuenca, de Asturias y dio visibilidad a uno de los episodios más oscuros de la represión franquista. Fueron muchos los detenidos, los torturados y los deportados. Las mujeres sostenían la protesta desde una retaguardia muy bien organizada.
"Fuimos muy importantes. Mientras ellos estaban en el centro de la diana, nosotras, que aunque éramos jóvenes sabíamos muy bien lo que teníamos que hacer, estábamos en casa cuidando a los hijos, en las cárceles cuidando a nuestros maridos, en la calle en las manifestaciones, en los encierros. A todo nos daba tiempo". Anita Sirgo junto con otras mujeres estuvo en el encierro de ocho días en la Catedral de Oviedo, pidiendo la liberación de los presos políticos, participó en el que tuvo lugar en el obispado, fue parte de la comisión que viajó hasta Toledo a visitar a Monseñor Tarancón. En la cuenca, las mujeres organizadas por parejas recorrían los comercios pidiendo para los presos políticos y deportados. "Había que moverse y había que hacerlo ya, no podíamos dejar pasar el tiempo. Siempre pacíficamente, siempre con educación, siempre con la verdad por delante".
Anita Sirgo y su compañera Tina Marrón vivieron uno de los episodios más conocidos de la represión franquista en aquellos años. Fueron detenidas el 2 de septiembre de 1963 y trasladadas a las dependencias de la policía, en Sama, donde también estaba retenido Alfonso Braña, esposo de Anita, con otros compañeros. Al escuchar gritos y golpes en las celdas de los hombres, Anita y Tina comenzaron a gritar para alertar a los vecinos y transeúntes. Por ese motivo ellas también fueron golpeadas duramente. Les raparon la cabeza y las retuvieron finalmente durante más de un mes, al negarse ellas a usar un pañuelo para cubrirse la cabeza y ocultar así las señales de la represión a la que ambas habían sido sometidas.
Constantina Pérez falleció años más tarde, con secuelas por los golpes recibidos. En la actualidad, Anita Sirgo vive en Lada (Langreo) y es testigo de excepción de esos episodios de la historia reciente de Asturias.
"Hay una lumbre en Asturias
que calienta España entera,
y es que allí se ha levantado,
toda la cuenca minera,
toda la cuenca minera.
Ale asturianos
que esta nuestros destinos,
en vuestras manos.
Empezaron los mineros
y los obreros fabriles,
si siguen los campesinos,
seremos cientos de miles,
seremos cientos de miles.
Bravos mineros,
siguen vuestro camino los compañeros..."
Letra: Chicho Sánchez Ferlosio,
"Hay una lumbre en Asturias"
Imprescindible ver...
"A golpe de tacón", un cortometraje dirigido por Amanda Castro y protagonizado por Cristina Marcos en el papel de Anita Sirgo, Belén Ponce de León como Constantina Pérez, y Lola Herrera como Celestina. El documento gráfico recoge uno de los episodios de la resistencia de estas mujeres, que desempeñaron un papel de gran trascendencia durante las huelgas de los sesenta y toda la dictadura de Franco, sosteniendo a las familias de presos y deportados, organizando manifestaciones y piquetes, repartiendo información en octavillas, etc. La historia debe reconocer la importancia de su participación y otorgarles el lugar que merecen, puesto que sin ellas y sin su valentía, el curso de los acontecimientos sin duda habría sido otro.
Mieres del Camino, José Ángel Gayol
El programa para conmemorar en Mieres el Día Internacional de las Mujeres arrancó en la casa de cultura Teodoro Cuesta con una mesa redonda sobre las luchadoras en las huelgas del 62, un acto organizado por el Ayuntamiento de Mieres con la colaboración del club LA NUEVA ESPAÑA en las Cuencas. Bajo el título «Las mujeres en las huelgas del 62» se desarrolló una charla coloquio con Anita Sirgo y Juana Prieto, dos mujeres que jugaron un papel muy activo en aquellas fechas de reivindicación social. En la mesa también estuvo Diana López Antuña, concejala de la Mujer del Ayuntamiento de Mieres, y José Ángel Gayol, coordinador del Club LA NUEVA ESPAÑA en el Caudal, quien se encargó de presentar y coordinar la charla.
Para Diana López Antuña, «las mujeres jugaron una papel muy importante en las huelgas del 62 y su activismo fue fundamental», y añadió que «toda la represión que recibieron no fue suficiente para rendirse». En este sentido, la concejala reconoció que había aspectos con respecto a la situación de la mujer que no han cambiado: «las barreras que nos encontramos hoy son muchas y aún queda mucho por hacer. Pero debemos hacerlo juntos, y debemos mirarnos en el espejo de estas mujeres que han hecho mucho por las generaciones pasadas, presentes y futuras».
La primera en intervenir fue Anita Sirgo, para quien «es muy importante que las mujeres estén al lado de los trabajadores, en la lucha». La histórica comunista langreana rememoró los hechos acaecidos en aquellos meses de lucha obrera: «Cuando vino la huelga del 62 ya estábamos organizadas. Vimos que la protesta, tras un mes de duración, se iba a romper, porque había mucha hambre y las tiendas ya no fiaban, entonces nos pusimos en contacto con otras mujeres para impedir que los esquiroles rompieran la huelga. Nos reunimos y acordamos ir puerta por puerta hablando con todas las mujeres de mineros, y llegamos unas cuarenta mujeres al primer relevo de la seis de la mañana para evitar la entrada a la mina. Después de aquello la huelga aguantó dos meses y así se consiguió lo que se pretendía, no todo, pero se consiguieron muchas cosas».
