Cura de mineros y emigrantes
El Comercio, 25 de febrero de 2013
El naveto Alberto Torga cumple 80 años tras una vida pastoral con los más débiles
Luchó por los derechos de los trabajadores en Aller, colaboró con la Huelgona de 1962 y estuvo nueve años en Holanda y 32 en Alemania
Nava, José Cezón
El sacerdote Alberto Torga Llamedo, en Nava. [Foto: Paloma Ucha]
El sacerdote naveto Alberto Torga Llamedo (Vegadali, 1933), quien cumplió 80 años este mismo mes, ha desarrollado una intensa vida pastoral en las parroquias de Somió (Gijón), Boo (Aller), Tapia y Onís, de donde se marchó como capellán de emigrantes durante nueve años a Zaandam (Holanda) y pasó otros 32 años en Nuremberg (Alemania). Haciendo gala de una memoria realmente prodigiosa, el sacerdote repasa los episodios más significativos de una vida entregada por completo a los más desprotegidos.
Torga fue a la escuela rural de Tresali, donde guarda un recuerdo imborrable de su maestro José Miguel Mancebo, quien solo les obligaba a memorizar el Catecismo y poesía en castellano. Tenía 11 años cuando el nuevo párroco de Nava se presentó un día en la clase a hablarles del seminario y para preguntarles si alguno quería ser cura. «Yo era muy inquieto y enseguida levanté la mano», recuerda.
Ahí comenzó sus clases preparativas vespertinas, que acostumbraba a pirar para ir a jugar al fútbol con una pelota de trapo. Prosiguió sus estudios en el Seminario de Tapia, Donlebún (Castropol), Tapia de nuevo, el Monasterio de Valdediós y Oviedo. De aquella etapa recuerda que formaba parte de «un grupo revoltoso», al que se le denegaron las órdenes menores -que eran ostiario, lector, exorcista y acólito-, y reconoce que le costó dar el paso definitivo hacia la vida sacerdotal.
En junio de 1956, a la edad de 23 años, se ordenó sacerdote en Oviedo de la mano del arzobispo Javier Lauzurica y fue destinado como coadjutor a la parroquia gijonesa de Somió -«mi primera novia», comenta-, donde desarrolló cinco años de labor pastoral con los jóvenes. Fue el socio número 113 del equipo de fútbol del barrio, que por aquel entonces militaba en Primera Regional. Un buen día, le propuso al técnico del club, el exfutbolista del Real Oviedo, Sirio Blanco, si podía entrenar con ellos. «No sabe lo que se lo agradezco, así no habrá 'cagatos'», fue la respuesta del míster. En Somió vivió otra conversión: del Oviedo al Sporting.
Miseria en Buenos Aires
En 1960 se embarcó en una misión a Buenos Aires, junto a 680 sacerdotes españoles. Fue una breve estancia de cuatro meses, pero que le dejó marcado para toda su vida. Primero estuvieron en Ciudad de Tigre, en el Delta del Paraná, y después viajó a un suburbio bonaerense, lo que allí denominaban una villa miseria. Un arrabal sumido en el incesto y la promiscuidad. «Aquella miseria moral me desarmó, se me cayeron todos los esquemas», afirma. Estaba decidido a regresar allí para quedarse, pero su madre, de nombre Argentina, le suplicó que no abandonara Asturias.
Su siguiente destino fue como ecónomo en la parroquia allerana de Boo, una zona minera de gran religiosidad, «donde iban a misa más los hombres que las mujeres». Un día le propusieron los feligreses buscar alguna forma de ayudar a los más pobres. Él solicitó una lista para poder proporcionarles productos de primera necesidad. Pero hubo un beneficiario que rechazó esa solidaridad. «A mí el cura no me compra por una cesta», clamaba en el chigre Milio, 'El Ablaneru', un represaliado de la posguerra que no dudó en disculparse cuando supo la verdad.
Tras sellar las paces, Torga le leyó 'Las bienaventuranzas', del Evangelio de San Lucas, y le preguntó al buen hombre por la identidad del autor. «Eso tien que ser de un socialista», aventuró. Pero más espontánea fue su respuesta cuando el sacerdote le mentó a Jesús de Nazareth: «¡No me joda!, léamelo otra vez». Acabó regalándole «ési libru» y ganando un feligrés para siempre. Eso sí, 'El Ablaneru' quiso antes purgar su espíritu con los frailes de Oviedo. «No me atrevo a confesar con usted, porque tengo coses muy gordes», se excusó.
En Boo, Torga siempre dio la cara por los mineros, que trabajaban en unas condiciones laborales tercermundistas. En diciembre de 1961, hubo una catástrofe minera en el Pozo San Antonio, de Moreda, donde falleció sepultado un joven parroquiano. Dejó un entierro a la mitad para salir corriendo hacia la explotación. Tras aquella tragedia, espoleó a los trabajadores para que reclamaran a la empresa «una policía minera eficiente». Llegó a mediar ante el Marqués de Comillas, que era el presidente de Hullera Española, y sospecha que pudo forzar el cese del director de la mina, «que era un canalla».
Luego vendría la famosa Huelgona en la primavera de 1962, que Torga achaca «a una cuestión de trato humano». El epicentro del paro fue el pueblo turonés de Urbies, donde el sacerdote se comprometió a airear a sus parroquianos de Aller una huelga silenciada por el régimen. Lo hizo durante una misa, en la oración de los fieles: «Por nuestros hermanos, los mineros de Mieres y Turón, que se encuentran en huelga, para que se reconozcan sus derechos y se respete su dignidad de personas humanas e hijos de Dios», fueron sus palabras. En la siguiente misa, había ya casi 500 hombres: «Queríen oílo».
Fue desterrado como coadjutor a Tapia, y de allí de nuevo castigado a Onís por una homilía en favor de Juan XXIII. «Lo pasé muy mal», recuerda.
Tras un viaje por Europa en un Seat 600 que había pertenecido a la escritora Corín Tellado, le propusieron trasladarse a Holanda. Allí pasó nueve años con los emigrantes en Zaardam, cerca de Amsterdam, donde se hizo forofo del Ajax y de la 'naranja mecánica'. En otro viaje a Alemania, el que fue después obispo auxiliar de Oviedo, José Sánchez, le propuso cambiar de aires. «Era un desafío aprender una lengua con tanta dificultad», explica. En febrero de 1975 llegó a Nuremberg, donde permaneció hasta abril de 2007 llevando dos diócesis. «Hacía casi 400 kilómetros para celebrar las misas dominicales».
«Es mi segundo país, muy culto y con muchos valores, con un borrón muy grande con el nacional-socialismo, pero también lo tuvo España con la expulsión de los judíos. Los admiro mucho, menos en el fútbol: siempre quería que perdieran los alemanes, sobre todo el Bayern», afirma.