Anita Sirgo y las mujeres que trabajaban por la movilización y la reivindicación fueron avanzando en sus acciones y organizaron varios encierros, alguno muy prolongado, en el que Anita reconoció la existencia de una gran solidaridad. «Allí teníamos comida, nos traían mucha, la que no teníamos en casa. De hecho, tanta comida teníamos que cuando salimos dimos a Cáritas la que nos quedó, porque queríamos que los de afuera también tuvieran algo que comer. Nosotras estábamos dentro, pero los de afuera estaban luchando también».
«Fue duro», resumió Anita Sirgo, «pero las mujeres fueron muy valientes». Sin embargo, también apuntó que «toda aquella lucha que nos costó cárceles, hambre, palos... siento que la estamos perdiendo». Por ello, para Anita Sirgo «hay que creer por lo que estás luchando, sino no llegarás lejos».
Por su parte, Juana Prieto recordó su vinculación a la Asociación Amigos de Mieres como germen de la actividad reivindicativa en aquellos años. Contó pasajes de sus años de dictadura, con un marido encarcelado y muchas dificultades. De todas formas, Juanita reconoció que «había mucha colaboración entre la gente». Y añadió que «hay que movilizarse, hay que actuar y trabajar por los derechos de los trabajadores».
Son muchas las vivencias que estas mujeres tienen en su memoria, y sus palabras sirvieron para acercar una época difícil al numeroso público que llenaba el Salón de Actos, homenajeando el papel de la mujer como actora decisiva de la Historia con mayúsculas.
CCOO de Asturias ultima el programa conmemorativo del 50 aniversario de las Huelgas de 1962. Los actos se desarrollarán entre marzo, abril y mayo, y tendrán como sede principal Mieres, al contar con la colaboración de diversas asociaciones coordinadas por su concejalía de Memoria Histórica.
Las Huelgas de 1962 marcaron un antes y un después en las luchas laborales y políticas durante la dictadura franquista. No fueron las primeras ni las últimas, pero sí señalaron el camino. Ya en los años cincuenta las movilizaciones habían conseguido avances en conflictos puntuales pese a la feroz represión. Pero en 1962 del conflicto laboral en los pozos asturianos surgiría la chispa de un movimiento estatal e internacional que se extendería por toda Asturias y por las principales zonas industriales españolas, y que movilizaría a cientos de miles de trabajadores.
Aquel 7 de abril en el Pozo Nicolasa prendía una mecha que se prolongaría a lo largo de la primavera y el verano de aquel año. El descontento llevó a las reivindicaciones laborales, y la falta de libertad las convertiría en políticas. La represión demostraría una vez más la cara del régimen, pese a los intentos de dar una imagen aperturista. Detenciones, torturas, cárcel y deportaciones no pudieron frenar un movimiento que obligaría al régimen a negociar con los huelguistas y a ceder en parte de sus peticiones. Como bien dice la canción de "Hay una lumbre en Asturias": empezaron los mineros y los obreros fabriles...
Sin duda el éxito de las movilizaciones se basó en la suma de sectores laborales, sociales y políticos, y del conjunto de la sociedad de las cuencas mineras. Durante aquellos meses Asturias volvió a ser referente, con movilizaciones de apoyo y muestras de solidaridad por todo el mundo. La importancia y análisis de las movilizaciones ya fueron recogidas en diversas publicaciones y actos de la Fundación Juan Muñiz Zapico de CCOO de Asturias con motivo de la celebración en 2002 del cuarenta aniversario, rindiéndose entonces homenaje a los protagonistas directos, a los hombres y mujeres que organizaron las huelgas y sufrieron la represión del régimen, a los héroes de la lucha obrera, a los anónimos y a los conocidos, ejemplo y motor del cambio social, más reivindicables aún en momentos de crisis como los actuales.
El 12 de abril el Ayuntamiento de Mieres celebrará en el Pozo Nicolasa un acto institucional de reconocimiento a los huelguistas. Por su parte la Fundación Juan Muñiz Zapico centrará su tarea en la difusión de la historia de las Huelgas de 1962. En este sentido realizará actividades didácticas, en centros de enseñanza secundaria, sobre la importancia del papel de las mujeres en las Huelgas de 1962, con la proyección del cortometraje "A Golpe de Tacón". Como jornada central, la Fundación proyectará el 26 de abril, en la Casa de Cultura de Mieres, el documental "Hay una Luz en Asturias...Testigos de las Huelgas de 1962", como homenaje a los protagonistas. También se reeditara el libro "Las Huelgas de 1962 en Asturias", entre otras acciones divulgativas.
El objetivo del aniversario es reconocer la importancia de aquellas movilizaciones, así como de sus protagonistas, de todos aquellos y aquellas que las hicieron posibles, situando el papel del movimiento obrero como motor del cambio social frente al olvido oficial de aquellos años de lucha y sacrificio. Se trata de recuperar la memoria histórica para hacer llegar a las generaciones más jóvenes la realidad y el ejemplo de aquellas luchas y su importancia para la conquista de derechos laborales y políticos.